Autor: 18 septiembre 2009

Herme G. Donis
Lo sguardo effímero 
(La mirada efímera)
Edición bilingüe 
español/italiano. Levante Editore, Bari, 2009

¿Conocerá
la estrella que lo es
en su brillar?

Si la estrella lo conoce, lo sabe mucho antes que nosotros. Por un juego de espacios llegan sus luces a nuestros ojos cuando ellas, usando la metáfora de la poeta, ya se han contestado a su cuestión. O tal vez sea el hecho de verlas nosotros, de que su luz entre por nuestros sentidos y se escriba Sur l´onde calme et noir oú dorment les étoiles, lo que a ella misma le haga darse cuenta de su brillo. Con este pequeño destello de poemas, la poeta Herme G. Donis llega a nosotros al tiempo que brilla. Lanza al modo de las estrellas, es decir, con fuego, diecisiete sílabas en cada intento, sumadas cinco+siete+cinco que caen sobre el lector con el reposo de oriente.

Setenta y cinco jaikús, sumados, como no, en tres tiempos de veinticinco cada uno, vienen a dar esa máxima gestáltica que recuerda eso de que la totalidad siempre es mayor que la suma de las partes. Del mismo modo que varios destellos hacen una estrella, la suma de cada uno de los jaikús escritos por Herme G. Donis forman una mirada propia, fiel y verdadera.

Cuando uno se dispone a mirar el mundo, la historia y la memoria se allegan rápidamente a embadurnarlo y teñirlo a su gusto. Esto no quiere decir que deje de existir ese mundo primero, mundo limpio como pizarra de colegio a las siete y media. Solo que fácilmente lo hacemos devenir en seis mil mundos diferentes.

Herme intenta volver a ese mundo y lo logra, a veces, cuando deja de ser mirada histórica y se convierte en mirada efímera. Sutil. Precisa. Como el agua que llega repetida desde los inicios. Y comienza su intento pidiéndose:

Así, desnuda
dejemos la mañana
tentando al agua.

Agua que en Herme es significado y comienza siendo gota de lluvia nombrada, siendo puente multicolor en el cielo, siendo nieve en invierno de niños, agua de la fuente o rumor de lluvia. Esa agua donde la ambigüedad de lo posible se vuelca y lleva a la poeta a ser desde dentro, al modo de las estrellas, es decir, con fuego y ardor, duda y desconcierto ante un todo alevoso que despliega su negra noche. Así, uno siente con la poeta el vaivén de hojas o las voces de los lobos sobre las huellas ocultas, desea:

Ser aquel pájaro
que siguiendo al arroyo
dejó las ramas.

Y es que es esa agua, tan pura, tan primera, el origen y sustancia de todo lo viviente, la que una vez más engaña al hombre y le vence, se queja la poeta:

Me ignoró el agua
nunca me regaló
su transparencia.

Tras pasar el agua queda la humedad. De ahí aparece el segundo estertor del libro titulado Jaikús occidentales escritos (cuestión de humedad) en Pola de Somiedo el verano del 2006. No recuerdo ese verano pero dice la poeta que:

En el silencio
se desprende una hoja:
el bosque tiembla.

(¡Qué temática más común y cómo logra arrancar la hoja y hacerme temblar el bosque!) En el silencio, parece que Herme vuelve a ser, ante el silencio, como ante el agua, Herme es aquella poeta que volverá a desnudarse y temblar, sentir miedo y esa pequeñez que atestigua lo finito, la existencia de el ser-en-el-mundo. Lanzado a él, «obscenamente arrojado a la existencia». Así en los jaikús occidentales se escuchan disparos a la linde del bosque, frutos caídos, danza de grajos, temor de niños, bosques taciturnos, cuervos que acechan presas, quejas del alma… ¡Qué difícil es mantenerse ante todo ello! Con la mirada efímera, captando lo que más puede captar la mirada, que no es todo. Sin embargo, eso que no se capta hace brillar al sol de julio, voltea a la campana juguetona o es germen de vida, ¡frágil belleza! Ante ello la poeta pasa afligida por todo aquello que es «ella ante…»

Y es que ya se vaticina su ser-en-el-mundo como una vida en vilo. Título traducido al italiano con una sugerente cacofonía que lleva con la repetición de «i», en «La vita in bélico», un sabor a limón (siempre asocié la «i» con el limón) que anuncia un final lumínico aunque amargo. Esa hoja que se desprendió en el silencio, durante el verano, no cae sino que tiembla (tal vez de temor, no puedo dejar de relacionarlo con la postura kierkegaardiana) y:

Llega el otoño.
Con la vida en vilo,
temblor de hojas.

Vuelve como promesa de invierno, de tiempo en el que el sol se aleja y a uno solo le queda palpar la tierra donde tal vez, un olvido de calor sirva de antorcha camino a casa. Ahí la muerte acecha, la vida mancha […] y yo en la tristeza, escribes muerte, el miedo te acecha, vivo dolor… ante el tiempo que pasa. Herme llega, en esta tercera parte, a desprenderse de la metáfora para ser más pura consigo misma y gritar desde su ser. Ya no hablamos de aquella pizarra limpia, a las siete, antes de abrir el colegio. Leemos a una poeta ante su mundo, leemos el olvido de la que canta:

Poco a poco
me perderé en la nada
y seré olvido.

¿Si Dios existe
con qué rostro recibe
a los que olvida?

Herme se desnuda con setenta y cinco jaikús que son setenta y cinco fogonazos de luz para el lector. Una poeta que ante el posicionamiento que toma su ser-en-el-mundo, ella decide cambiar de sílaba y esquivando al tiempo (pues no deja de ser a su vez, un gran canto desde el vacío al tiempo persecutor) escribir. Por ello termina el libro firmando:

Pero te duele
este tenaz oficio
de contar sílabas.

Con una mirada menos efímera de lo que ella habría deseado, Herme deja posar sus ojos rodeada de miedo y vértigo pero llena de poesía, brillando desde el dolor, como las estrellas que hoy nos alumbran y han muerto hace tanto… Así se presenta Lo Sguardo Effimero de Herme G. Donis, un destello directo y verdadero, desde sí misma, contando sílaba tras sílaba su ser-en-el-mundo, cantando una poesía a la que largo camino le queda al tiempo para borrar sus huellas. Huellas marcadas a fuego.

Alejandro 
Fernández-Osorio


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