Autor: 2 julio 2006

Pilar Rubio Montaner

El manifesto

Leyó a Caldvell: “Para guardar las apariencias, una o dos veces al año, hay que acudir a una reunión y pasar varias horas en compañía de críticos, autores secundarios y gente que lee libros. Todos ellos hablan una jerga que sólo pueden entender los literatos. Únicamente después de proceder a una purificación de fondo puede uno recobrarse y caminar con la cabeza alta, como un ser humano”.

También él odiaba los homenajes, ese un lugar donde se aplaude a los homenajeadores mientras el protagonista permanece muerto sobre el título de la convocatoria.

Le irritaban los literatos que declaraban en las entrevistas: “Yo he escrito esto y he querido decir aquello”, porque sólo hablaban de su obra en su obra y para su obra, pero jamás se habían desvelado por culpa de un verso.

Le horrorizaban los comerciantes de palabras y teorías, que daban vueltas y vueltas a la misma mercancía, la removían, la inflaban, la pesaban y empaquetaban debidamente para su cotización al alza en los parqués académicos.

Le encantaba el almuerzo organizado por Cortázar para un cronopio, un fama, una esperanza y un profesor de lenguas, que manejaba abstracciones en su conversación mientras la esperanza escuchaba “como quien oye llover” y los demás estaban ocupados en el queso rallado o en trinchar el pollo.

Pero lo que más le fascinaba era su propia gata cuando, al volver a casa interesado por la lectura de un libro de crítica literaria recién adquirido, ella sencillamente lo olía como hacía con el resto de la compra y se daba la vuelta para seguir durmiendo plácidamente entre los cojines del sofá.

la escena

el cliente.- Póngame cinco isotopías y un paquete de analepsis internas.

el librero.- ¿Completivas o repetitivas? Pero le advierto que no las tengo sueltas, van en cajas de media docena.

el cliente.- En ese caso, una caja de completivas y otra de repetitivas, por favor.

el librero.- Perdone la curiosidad, usted parece pertenecer a la Escuela de la Improvisatio —el librero subrayó estas palabras con la voz—. Lo digo porque no es nada corriente vender estos productos, además tan sumamente caros.

el cliente.- ¡Oh sí! Trabajo con el profesor Barbadillo. Tratamos de localizar el punto de vista camuflado y sus consecuencias antropológico-imaginarias en el campo de la narratio. Llevamos ya tres años en este arduo y encomiable empeño.

el librero.- ¡Un trabajo francamente interesante! Y le diré que da gusto oírle: habla usted con gran alcance y mucha proprietas.

el cliente.- ¡No crea, no crea! Tanto el profesor Barbadillo como yo estamos sumidos últimamente en la más aterradora dubitatio.

la tesis

“En consecuencia, creemos firmemente que el rigor de este análisis científico que proponemos, sobre la pertinencia de un estudio del hecho literario desde una perspectiva jitanjafórica, se deriva de las manifestaciones localizadas en la inmanencia textual mediante la descodificación de los principios simbólico-pragmáticos y la aplicación de logaritmos en los niveles semántico intensional y extensional de las obras que nos ocupan. Es clave en ellas la desviación de cronotopos y el uso exponencial de actancias, tanto institucionalizadas como no institucionalizadas; la presencia de estas, localizada mediante el aislamiento de las funciones paralelísticas implicadas en la estructura profunda de la situación discursiva, refuerza el nivel hipo-hiodiegético y delata un discurso dialógico acomodado al hipotexto, como lo demuestra el que A>B siempre que B<A. Por otra parte, si examinamos mediante la derivada de los discursos quién habla y por qué, quién habla y cuándo, quién habla primero como emisor primero, quién recibe el mensaje como receptor primero y a su vez emite su respuesta como emisor segundo, de qué forma se relaciona emisor 1 con receptor 1, emisor 2 (receptor 1) con recep­tor 2 (emisor 1), emisor 3 (emisor 1, receptor 2) con receptor 3 (receptor 1, emisor 2), y así hasta n veces, sabremos si estamos ante una sucesión convergente y cuál es su límite, y obtendremos la función polinómica de la estructura especular dialógica y, en el ámbito de la hermenéutica de la recuperación, el auténtico significado textual preservando de este modo la autonomía del enunciado.”

La gatita estaba hecha un ovillo de aburrimiento. Acurrucada en la silla, se disponía a dormir pacientemente junto a su amo, que escribía interminables páginas y páginas para el segundo tomo de su innovadora tesis doctoral.

Al cabo de cuatro horas despertó, y como volvió a esperar inútilmente que le pasaran la mano por el lomo, decidió asomarse al sol de la ventana. Pero había niebla.

Entonces sintió que aquel día la vida la castigaba injustamente.

el test

1. Lea todo antes de hacer nada.

2. Ponga su nombre en la esquina derecha del papel.

3. Subraye la palabra “nombre” de la segunda frase.

4. Dibuje cinco cuadrados pequeños en la esquina izquierda de arriba de este papel.

5. Ponga una x en cada cuadrado al que nos hemos referido en el punto número 4.

6. Dibuje un círculo alrededor de cada cuadrado.

7. Firme con su nombre debajo del título de esta página.

8. Después del título escriba si, si, si.

9. Dibuje un círculo alrededor de la frase número 7.

10. Ponga una x en la esquina de la izquierda de la parte de debajo de esta página.

11. Dibuje un triángulo alrededor de la x que acaba de dibujar.

12. Por la parte de atrás de esta página multiplique 70 x 30.

13. Dibuje un círculo alrededor de la palabra “papel” de la frase número 4.

14. Diga en voz alta su nombre al llegar a este punto del test.

15. Si cree que ha seguido cuidadosamente las instrucciones, grite “lo he hecho”.

16. En la parte de atrás de este papel sume 107 y 278.

17. Dibuje un círculo alrededor de su respuesta a este problema.

18. Cuente en voz alta y en tono normal de 1 a 10 hacia atrás.

19. Haga tres agujeros en su papel con la punta de su bolígrafo puesta aquí.

20. Si es la primera persona que llega a este punto, grite “Soy el primero en seguir las indicaciones”.

21. Subraye todos los números pares de la parte izquierda de esta página.

22. Ahora que ha terminado de leer cuidadosamente, responda sólo a la pregunta uno.

Pero el aprendiz de poeta, sin saber que se trataba del test de los tres minutos utilizado ahora para medir el grado de narcisismo entre los alumnos de la clase, había cubierto ya todas las preguntas, y con especial entusiasmo las que correspondían a los números 2, 7, 9, 14 y 20, antes de abandonar el aula con verdadera irritación por haberse sentido estafado al leer la última pregunta.

la infancia

—No, no nos ha sorprendido este premio. Ya sabe lo que pasa es estos casos, él estuvo desde muy pequeño fascinado con el arte, y entonces no era aún consciente de ese, como le diría, territorio. Por ejemplo, jugaba con la sopa, mi madre no podía con él, “¡pero qué haces sacando las letras del plato!”, le reñía. Él componía palabras y cuando mi madre se iba a la cocina aprovechaba y levantaba la servilleta con gran misterio para enseñármelas. Eran términos extraños y complicados que seguramente sacaba del diccionario, porque en nuestra casa nunca se decían.

*

—Sí. Recuerdo los teatritos que organizaba los sábados, cuando la ausencia de los mayores. Actuaba en la bañera, se metía dentro, anunciaba tras la cortina los números de la representación, después descorría el telón y nos hacía juegos de magia: palabras que bailaban colgadas del techo con hilos de colores como los farolillos de una fiesta, frases bañadas en purpurina caminando por el borde de la bañera, letras que desaparecían dentro de un pañuelo de seda verde, una pequeña balanza que sostenía un 2 y un 7 de cartulina en sus respectivos platillos inclinando el peso a favor del primero.

*

—También. Su primera publicación fue un pequeño cuaderno donde había copiado algunas páginas de un manual de lectura, una cartilla que guardaba nuestro padre con otros libros curiosos. Allí aparecían las letras del alfabeto y su semejanza con las cosas: la V y un compás abierto, la S con una serpiente, la Ll junto a dos largas piernas… Al final de aquel cuaderno había dibujado en color rojo, como una reina, la Ñ, sola en el centro de la página. Hizo varias copias y las cambió por cromos, incluso por alguna merienda.

*

—Por supuesto. Ya desde niño era muy despistado, aunque le diré que a veces lo aparentaba. Muy a menudo les reñían por volver tarde a él y a una muchacha que nos ayudaba en la casa, se perdían los dos por las calles, ella no conocía bien la ciudad eso era lo que decían, mi hermano tendría entonces siete u ocho años. Más tarde me explicó lo que ocurría realmente, porque cuando la acompañaba a las compras para enseñarle los comercios alargaban el tiempo buscando nombres especiales en las placas de las esquinas: Niña Guapa, Bajada de Bordadores, plaza del Abanico, calle de la Garza… Yo creo que, además, estaba encandilado con aquella compañía, era una mujer muy guapa, muy atractiva. Al fin y al cabo un niño enamorado.

la propia imagen

De Vidas escritas (un espléndido recorrido de Javier Marías por la otra cara del arte, en algunos casos por las pequeñas miserias humanas), cuatro biografías:

La de James Joyce, un hombre altivo siempre seguro de su genialidad, convencido siempre “de la importancia extrema de su obra, incluso cuando aún no existía”.

La de Thomas Mann, obsesionado por dejar anotado para la posteridad, entre cartas y diarios, todo lo que le sucedía: desde sus escritos y lecturas hasta sus “evoluciones estomacales”.

La de Vladimir Nabokov, cuya petulancia le hizo relacionarse, a través de sus antepasados, con Dante, Pushkin o Boccaccio.

La de Yukio Mishima, fascinado por su propia imagen, que dejó registrada en fotografías “artístico-musculares” y en las palabras: “Quiero identificar mi propia obra literaria con Dios”.

el lado opuesto, o siempre borges

“Pues uno lee lo que quiere, pero no escribe lo que quisiera, sino lo que puede”.

“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”.


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