Autor: 16 marzo 2007

Eugenio Fuentes

Ahora que se cumplen cuarenta años de la publicación de Cien años de soledad (5 de junio de 1967), resulta una experiencia muy estimulante leer al mismo tiempo dos libros complementarios: Vivir para contarla (2002), la primera parte de la autobiografía del escritor colombiano, y García Márquez: historia de un deicidio (1971), el magnífico ensayo que Vargas Llosa le dedicó antes de que ocurriera el famoso puñetazo en un cine de México DF.

Ambos libros tratan una misma materia, ambos lanzan una mirada detenida y atenta sobre los territorios narrativos de Macondo. Si el colombiano incide sobre los aspectos biográficos, no deja de lado los comentarios críticos. Si Vargas Llosa incide en la mirada crítica, tampoco desprecia los datos biográficos y dedica la primera parte del ensayo a la descripción de los episodios vitales de García Márquez hasta ese momento.

Utilizando aquí la metáfora manriqueña de la vida como un río, se pensaría que la corriente más caudalosa es la que nace en Aracataca, Colombia, donde brota la fuente primordial. Sin embargo, en la lectura simultánea de los dos textos sucede un imprevisto: con ser ambos libros imprescindibles, interesa más el intérprete que el creador, más la exégesis que la génesis, más el tratado que la obra original que lo motiva. Se diría que Vargas Llosa sabe más sobre García Márquez que el propio García Márquez. Hacen pensar en un museo que se construyera para albergar una obra de arte y, a la postre, la arquitectura del edificio fuera tanto o más valiosa que la obra que guarda.

Escrito el ensayo treinta años antes que la autobiografía, en él se definen con detalle las lecturas determinantes en la formación literaria de su por entonces amigo: Faulkner, Sófocles, Defoe, Virginia Woolf, Hemingway, y hasta tal punto lo demuestra en los textos que no parece sino que García Márquez lo escribiera luego para confirmarlo. Con una lucidez admirable y una visión global de todos sus libros escritos hasta entonces, Vargas Llosa desmenuza las tres canteras que nutren la narrativa de García Márquez: la biogafía, la historia de Colombia, las lecturas. Explica cómo este escribe para corregir una realidad insatisfactoria. De ahí el título del ensayo: Historia de un deicidio. Es decir, la invención genesiaca de un nuevo mundo de maravillosos espejismos que mata y sustituye al mundo real. Haciendo un recorrido exhaustivo por toda su obra, muestra la forma en que García Márquez recopila los materiales narrativos aparecidos en sus libros anteriores y cómo los ordena, integra y amplía en la totalidad de Cien años de soledad con unas técnicas muy eficaces: el uso extraordinario de la hipérbole; la fragmentación de historias que se repiten una y otra vez; la habilidad para relatar los hechos fantásticos —la resurrección, la invisibilidad, la levitación…— como si fueran cotidianos, y para imbuir los hechos cotidianos —el hielo, la brújula, la fotografía, una dentadura postiza…— del magma del misterio, de tal modo que ambos planos narrativos convivan con coherencia. Si la novela es como un inmenso árbol tropical de grandes hojas lustrosas, de flores aromáticas y de frutos llenos de sabor y de zumo, el ensayo de Vargas Llosa revela sus raíces, la savia que corre por su tronco y la química con que la clorofila absorbe la luz del sol y la convierte en alimento.

El libro es una lección de cómo se debe abordar un estudio literario, con una mezcla a partes iguales de conocimiento y de esfuerzo, de inteligencia y de pasión. Al explicar la obra de García Márquez, la engrandece y la ilumina.

Hay que ser, además de un extraordinario crítico literario, un buen amigo del autor y tener una fe inconmovible en su talento para escribir sin titubeos ni regatear elogios una obra de seiscientas apretadas páginas sobre un escritor que hasta entonces solo había escrito cinco libros, y sobre el cual faltaba la perspectiva del tiempo. La amistad se rompió tras aquella pelea del 14 de febrero de 1976, cuyas causas nunca han quedado suficientemente explicadas.

Ahora aparecen indicios de que ha llegado el momento de la reconciliación. Vargas Llosa ha permitido hace poco la reedición de su ensayo, inédito desde entonces, sin eliminar en la página de agradecimientos la mención hacia García Márquez. Sin embargo, García Márquez no menciona ni una sola vez a Vargas Llosa en la primera parte de Vivir para contarla. Después de treinta años de silencio no es mal momento para un abrazo —el abrazo de Macondo—, de modo que ambos escritores culminaran una obra que quedó a me­dias.


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