Autor: Rafael Suárez Plácido 23 octubre 2011

El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia
Patricio Pron
Mondadori
ISBN: 978-84-397-2363-9
199 páginas
Barcelona, 2011

A algunos quizá les sorprenda que Patricio Pron (Argentina, 1975) escriba una novela en la que reivindique los nombres y las historias de algunos desaparecidos en la dictadura argentina. Partiendo de la base de que sólo tenemos hasta el momento dos libros suyos disponibles en España, y que son libros cuyas ficciones transcurren básicamente en Alemania, es posible que sea así. Pero si hemos leído esos libros atentamente ya no es tan fácil. En El comienzo de la primavera (Mondadori, 2008), el joven profesor argentino Martínez viaja a Alemania tras las huellas del filósofo Hollenbach y el resultado es una indagación profunda en cómo las clases medias sucumbieron ante las ideas de Hitler y cómo, cuando se dieron cuenta del error, ya era demasiado tarde. También cómo esos errores del pasado permanecen y afectan a los que habitamos el presente. Si cambiamos los nombres propios de este mínimo resumen, podríamos decir lo mismo de esta nueva novela, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, publicada también por Mondadori en 2011.

 

Aun así la novela es muy diferente a la anterior, que en muchos momentos nos ofrecía a un Martínez frío o que aparentaba serlo. Parece que esa frialdad, que a veces podría traducirse con un “todo me da igual, me limito a contar”, se queda en Alemania. No hace referencia a sus novelas anteriores, no dice su nombre —aunque sí aparece el de su padre—: la identificación del Yo narrativo con el autor es absoluta. Aquí el viaje del protagonista es la antítesis del que hizo Martinez: de fuera a dentro, de Alemania a Argentina, del presente a su pasado. El motivo: la enfermedad del padre, que le tuvo un tiempo en el hospital, inconsciente. Decía Peter Handke que hay dos momentos decisivos en nuestras vidas: uno es cuando somos hijos y nos rebelamos contra nuestros padres, que pretenden acercarse a nosotros; el otro cuando somos padres e intentamos acercarnos a nuestros hijos infructuosamente. Entonces miramos atrás y recordamos y añoramos y comprendemos ese primer momento, pero ya no es tan fácil, a veces incluso es imposible. Nada importante es fácil, desde luego, pero sus resultados nos hacen ser algo mejores. Al final de la novela, la madre del narrador le dice cuando este le pregunta por el motivo de la búsqueda de su padre: “… y a tu padre le hubiera gustado que sus compañeros hubieran vivido ese tiempo para vivir y escribir y viajar y tener hijos que no les comprendieran, y que solo después hubieran muerto.”

 

Me interesó mucho el principio de la discontinuidad, de Hollenbach, el filósofo que motiva la búsqueda de Martínez en su anterior novela, también esbozada en algunos relatos de El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan (Mondadori, 2010). Aquí Pron elabora algo diferente; lo llama la teoría de las simetrías. Cómo todo está relacionado, aunque sean argumentos que no se tocan directamente. La enfermedad del padre, el deseo del hijo de indagar en su vida, la desaparición de un personaje anodino al que Pron define como “tonto faulkneriano”, la relación aparentemente inexistente de esa desaparición con otras que ocurrieron hace unos años y la vuelta al principio. Me interesan estas ideas o teorías no sólo para explicar el mundo, sino porque están muy bien desarrolladas. Ya he escrito sobre Pron y ha quedado patente que es uno de los escritores actuales que más me interesan. No de su generación, sino de todas. Hace unos meses una revista especializada en vaticinar futuros inciertos, en dilucidar quien es bueno y quien no tanto, lo situó entre los escritores que había que seguir. De entre los nombres citados yo destacaría a dos: Patricio Pron y Carlos Labbé. ¿Por qué Pron?

 

Ante todo está el lenguaje. Su sintaxis fluye incluso cuando muestra las ideas más intrincadas o controvertidas. Incluso cuando duda, que es muy a menudo. La duda que le lleva a usar las cláusulas largas con abundantes disyuntivas no es óbice para complicar el lenguaje. Al contrario, ahí se manifiesta el Pron más claro. Nos muestra los vericuetos por donde se aventura su pensamiento con absoluta nitidez. La duda de un joven autor de treinta y cinco años no le abandonará, eso esperamos, a lo largo de su vida, porque si le abandona se tratará de otro Pron mucho menos interesante. La duda que no nace del desconocimiento sino, muy al contrario, del saber qué es lo que tiene que hacer. Cualquier autor que no dude dejará de interesarnos.

 

Sus novelas no son fácilmente agrupables en compartimentos estanco. Esto, que es un serio problema para algunos editores y para autores que desean entrar a formar parte del mercado, no es tampoco un problema para él. Ni en sus novelas ni en sus relatos. Hay una reflexión en el libro al respecto, cuando trata de dilucidar qué tipo de novela hubiera deseado escribir su padre. Enumera todos los géneros y corrientes posibles y decide no alojarse en ninguno de ellos. Supongo que habrá quien dirá que es una novela policíaca o de iniciación o de investigación periodística o de retorno a la infancia, o a sus orígenes, o de madurez o de viajes sin apenas moverse de un sitio o fragmentaria, incluso posmoderna en cierto sentido, al agrupar también textos de diversas fuentes, o política o histórica. No sé, quizás haya algo de todas ellas y quizás también fragmentos líricos. Todo eso y más lo podemos encontrar en estas ciento noventa y nueve páginas.

 

Pero hay más. Elementos característicos que no han variado de sus anteriores libros: el narrador cuenta películas y programas que ha visto “casualmente” en el televisor. Esto ya lo vimos en algunos de sus cuentos anteriores. El recurso a lo onírico también está presente a lo largo del libro. Sueños que bien podrían ser anticipo de un próximo libro de relatos y que, al parecer, son o han sido una constante en la vida del propio Pron, desde su infancia contaba los sueños a sus familiares y a sus amigos.

 

Todos sus sueños, todas sus historias están íntimamente ligadas al presente, a la realidad. No escribe como una rutina que puede irse anquilosando, sino que trata de responder a las preguntas que más le interesan, las preguntas que a todos más nos interesan. Cuando mira al pasado lo hace para encontrar o tratar de encontrar las respuestas que nos ayuden a entender el presente y así llegar a sentir como nuestro el futuro. Comienza el libro con una cita de Kenneth Rexroth que, para el lector español, está directamente vinculado a la cultura y a la poesía japonesa, pero es mucho más que eso. Su poesía le sitúa en el entorno de la generación beat. Algunos de sus mejores textos están disponibles en Desconexión y otros ensayos (Pepitas de calabaza, 2009). La cita es significativa: “Están matando a todos los jóvenes. / Desde hace medio siglo, cada día, / los han cazado y matado. / Los están matando ahora. En este mismo instante, en todo el mundo, / están matando a los jóvenes. / Conocen diez mil maneras de matarlos. / Todos los años inventan formas nuevas.” Y esas formas son cada vez más discretas. Anular también es matar. Este libro surge de la necesidad de conocerse mejor a sí mismo para evitar ser anulado, ser aniquilado como lo fueron, de alguna manera las generaciones que nos precedieron. Cuando su madre le enumera algunas de las razones por las que el padre está tan interesado en buscar a Alicia Burdisso, otra persona rescatada del olvido, un poco menos desaparecida tras la publicación de esta novela, le dice: “A tu padre le hubiera gustado no ser de los pocos que sobrevivieron porque un sobreviviente es la persona más sola de este mundo. A tu padre no le hubiera molestado morir si a cambio había una posibilidad de que alguien lo recordara y que después decidiera contar su historia y la de las personas que fueron sus compañeros y marcharon con él al puto final de la historia.” Algo de él murió junto a Alicia Burdisso y tantos otros, pero ya no estamos seguros de que se sienta la persona más sola de este mundo. En algo Peter Handke se equivocaba: a veces llegamos a tiempo para comprender a nuestros padres. Yo lo sé, Patricio Pron también lo sabe. Y el mundo es algo mejor así.

 

 

 


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