Autor: 27 enero 2006

Paul Auster: Ciudad de cristal
Novela gráfica adaptada por Paul Karasik y David Mazzuccheli
Anagrama, Barcelona, 2005

“La primera escena del libro coincide con algo que me ocurrió en la época en que vivía solo. Una noche sonó el teléfono y la persona que llamaba me preguntó por la agencia de detectives Pinkerton. Por supuesto le dije que se había equivocado de número, pero la noche siguiente me llamó la misma persona e hizo la misma pregunta. Esta segunda vez, cuando colgué el teléfono me pregunté qué habría ocurrido si hubiera dicho que sí. Ese fue el origen del libro, luego yo continué a partir de ahí.” Así explica Paul Auster en una de las entrevistas publicadas en Experimentos con la verdad la génesis de Ciudad de cristal.

Novela corta incluida en la Trilogía de Nueva York, ciudad de cristal dio a conocer a mediados de los ochenta a un autor que sorprendía por reinventar el género policiaco dándole un nuevo aire posmoderno y metafísico. La evolución y el éxito del narrador en las últimas dos décadas ya es historia conocida.La traslación de esta obra a novela gráfica parece sacada de uno de los argumentos de Auster que dejan entrever la magia de la casualidad, esa “música del azar” que dirige buena parte de la narrativa del autor norteamericano. En el prólogo al cómic, Art Spiegelman —uno de los autores gráficos de más prestigio internacional desde su Maus y amigo de Auster— cuenta cómo decidió convertirse en promotor de la adaptación de Ciudad de cristal. El dibujante al que propuso finalmente el proyecto, Paul Karasik, resultó haber sido profesor de arte de Daniel Auster, hijo del escritor, pero además, años antes ya había comenzado a esbozar unas pocas páginas de la novela por pura diversión (estamos seguros de que a Paul Auster le encantó la anécdota). Como afirma Spiegelman en la introducción, la novela gráfica creada finalmente por Karazik y Mazzucchelli (el otro artista que se unió al proyecto como apoyo en bocetos y viñetas) resulta ser un Doppleganger, un extraño doble del libro original. El cómic produce desde el principio de su lectura la misma impresión de extrañamiento, angustia e irrealidad que la novela corta en la que se inspira. Pese a la dificultad de traducir a imágenes una novela que ya se había intentado llevar a la pantalla infructuosamente, los artistas gráficos han logrado una creativa traslación visual que recuerda al cine negro norteamericano más clásico, pero con el aliciente añadido de una acertada imaginería en los momentos en que la novela se torna onírica e irracional. Así, son especialmente sobresalientes y recurrentes los juegos hipnóticos con las perspectivas de objetos que, por cambios en la forma o el tamaño, terminan por convertirse en algo muy diferente de lo que eran al principio. El angustioso y psicótico final de Quinn, el protagonista, tiene un acertado colofón en el cómic que se desgrana de viñetas hasta fundirse en negro.Es Ciudad de cristal una novela que responde a todos los estereotipos posmodernos, de ahí sus quiebros de la racionalidad, la reflexión sobre la escritura o el renovado costumbrismo policiaco en el gran entorno urbano de New York. Todos estos elementos son respetados en la nueva versión gráfica aunque Auster no haya participado apenas en el proyecto. Se agradece, por ejemplo, el respeto íntegro a la extravagante versión sobre el Quijote que el propio Paul Auster, como personaje, da en la novela; o la interpretación del Paraíso perdido de Milton que origina el drama del relato. Aquel que haya leído antes la Trilogía de Nueva York tiene la sensación de no perderse detalle al adentrarse en el cómic y ve además expandidas de forma sugerente las imágenes que pudiera generar la lectura. El otro gran hallazgo de la novela es Quinn, el personaje central que tendrá enorme importancia en la narrativa posterior de Auster. Quinn, como un “yo” posmoderno no posee una identidad sólida y permanente; no se documenta la subjetividad del personaje, sabemos que se trata de un escritor pero desconocemos casi todo de su pasado. El protagonista es sólo una conciencia a la que se deja en libertad de movimientos para contar a través de ella una historia, verdadero objetivo del narrador; así lo confiesa el autor: “Cuando escribo, la historia ocupa siempre un lugar preponderante en mi mente, y siento que debo sacrificarlo todo por ella. Todos los pasajes elegantes, los detalles curiosos, la prosa considerada hermosa, si no son realmente relevantes para lo que intento decir, deben desaparecer”. El cómic cuenta en países como Francia o Estados Unidos con un seguimiento masivo y un gran prestigio cultural: no se trata sino de otra forma artística de contar historias simplemente diferente del cine o la literatura. Obras gráficas de la calidad minuciosa de Ciudad de cristal pueden contribuir a dignificar en España un arte minusvalorado o marcado por demasiados estigmas y prejuicios.

Iván Camblor


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