Autor: 28 noviembre 2007

Ana María Reviriego Rosado

Hay cosas que te atraen porque sí y te llevas media vida tras ellas.

Eso me pasaba a mí con esa pregunta ¿por qué Velázquez no pintó a Cervantes o siquiera a su trasnochado personaje?

Pensaba que un hombre tan inteligente no podía ignorar a otro tan inteligente como él, y anduve investigando, anduve tras la pista muchos años, el tufillo de que algo iba a caer se produjo varias veces, pero no. Ya se sabe, sigues una pista, luego otra, a punto está este cabo de llevarte a lo que tú buscabas, pero nada, vuelves a perderte.

Hasta que torcí por otro camino, que como muchas veces sucede, pensé que me enredaría, pero fue el que me llevó a la solución.

Me dije: si no pintó a Cervantes, dejémoslo a un lado, pintó a Góngora, vayamos tras este retrato.

¿Por qué pintó a un hombre tan mal encarado?, y ahí fue por donde por ir a zoca me encontré en colodra.

Anduve entre los cartapacios que guardan los requerimientos a don Luis de Góngora para ser demostrada su limpieza de sangre ante los tribunales de la santa Inquisición y allí me di de bruces con un documento en el que Góngora solicita ser retratado como persona non desafecta a la corte, como cristiano viejo; y para que su retrato sirva como testimonio de esa reciedumbre familiar quiere aparecer como riguroso hidalgo con pelliza pero con cuello sencillo, nada de gorguera, ni cruces, ni alamares, mas bien desengaño en sus ojos.

Velázquez entiende muy bien en esto a Góngora, él también mantiene su ambición por obtener pública declaración de la nobleza de su linaje. Días llegarán en que pueda lucir su cruz al pecho.

Y ahí encontré unas cartas entre el solicitante y Velázquez que me desvelaron el secreto:

«En Sevilla ya se lee el Quijote desde hace años, pero desde que en 1615 apareció la segunda parte, en la tertulia del taller de Francisco Pacheco no se habla de otra cosa».

(Tal vez por eso el cordobés acude a Sevilla, que sospecha más cercana a la corte.)

Velázquez ya hace lienzos solo, a ratos aún tiene que hacer de muchacho de recados, falta talco y cera y debe ir al mandado y pierde el hilo de la conversación. El maestro contaba a los aprendices que este don Quijote era un atrabiliario caballero que de haber ido a Sevilla él le hubiera hecho un retrato, hubiera elegido como modelo al aguador que pasa por las tardes con el mulo y las aguaderas repartiendo el agua fresquita, recién traída de la fuente de la Cartuja.

Velázquez tiene dieciséis años, y confunde ya lo que será desde entonces norma, al autor con su personaje, aún no ha leído la novela, se promete que lo hará y le dice al viejo maestro si se la presta.

Es más extensa de lo que pensaba, pero en cualquier caso, este hombre que se vuelve loco leyendo no le acaba de agradar.

Velázquez mozo vive enfrascado en la lectura varios días y la única conclusión que saca es que a Sancho y a los venteros los elegiría él mejor para retratarlos.

Lleva varios meses con el libro. De vez en cuando se vuelve a hablar sobre él, ya puede intervenir también contando anécdotas que le han gustado, cuando llegue a la corte pintará a Esopo con el libro, un libro que más que locuras guarda sabiduría, aunque —piensa él— a los locos y a los sabios se los distingue poco.

Y al cabo, al año siguiente Cervantes muere, su maestro lamenta no haberle traído a su taller, augura que su nombre será famoso. Para alegrar el día se atreve a insinuarle al maestro Pacheco que su hija Juana es muy hermosa y buena lectora de sus novelas ejemplares, que pintan tantos lugares sevillanos. Dos años más tarde ese mismo día, un 23 de abril 1618, Diego Velázquez se desposa con Juana Pacheco, mientras busca para ella al aguador, a la vieja y al chiquillo de los recados que a Juana se le representan en las novelitas cervantinas que retratan los barrios por donde ellos viven.

(En la corte de Felipe IV es recibido por el Conde Duque y es nombrado oficialmente pintor de la corte, en 1623, ha de pintar escenas de corte, escenas de caza, retratos del rey, la reina, los infantes.)

El caballero cordobés, al que ha estado pintando, le ha hablado de las intrigas de la corte, parece que el conde de Niebla y el de Lerma no son tan buenos mecenas como se ofrecían, también han hablado de las intrigas literarias, ese bocazas tabernero de Quevedo del que espera vengarse y se ha dejado caer que por las noches solo le consuela leer algún capítulo disparatado del Quijote. Don Luis de Góngora ha quedado conforme con su retrato, pero ni siquiera esboza una leve sonrisa, su retrato le retrata.

El éxito del Quijote sigue, mal le va a un caballero loco cuyas guerras son todas imaginarias. Pero las guerras verdaderas, contra Francia, Países Bajos están ahí, el dios Marte no favorece a los españoles y Velázquez entiende cómo pintarle: más hombre de letras que de armas y así se decide por ponerle a pensar, le desarma, que la rodela y la lanza esperen a su lado su deliberación.

Le gustaría un rey más enérgico pero no más duro, un rey que supiera ver por encima de los hombres y le pinta a caballo, un caballo desmesurado. No, no es Rocinante, los caballos del rey están bien alimentados, el rey tan atildado y compuesto, nada más lejos del famélico de don Quijote, que no hubiera ocupado la mitad del cuadro.

En su mente sigue rondando la idea de los venteros del libro de Cervantes. Cuando tiene que acompañar al rey de caza, los que preparan las meriendas o las comidas, acaban brindando con vino con los cazadores, mientras estos recuentan sus triunfos.

El vino eleva o degrada a los hombres, pocos saben dónde está el punto justo, el dios Baco premia a sus buenos caballeros.

Las dos ideas se entrecruzan, Baco viene a sentarse con los venteros, todos los mozos del potro de Córdoba, del compás de Sevilla, del Azoguejo de Segovia y las ventillas de Toledo están a su mesa y brindan por el laureado cazador.

No ha pintado a Cervantes, ni se ha entretenido en imaginar un rostro para su personaje, pero se ha movido entre los mismos ideales y ha entrevisto los mismos desengaños, parecidas batallas con su rey a cuestas, su particular amo, él su fiel Sancho.■


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