Autor: 21 abril 2008

Jane Kenyon De otra manera

Selección y traducción de Hilario Barrero. Pre-Textos, Valencia, 2007

Jane Kenyon (1947-1995), esposa del importante poeta Donald Hall y prematuramente fallecida tras una heroica lucha contra la leucemia, es considerada una figura de primer orden en el panorama de la literatura estadounidense reciente. Pero, además, destaca por su sólida popularidad entre lectores muy variados y por sus éxitos de ventas.

Acostumbrados a la complejidad explícita de poetas como John Ashbery o Charles Wright, herederos directos de la modernidad anglo-americana, el mundo predominantemente rural y doméstico de Jane Kenyon podría parecer «fácil» (lo que también explicaría el haber sido adoptada rápidamente en los cursos elementales de literatura de los institutos y las universidades de su país). Sin embargo, la transparencia de Jane Kenyon esconde otro tipo de complejidad quizás explicable por analogía con la inspiración solitaria de Emily Dickinson, también surgida al margen de estímulos urbanos o universitarios.

En el poema «Interiores holandeses» Jane Kenyon reivindica la capacidad de lo más insignificante y cotidiano para producir sentido: «Ahora dime que el Espíritu Santo / no mora en el juego de luces / sobre la cuchillería». Como en Emily Dickinson, el punto de partida de la Kenyon es lo más próximo: los espacios de la casa y sus alrededores (el jardín, el granero), los muebles y los enseres. Pero las ondas de sentido, la poesía que de ese entorno se desprende, no siempre coinciden con las de la solitaria de Amherst.

En la obra de Jane Kenyon no se produce la estilización naïf del ámbito anacrónicamente provinciano y rural, ni tampoco su elevación a sugerencias religiosas o filosóficas. La vida del pueblo, las labores domésticas, las diferentes horas del día o el paso de las estaciones se captan en su belleza más concreta y efímera, como en las páginas de un diario o en un poema oriental. Esta sencilla complejidad de la Kenyon explica su preferencia por el preciosismo sensual de John Keats como ideal de estilo.

Pero en los intersticios de lo concreto tan felizmente vivido se agazapa otro nivel de sentido, muy afín a la preocupación de Emily Dickinson por la dificultad de vivir: «No es el morir lo que nos duele tanto, / vivir sí que nos duele mucho más». Jane Kenyon escribe: «Entonces supe / que tendría que vivir y continuar / viviendo: qué doloroso fue; y todavía / qué dolor quema / pero no destruye mi corazón». En contrapunto con el éxtasis casi erótico ante la forma y el aroma de las peonías blancas o el tranquilo placer del amor conyugal en la «delicada tristeza del crepúsculo», una gota de salsa seca expone la vulnerabilidad de una persona; y una pera que se empieza a pudrir, la mediocridad aneja a la edad madura. (Este discreto contraste, apoyado en lo anecdótico, introduce una dimensión narrativa cercana a Chéjov). Hasta que, en el registro más dramático y desnudo, irrumpen la depresión, las enfermedades fatales o las muertes ajenas: «Pero a veces lo que parece un desastre / es un desastre».

La sensibilidad de Hilario Barrero (diarista, además de poeta) no podía ser más adecuada para preparar y traducir excelentemente una antología de una lírica arraigada en los detalles y en lo cotidiano, acompañándola, además, de un prólogo penetrante e informativo.

José Muñoz Millanes


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