Autor: 21 enero 2009

Lino González Veiguela

Las situaciones difíciles intensifican los vínculos que nos unen a los demás hasta extremos que no creíamos posibles. Las situaciones difíciles también nos obligan a replantearnos dónde están nuestros límites, tanto en lo que se refiere a nuestras debilidades como a nuestras fortalezas. Esto se explicaría, en parte, porque las situaciones que nos ponen a prueba exigen de nosotros que nos olvidemos de muchos de nuestros comportamientos y modos de razonar habituales, de pronto superfluos, para concentrarnos en lo verdaderamente importante. En la guerra, según Arkady Babchenko (Moscú, 1976), lo verdaderamente importante es cómo conseguimos posicionarnos frente a cuestiones que en la vida civil, estando presentes, sólo se dan en niveles de intensidad tan bajos que podemos llegar a no apreciar siquiera su importancia: miedo, deber, valor, honor, camaradería, disposición al sacrifico…Esto por lo que respecta al haber de la guerra; en el debe, estaría todo lo demás: la sinrazón, las muertes absurdas, el caos, la barbarie…

El libro de Babchenko, La guerra más cruel (Galaxia Gutenberg, 2008) se sitúa en la tradición de la literatura rusa que nos ha ido ofreciendo grandes obras ambientadas en el Cáucaso. Pushkin, Lermontov o Tolstoi hicieron viajar a sus personajes a unas tierras que durante siglos se han situado en la frontera del Imperio Ruso, habitadas por unos montañeses que nunca se han dejado conquistar ni dominar del todo. Los personajes de Babchenko, sin embargo, no son nobles en viajes de aventura más o menos románticos. Babchenko nos habla de reclutas hambrientos golpeados sádicamente por los oficiales sin el más mínimo pretexto, de batallas absurdas que solo sirven para cobrarse vidas y de las experiencias que él y los jóvenes de su generación, enviados a un Cáucaso violento y nada exótico tuvieron que vivir con la sensación de vacío que les dejaba el no saber por qué ni por quién estaban luchando.

—¿Cómo y cuándo comenzaste a escribir los relatos que componen tu libro?

—Comencé a escribir poco después del final de la segunda guerra de Chechenia. No me puse a escribir pensando en publicar un libro. De hecho, pensaba que nunca sería publicado. La escritura de estas historias supuso para mí una especie de rehabilitación psicológica. Simplemente no podía continuar llevando la guerra en mi interior por más tiempo. Necesitaba exorcizarla, hablar sobre ella, pero no contaba con nadie en mi entorno para hablar, y por eso comencé a escribir. Escribía compulsivamente, en cualquier parte: camino del trabajo en el metro, en mitad de la calle, cuando los recuerdos me abrumaban. Cogía mi cuaderno de notas y comenzaba a escribir. Los Diez relatos sobre la guerra, por ejemplo, los escribí en dos horas mientras me dirigía en un tren de cercanías a entrevistar a un chico que había sido prisionero de guerra en Chechenia. Como mi amigo Vladimir Grigoryev solía decir: «El mejor modo de librarte de tu pasado es escribir sobre él». Además, inconscientemente, había otra razón más para escribir: quería que la gente supiese cómo es la guerra, que la viese a través de nuestros ojos. Y puedo decir que realmente me sentí mejor después de terminar de escribir. En otras palabras, usé a mis lectores como psicoterapeutas.

—¿Cómo fue recibido el libro en Rusia?

—No hubo prácticamente reacción. Se publicaron unas veinte reseñas, la mayor parte en periódicos y revistas de escasa tirada. Algunas reseñas se publicaron también en páginas webs. El tema de la guerra en Chechenia es altamente impopular en Rusia hoy en día. En los medios de comunicación nacionales está prohibido hablar de ella. Casi todos esos medios están controlados por el Estado de uno u otro modo. Por ejemplo, resulta inimaginable un programa de televisión dedicado a hablar de cualquier aspecto de la guerra. Por ello, mi libro se publicó y se hundió en el olvido. Prefiero colgar mis historias en Internet, donde no existe la censura. La reacción de los lectores… digamos que los lectores están divididos. La mitad dicen: «Es genial, has descrito todo de un modo real, así es como fue». Mientras que la otra mitad dice: «Babchenko es escoria, nunca ha estado en Chechenia, se vendió a Occidente y quiere calumniar al glorioso ejército ruso».

—En tu libro mencionas a Remarque. ¿Ha sido tu autor de referencia por encima de, por ejemplo, Tolstoi, que también escribió sobre el Cáucaso?

—Leí a Tolstoi en mi infancia, pero mi autor favorito es sin duda Remarque. Lo había leído antes de ir a la guerra y lo releí después de regresar. En mi opinión, ninguno describe la guerra como él. Yo sentí las mismas cosas que sintieron sus soldados durante la Primera Gran Guerra. De hecho, en lo esencial, no creo que existan diferentes guerras, cambian los tiempos pero las guerras son siempre iguales. La muerte es la muerte, el miedo es el miedo, y el valor es el valor. Desde hace un tiempo, publico una revista que recoge los recuerdos de guerra de veteranos de todas las guerras: Vietnam, Iraq, Corea… Publicamos también historias de veteranos del ejército americano. Las direcciones de los sitios son: www.artofwar.ru (con muchos textos en inglés) y www.navoine.ru .Confiamos en que resulte interesante para todos aquellos que quieran conocer la guerra de primera mano. Además, algunos de los veteranos son muy buenos escritores.

—¿Te resultó difícil manejar todos esos recuerdos para canalizarlos a través del estilo directo en el que está escrito el libro?

—En realidad, en ningún momento me planteé escribir con un estilo concreto. Nunca pensé en presentar mis historias con una determinada estructura narrativa ni traté de crear retratos detallados de mis personajes. En suma, apenas pensé en el modo mejor para contar las historias al lector. Me gusta decir que no escribí un libro. Para mí no es literatura. Tenía que expulsar la guerra de mi organismo. Y lo hice a través de estas historias que terminaron recogiéndose en un libro. Escribía de lo que había visto con mis propios ojos, de lo que había experimentado. Lo que se puede leer es lo que ocurrió realmente. Aunque me gustaría señalar que el libro no es enteramente autobiográfico, a pesar de que el noventa por ciento de lo que cuento sí lo es. Situé algunos sucesos en franjas temporales más convenientes para las historias, y combiné varios de los personajes secundarios en un solo personaje. En su mayor parte, los hechos que cuento fueron experiencias personales, y solo algunas son historias que escuché en boca de otros. En algunas ocasiones yo fui sólo un testigo de lo que cuento, en otras un protagonista. Pero todo es real como la vida misma.

—¿Puedes comentar por qué, después de haber sido llamado a filas durante la primera guerra chechena decidiste alistarte voluntario durante la segunda guerra chechena?

—Es una cuestión compleja para mí, incluso a día de hoy, y no puedo ofrecer ni ofrecermeme una respuesta simple. En su momento, creía que había numerosas razones para regresar a la guerra. Existía la percepción de que algo había quedado inacabado. Pero no sólo. Simplemente sentía que tenía que regresar, no podía no hacerlo. Había comenzado la segunda guerra y tenía que implicarme. Alistarme era el único modo de implicarme en lo que estaba sucediendo. No fui un caso aislado. Un alto porcentaje de los soldados que se alistaron voluntarios habían sido reclutas en la primera guerra. Como digo, me temo que es difícil de explicar. La guerra es una droga muy poderosa. Te da una percepción muy aguda de la vida. Todo es simple allí, no te tienes que ganar la vida, ni debes cuidar de tu familia. Te perteneces a ti mismo. Es una forma de libertad. Y es también una forma de locura. Remarque describió muy bien la condición del soldado. Llegué a estar convencido de que no regresaría vivo de la segunda guerra chechena. Otra de las razones que me impulsaron a regresar fue que en la primera guerra se había producido un error: tendría que haber muerto en agosto de 1996. Si no hubiese recibido el mensaje que mi padre había muerto, habría sido enviado a Grozny y allí habría muerto con toda probabilidad, como muchos de mis camaradas. Así que se puede decir que tenía que regresar para corregir aquel error. También está el hecho de que no me gustaba lo que me rodeaba en la vida civil cuando me desmovilizaron. De hecho, ni siquiera me gusta hoy en día lo que me rodea… Si comenzase una tercera guerra en Chechenia, regresaría de nuevo, pero no para tomar las armas, porque hoy tengo un modo diferente para implicarme e influir en los acontecimientos, el periodismo.

—¿Por qué estabais combatiendo?

—No lo sé, y entonces lo sabía aún menos. Nadie sabía de qué iba aquella guerra. Luchábamos por nosotros mismos. Nuestro lema en aquella guerra era: «La prueba más alta de amor, de humanidad, es dar tu vida por un camarada».

—¿Qué clase de soldado eras? ¿Eras un buen soldado?

—Un buen soldado es alguien que combate bien, que mata sin pensar, que acepta las tareas que le encargan como sus únicos e incuestionables objetivos, y que cumple las órdenes sin escatimar vidas, incluida la suya. Si quieres ser un buen soldado tienes que considerar la vida y la muerte con igual indiferencia. Solo entonces podrás combatir sin mirar atrás y no te preocuparás por nada ni por nadie. Te dará igual si vives o si mueres, si los que te rodean viven o mueren. Solo te importará una cosa: acabar con tus enemigos, con todos y cada uno de ellos, incluso con tus propias manos si fuera necesario, sin piedad. Lo único que puedes albergar en tu corazón es odio. Ser un buen soldado es una forma de locura. Hay una línea de no retorno, si la cruzas no vuelves a ser el mismo.

Cuando conoces la guerra por primera vez experimentas un sentimiento curioso: esto no me está sucediendo a mí, esto no puede ser real, es una especie de película. No puedes aceptar la realidad, simplemente no puedes, porque estás siendo testigo de cosas casi imposibles de definir. Así que piensas: «Esto debe ser un sueño».

Pero cuando cruzas esa línea a la que me refiero, la guerra se convierte para ti en lo único real. Nada existe más allá de la guerra. La pacífica vida de civil te parece entonces una extraña película de dibujos animados y dejas de entenderla.

Yo fui un buen soldado solo una vez, durante tres días. Comencé a perder la cabeza. Pero justo entonces la guerra terminó para nuestra compañía. Esa fue la única razón creo por la que no caí en el abismo por completo.

Sobre el resto de mi servicio como soldado, creo que combatí bien. Tuve gente bajo mi mando. Incluso llegué a comandar un pelotón durante unos días. No era un cobarde. Era un camarada fiable. Creo que entendía la naturaleza de la guerra y era capaz de tomar decisiones adecuadas. También estaba dispuesto al sacrificio, si llegaba el caso. Pero por fortuna no me convertí uno de aquellos lobos solitarios cazadores de hombres que servían en nuestras filas.

—¿Sentías algún tipo de animadversión hacia los chechenos?

—No eran mis enemigos. Como he dicho, no tenía la más mínima pista sobre acerca de qué iba aquella guerra, quién combatía a quién y por qué. El ejército me exigió dos años de mi vida y mi obligación era servirle, y eso fue lo que hice. A día de hoy, cuando pienso en los chechenos sigo sin considerarlos como enemigos. Fue una guerra civil. En ese tipo de guerras hay dos verdades enfrentadas, y dos falsedades. Decir que Rusia fue un agresor mientras que Chechenia combatía por su libertad sería demasiado simplista. El mundo no es tan solo blanco o negro, hay una amplia gama de tonalidades. Ambas partes estaban en lo cierto cuando argumentaban su posición, y ambas estaban equivocadas.

—Has escrito: «La cosa mejor y más brillante en mi vida ha sido la guerra».

—El párrafo se completaba con otra frase: «La cosa peor y más desoladora en mi vida ha sido también la guerra». La guerra es un mundo aparte. En la vida civil la gente piensa que están vivos, pero lo que ellos entienden por vida… Yo no puedo entender ni aceptar los valores de su mundo. ¿Todo consiste en la riqueza material? Hay muchas cosas que no se pueden cuantificar, y mucho menos convertir en dinero: amistad, fidelidad, honor, conciencia, deber, autosacrificio. En la guerra estás expuesto en todo momento a esas cualidades. En la guerra, todo era claro. El oro no añade ni un gramo a tu peso, tu peso es el mismo con o sin oro. En la guerra conocí a gente dispuesta a dar la vida por mí. Y yo también estaba dispuesto a dar la vida por mis camaradas. ¿Es esto posible en nuestro mundo sin valores?

La gente cree saber qué es el miedo. Pero no tienen ni idea de qué es el miedo real ni el odio real. Yo experimenté odio real solo una vez, cuando mi amigo Igor fue asesinado. No se experimenta un sentimiento comparable en intensidad en la vida civil.

La gente cree saber también qué es la alegría, pero su alegría no se puede comparar con la alegría que sientes cuando te das cuenta de que has sobrevivido a un bombardeo.

Considero la vida civil como una copia descolorida del mundo real. Debido a todo lo que viví, la guerra se convirtió para mí en el mundo real. El mejor y el peor periodo de mi vida.

—Hablabas antes de la terapia que supuso para ti la escritura de este libro. ¿Te ha ayudado a librarte de muchos recuerdos indeseados? ¿Qué permanece en ti con más fuerza de todo aquello?

—Soy un corresponsal de guerra para la revista Novaya Gazeta. Por lo tanto la guerra es todavía mi mundo. Me ocupo de la guerra y de los asuntos relacionados con ella. Tampoco podemos olvidar mi labor editorial en la revista on line dedicada a los veteranos de guerra. Como digo, la guerra es todavía mi mundo, pero desde que me desmovilizaron he cambiado como persona. Estoy curado de la guerra. No soy un adicto a la guerra. Tengo mujer y una hija, y tengo mi trabajo. El tiempo es la mejor medicina, el mejor curandero. Pero todavía pienso en muchos sentidos como un soldado y me temo que esto será así durante el resto de mi vida.

—Has trabajado como corresponsal en la reciente guerra contra Georgia, ¿se han reavivado muchos de tus recuerdos de guerra?

—Debo decir que durante toda la campaña me planteé las mismas preguntas: ¿Para qué? ¿Quién necesita esta guerra? La guerra contra Georgia, sin embargo, fue menos traumática para mí que las dos campañas de Chechenia. Básicamente porque en esta guerra yo era un corresponsal y no un soldado. Esto me permitió mantenerme al margen, tomar la muerte con una cierta indiferencia. También muchas escenas de las que fui testigo: cuerpos quemados de hombres y de mujeres que habían sido ajusticiados, heridos de distinta gravedad… Pero todo ello solo me afectó en la superficie de conciencia, por decirlo de algún modo, sin penetrar demasiado profundamente en mi interior. Supongo que me hubiera tendido que enfrentar a otra campaña en Chechenia, me habría afectado todo mucho más.

—¿Se ha olvidado la guerra de Chechenia en la Rusia actual?

—Sí, prácticamente por completo. Por desgracia. La censura ha jugado un papel destacado en este olvido, pero también hay que decir que la gente no quiere recordar. No voy a decir que la sociedad no tenga ningún interés en la guerra, pero no tan grande como podía esperarse de un país que está en guerra, como ha demostrado la última campaña en Georgia. Un amigo, ex soldado en Chechenia, que ahora es un profesor de Historia y que da conferencias sobre la guerra, me ha dicho que cuando menciona a Dudayev los niños ríen, el nombre les resulta gracioso dado que no lo han escuchado antes. Y solo han pasado doce años. Mi colega Anna Politkovskaya, con la que llegué a trabajar en Novaya Gazeta, ofreció una descripción en extremo precisa con la sociedad rusa actual: «Sufre de infantilismo civil; no quiere pensar en nada, escuchar nada, y lo que es peor no quiere cambiar nada». Pero algunos en Rusia tratamos de hacer lo posible para evitar que la guerra caiga en el olvido. Hubo demasiados muertos. El precio fue demasiado alto. Los que olvidan su pasado cometerán de nuevo los mismos errores. ■ ■


Una respuesta to “Arkady Babchenko. Las montañas del Cáucaso”

  1. martin:

    excelente escritura de algo incontable, real, efectivamente llegas a saber de la realidad sobre la vida civil solo cuando vuelves a ella despues de haber sobrevivido a incontables situaciones, que la mayoria llenaria de inusual miedo, algunos ya hemos retornado, pero lo que encontramos nos puede llenar de decepcion, lo cual no permite conectarnos con las experiencias vividas en el caucaso, tengo el gusto de conocer, mi experiencia de vida me llevo por varias latitudes, inlcuido mi pais y otros mas hacia el sur, extiendo mis respetos saludos desde latinoamerica

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