Autor: 21 junio 2008

Álvaro Cunqueiro: El laberinto habitado

Edicións Nigra Trea, Vigo, 2007

Desde la muerte de Álvaro Cunqueiro (1911-1981) se han editado más de una docena de libros que reúnen artículos de su copiosa y dispersa producción. El laberinto habitado recopila y ordena los textos publicados por el autor en el semanario Destino entre los años 1961 y 1976, a excepción de los que anteriormente habían sido recogidos en libro. Cada colaboración en ese semanario consistía en un artículo y varias notas breves. En lugar de buscar la exhaustividad, quizás habría sido más acertado utilizar en la edición un criterio selectivo literario, que la descargara de los textos breves de menor interés. La editora atina al dejar para otra ocasión el reunir las colaboraciones más comprometidas de Cunqueiro en esa revista en el periodo 1938-1942.

María García Liñeira, responsable de la edición, parece reducir el alcance de los artículos a un mero papel de «campo de pruebas» para la otra obra literaria del escritor gallego. Ya la Obra literaria en castellano de la Biblioteca Castro había dejado fuera los artículos literarios del mindoniense, a diferencia de la Obra en galego completa, editada por Galaxia, que dedicó un volumen a los artículos publicados en gallego. La lectura de El laberinto habitado viene a confirmar que los artículos literarios del escritor de Mondoñedo son parte esencial de su obra literaria, que algunos de ellos están a la altura de los mejores del siglo xx español, junto a los de Pla, Camba o González Ruano, y que el que vieran la luz por vez primera en la prensa no impide que algunos de ellos se encuentren entre sus páginas más significativas y perdurables. Recientemente, Manuel Gregorio González, en su espléndido e indispensable Don Álvaro Cunqueiro, juglar sombrío, ha mostrado con solvencia que es en el articulismo donde la literatura cunqueiriana alcanza mayor eficacia.

Frente a los escritores realistas, Cunqueiro se consideró un escritor de imaginación: «Yo quiero contar de los sueños de los hombres, otros querrán contar de la vida cotidiana». Sabía que «el hombre precisa, en primer lugar, como quien bebe agua, beber sueños».

La populosa fantasía y los sueños del escritor gallego, su realidad interna, es parte fundamental de una escritura que consiste en una singular aleación de esa determinante realidad interna con lo cotidiano, con la realidad externa. Esa extraña aleación tiene ciertas similitudes con la obra de Joan Perucho, Jorge Luis Borges e Italo Calvino, e influye en autores como Xuan Bello o Pablo Antón Marín Estrada. Todos ellos, con su imaginación, amplían los límites del mundo.

Las colaboraciones de Álvaro Cunqueiro en Destino están escritas con la misma sustancia y procedimientos que sus otros textos literarios, y comparten el mismo aire de familia de las fabulaciones del mindoniense, que están hechas de la misma materia de los sueños.

En sus artículos, Cunqueiro transita con naturalidad entre una varia realidad externa, de la que sabía encontrar su faz más desconocida o secreta, y un fabuloso mundo interno, de la misma manera que su escritura fluye mestiza, sin cautelas de género, entre el ensayo, la crónica, el relato, la autobiografía y la poesía.

Hay artículos en El laberinto habitado en los que desde la primera línea el autor nos sumerge en historias que transcurren en países y tiempos indeterminados, sin conexión aparente con la actualidad; en otros, en cambio, parte de una noticia de prensa, de la lectura de un libro, de una conversación, de un sueño, de una exposición, de una comida o de un viaje. Cunqueiro escribe de caballos que se ruborizan, de la perfección de una caldeirada, de la suelta de espías en Venecia, de historias del Imperio Secreto, de la función pacificadora de los diccionarios, de los humores de las fuentes, del fuego como persona («los gallegos creemos que al fuego le gusta escuchar historias»), de la cábala y la alquimia, de las drogas secretas, de lobos bilingües, de la soledad de las ballenas, del pastoreo de los vientos, de personajes extraordinarios y de fantasmas. Buena parte de sus artículos se ocupan de historias gallegas, entre la fabulación y la etnología de las formas de vida tradicionales. Tienen interés sus relatos a la manera de Arthur Conan Doyle, Walter Scott y Dickens. Son hermosas sus elegías, como la que tiene por motivo la muerte de cerca de trescientos pequeños potros gallegos criados en libertad en O Xistral, un día de los Santos Inocentes de un terrible invierno, al quedar atrapados por la nieve. «Hallaron la muerte de frío, de hambre y de lobo, y de pie, que la nieve que los ceñía no los dejaba caer», y concluye: «Seiscientos ojos hechos cristal reflejaron el sol cuando salió, al fin».

Iniciado el artículo, la divagación del autor va hilvanando prodigiosas asociaciones y descubriendo secretas relaciones entre las cosas, y, a veces, como regida por la lógica de la magia y del sueño, abole lugar y tiempo, y desemboca en espacios y personajes sorprendentes, que muchas veces no acertamos a saber en que lado de la realidad quedan.

La escritura del mindoniense es sabrosa e imaginativa, sabe a pan de leña y a lluvia de otoño, y sus páginas huelen a países lejanos y desconocidos. «El aroma de un país lejano es como una puerta abierta hacia los sueños». Y la digresión, en la que radica buena parte del encanto del escritor gallego, se nutre de insospechadas y lúdicas erudiciones más o menos ficticias: en narices, en sombreros de poetas chinos, en vientos, en demonología y brujería, en la ciencia lupórica, en columpios, en la música del agua, en escalatorres o en chinaserías.

Habla Cunqueiro tanto de actualidades como de eternidades, y su obra muestra la herida de las injurias del mundo moderno y la nostalgia de una medieval edad de oro, propia de quien tuvo a Chateaubriand, además de a Rabelais, el obispo Guevara o al doctor Johnson, por «profesor de melancolía».

Se ha acusado a los escritores que como Cunqueiro estaban lejos del canon realista por su escapismo de la realidad político social. Pero al escritor gallego no le faltó un fino sentido de la realidad: «Claro es que no ignoro cómo anda el mundo, tan revuelto, tan confuso, con tanta ira y tanta injusticia, con más dolor y miedo que esperanza, y que yo con mis truchas y mi sosiego, paseo caminos imposibles de una imposible Edad de Oro». Además, la obra de Cunqueiro se alza como un potente y atractivo testimonio de libertad creadora individual, mientras que no pocos de los textos de sus coetáneos cultivadores del realismo no sólo se caen, por su pesadez, de las manos del lector hedónico, sino que apenas dan testimonio más que de los catecismos con los que trataban de transformar la sociedad, así como de su subordinación de la literatura a la política. La «dialéctica» cunqueiriana es peculiar: «Marx dijo que la religión es el opio del pueblo. A lo que alguien respondió afirmando que el marxismo es el opio de la revolución. Finalmente, el poeta Maiakowski dijo aquello de que la luna es el opio de los ruiseñores. Lo que, además de ser muy bonito, es verdad». Los artículos nos muestran un escritor liberal, que se deja llevar por «un vago escepticismo ironizante»: «días hubo en los que tuve fe céltica», confiesa en 1974; y no se inmuta cuando refiere que un lector le acusa de franquista por haberse mostrado crítico con… ¡Séneca!

Con su fantasía contribuyó Cunqueiro a dar «un rostro más complejo del mundo, y por ende más veraz», y deploró el empobrecimiento de las cosas a su alrededor, fuera el cierre de la excelsa panadería vaticana, la muerte del bosque de Silva, compañero de ocios o su decepción cuando visitó el castillo de Elsinor, lugar de la tragedia hamletiana: «de todo lo que yo había soñado, solamente estaba allí, puntual, el viento noroeste».

Confiesa Cunqueiro que cuando no lograba prender el sueño se curaba la inquietud inspirando el suave aroma de las manzanas, el mismo que impregnaba la casa de sus días de infancia. De igual manera, nosotros podemos calmar nuestros desasosiegos leyendo sus páginas, en las que anida una serena alegría, el disfrute de los alimentos terrenales y la invención de raras historias que también nos explican.

Carlos Moreno


Una respuesta to “Beber sueños”

  1. » Destino recopila los artículos de Álvaro Cunqueiro · Sincolumna.es:

    […] ABC y El Faro de Vigo. Puedes leer más sobre este libro en la reseña publicada por ABC, aquí otra en Clarín y esta es la web oficial de la editorial. AKPC_IDS += "4969,";Popularidad: […]

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