Autor: 16 mayo 2009

Juan Carlos Abril. Deshabitados
Maillot amarillo, 
Diputación de Granada, 2009

En un breve ensayo titulado «¿Qué es la poesía menor?», T. S. Eliot señaló las funciones que, según él, debía cumplir una antología, que son, siguiendo su propio orden: dar placer, permitir que los poetas jóvenes se hagan un hueco entre sus contemporáneos (el crítico inglés lo dice sin ironía), y ofrecer al lector una idea de lo que está pasando en un cierto periodo estético. Creo que Deshabitados, antología de poesía joven editada por Juan Carlos Abril, cumple perfectamente esas tareas, en primer lugar, porque en ella se reúne, desde nuestro punto de vista, a algunos de los autores más interesantes del panorama español del momento, dato que por sí solo basta para hacer de cualquier antología un volumen atractivo. En segundo lugar, porque el espacio que se le ofrece a cada uno de ellos privilegia la reflexión metapoética, y eso, que es posiblemente donde reside el mayor interés de la antología, sí es abrir debate en serio, exponer y exponerse, poner las cartas sobre la mesa y, quizás también, como alguien dijo a propósito de cualquier poética, la construcción de una ratonera por parte del propio ratón, que se empeña, además, en quedar atrapado en ella. Por último, y en relación al punto anterior, este espacio teórico permite constatar que es aquí donde, hoy por hoy, se está repensando con más vehemencia la función de la poesía y las capacidades del lenguaje, donde se está planteando el presente, el fututo y lo que ya es pasado de la poesía actual, y donde los vientos de cambio están soplando con más fuerza.

Los planteamientos literarios de este grupo de poetas (19 en total) parten, en mayor o menor medida para cada uno, de un concepto de la vida a principios del siglo xxi que tiene que ver con la falta de trascendencia de lo real, la problematización de la identidad del sujeto y la pérdida de fe en el lenguaje como material referencial o icónico. Esto se traduce en cada autor de una manera determinada. Para Carlos Pardo, la ironía es el lugar del artista contemporáneo, una vez superado «el platonismo de la infancia». Josep M. Rodríguez se posiciona a favor de la intuición, el distanciamiento de la «verdad» biográfica y la asunción de tradiciones literarias personales como «jaulas con las puertas abiertas». Mariano Peyrou, que es quizá quien expone con más humildad y lucidez la teoría antimetafísica posmoderna, se propone «dejar de lado el ser para darle espacio al estar», a favor de la imprecisión, la distracción y la descentralidad. Julieta Valero recoge la necesidad de mirar desde la fragmentación, la ausencia de sentido unívoco, y un yo mutilado, las heridas vitales como «acontecimientos», en su sentido opuesto al concepto de «idea» expuesto por Deleuze. Juan Andrés García Román se interesa por la búsqueda de una lengua «prebabélica, adánica», que sepa hacerle sitio a «lo irreal que habita en lo real y su cántico». Citando a Heidegger, Antonio Lucas defiende también «el misterio y temblor» de la palabra irracional como «otra manera de nombrar lo que está ahí». Ana Gorría define la poesía como «lengua en la insatisfacción», palabra que nace del conflicto y tiene, por ello, «naturaleza agónica». La mayoría de los poetas, en resumen, y por no agotar la nómina, aunque todos aportan un matiz singular, está repensando los temas de siempre con nuevas herramientas encontradas en determinadas propuestas filosóficas (Rosset, Lipovetsky, Deleuze, Sloterdijk, etcétera) y en una cierta poesía extranjera (con Ashbery en posición preferente, aunque también por otro lado la poesía oriental, ciertos autores ingleses, alemanes e hispanoamericanos), entre otras fuentes. Y ahí están los poemas para atestiguar la calidad con la que los presupuestos teóricos están tomando forma. Habrá oídos aún reacios que no quieran escuchar una música nueva entre estas voces.

En ese sentido, Juan Carlos Abril, que también se incluye como poeta, debe llevarse el mérito de haberse percatado del nuevo rumbo que está tomando la poesía última. En su prólogo al volumen, Abril realiza una aproximación a algunos recursos estilísticos grupales como el uso de la elipsis, la metonimia, el fragmento, y otras técnicas de herencia vanguardista, mezclados a veces con toques narrativos, lenguaje coloquial y métrica clásica. También aventura una tipología dentro de estos poetas en su cercanía o lejanía a polos de gravedad y levedad, y de racionalismo e irracionalismo. Ya José Andújar Almansa, uno de los críticos que está realizando un profundo seguimiento de la poesía más joven, había expuesto en varios artículos algunas de sus preocupaciones comunes: la conciencia de lo real, la identidad del yo, la nueva expresión de lo sentimental, además de precisar también varias líneas de trabajo o corrientes estéticas dentro de la nueva lírica, líneas que no han mostrado por el momento conflictividad entre sí, sino más bien retroalimentación y aprendizaje, interés mutuo y deseo de fusión o mescolanza. Como cualquier antología, Deshabitados es susceptible de crítica, desde el evidente error tipográfico de la portada (que no señala que el volumen es una antología y no la obra de un solo autor). Se puede estar más o menos de acuerdo con las opiniones del antólogo o con la selección de autores (a ningún lector habitual de poesía se le escapará la ausencia de Andrés Neuman, Martín López-Vega, Raúl Quinto o Juan Carlos Reche, entre otros, aunque este hecho está en parte explicado por el propio antólogo, página 41), pero lo que no sería de recibo es una enmienda a la totalidad, ya que, con un prólogo bien razonado, que recoge ideas candentes del momento y añade un análisis propio, y una sólida selección de autores, estamos ante una antología que supone un paso decisivo hacia la clarificación de buena parte del panorama lírico actual.

En el ensayo que citábamos al principio, Eliot contestaba a su propia pregunta afirmando que los poetas menores son tal vez los que sólo leemos en las antologías. Qué poetas son menores o mayores en Deshabitados es algo que decidirá el tiempo. Lo que sí es evidente es que la obra de los aquí seleccionados son conocidas por el lector atento, y la importancia de un buen puñado de ellas está ya de sobra consolidada por derecho propio. Títulos como La caja negra, de Josep M. Rodríguez, Echado a perder, de Carlos Pardo, Adiós a la época de los grandes caracteres, de Abraham Gragera, Notas de verano sobre ficciones de invierno, de Alberto Santamaría, Lucernario, de Antonio Lucas, Crisis, de Juan Carlos Abril, Así procede el pájaro, de Juan Antonio Bernier, Los heridos graves, de Julieta Valero, Estudio de lo visible, de Mariano Peyrou, van a hacer y de hecho ya están haciendo historia en el mejor sentido de la palabra, una historia de lectores que los sigue y los comprende, que siente que sus versos expresan algo de ellos mismos y de su tiempo. Habrá poemas de mayor o menor eficacia, un pathos más o menos compartible, cierta tendencia a los fuegos de artificio posvanguardista, y el riesgo de caer en una hojarasca de incomprensibilidad gratuita, pero estos autores están de alguna forma reinventando la palabra poética y evidencian un reemplazo generacional de enorme validez. Una antología es una flecha lanzada a la diana del canon literario. De ahí las inquinas, los odios y los rechazos que genera, y de ahí su insoportable atractivo. Esta antología, ya desde la altura y la contundencia de los títulos mencionados, tiene asegurado un centro.

Juan Manuel Romero


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