Autor: 4 noviembre 2008

En las quebradizas páginas de los viejos periódicos se conserva, mejor que en ninguna otra parte, el rostro del presente. Asomarse a ellas es subirse a la máquina del tiempo, dejar de lado las deliberadas o involuntarias deformaciones de la historia. Una mañana de noviembre de 1912, mientras contemplaba el escaparate de una librería, fue asesinado José Canalejas, presidente del Consejo. No había entonces Internet, ni televisión, ni siquiera radio, pero a las pocas horas ya los diarios ponían en las atónitas manos de los madrileños los principales pormenores de la tragedia. Sucesivas ediciones irían añadiendo nuevos detalles. La crónica del Heraldo de Madrid, una anónima obra maestra del periodismo informativo, mantiene intacta toda la desasosegante emoción de aquellos instantes. Ninguna reconstrucción literaria podría igualarla en intensidad.

Apenas si la emoción inmensa que sentimos nos permite coordinar las ideas para dar forma a la expresión de nuestra pena profundísima.

Un criminal ha seguido esta mañana al presidente del Consejo, a nuestro amigo entrañable don José Canalejas, y lo ha matado disparando sobre él una pistola Browning.

El gran orador, el insigne demócrata, el estadista eminente, el pensador que con más presteza y más clara visión de la realidad se había asomado a Europa y había recogido las palpitaciones del pensamiento moderno, ha caído en la calle esta mañana asesinado vilmente por la brutalidad salvaje de un miserable que ha querido pasar a la Historia, a la Historia que lo abominará, manchando con la sangre de un hombre superior que era honor y prez y gloria de su patria.

Canalejas iba solo, desprevenido, preocupado, meditabundo. Cruzaba por la acera de la Puerta del Sol desde la calle de Espoz y Mina hacia el ministerio de la Gobernación. Al pasar por la librería de San Martín detuvo el paso y dirigió la mirada al escaparate. Entonces un hombre limpiamente vestido, con gabán claro y traje azul, se aproximó a Canalejas, y sacando un arma de fuego disparó varias veces sobre Canalejas, que le daba la espalda.

Cayó el presidente, se suicidó el asesino y el cuerpo exánime, como con más pormenores relativos a este horroroso crimen decimos en otro lugar, fue metido en un coche y llevado a Gobernación, donde expiró el ilustre político sin proferir una sola palabra.

Este asesinato es un oprobio de la libertad, un testimonio nefando de la maldad humana. Canalejas era un alma abierta a todos, un corazón que sentía como nadie las miserias del prójimo, un espíritu lleno de nobleza.

Se había hecho él; con tenacísima laboriosidad, aguijada por el noble anhelo de ser útil a su nación.

Nadie como Canalejas había sentido las quejumbres de la multitud menesterosa ; nadie había lanzado antes ideas fundamentales en lo económico y en lo social, que, puestas en vigor como leyes, hubiesen calmado, si no satisfecho en absoluto, las ansias de bienestar de la clase trabajadora.

Y este hombre que había de ser por su espíritu modernizado vínculo de unión espiritual entre España y las demás naciones; este hombre que era la encarnación de las ideas novísimas, para cuya derivación paulatina hacia la realidad de nuestro ambiente solo esperaba la sazón que el tiempo impone a gérmenes para los que no se halla preparado todavía el terreno que ha de prestarles vida, muere, así, en la calle, víctima de un anarquista que lo acecha, cuando acaso al pasar frente a un escaparate de libros vibran en su cerebro lleno de luz ideas que le preocuparon siempre para que los pobres tengan pan y la Justicia y el Derecho no padezcan los ultrajes del despotismo.

Canalejas tenía aquí, en esta Casa, afectos hondísimos; con nosotros había departido muchas veces con aquellas sales áticas de su conversación, siempre ingeniosa, vestida de las ironías y de las galanuras de su inteligencia señorial.

No hace mucho tiempo que el presidente del Consejo, dejando a la puerta de la Casa del heraldo el coche oficial, había visitado nuestra imprenta y había saludado a los operarios de nuestros talleres con frases de afecto, que evocaban recuerdos de nuestra convivencia en una labor común.

En nosotros acrecientan el dolor el recuerdo inmediato de sus palabras efusivas y el remoto de una amistad que había fortalecido el diario vencimiento de las tareas comunes.

El crimen execrable cometido hoy en Madrid merecerá la condenación de todos los pueblos cuitos, como la ha merecido ya de toda España, consternada por la noticia de hecho tan malvado.

Pueblo ingobernable ha sido llamado este. Lo parecerá más desde hoy a cuantos sepan cómo puede ser escarnecida aquí la vida honrada de un español insigne por la bárbara agresión de un miserable asesino.

El atentado. El execrable atentado de que ha sido víctima el presidente del Consejo de Ministros ocurrió a las once y media de la mañana, cuando don José Canalejas y Méndez, siguiendo su democrática costumbre, venía desde su casa a pie al ministerio de la Gobernación para celebrar el Consejo de Ministros.

Había estado el presidente a las diez de la mañana despachando con S. M, y desde Palacio fue en coche a su domicilio, donde recibió a varios amigos, y acto seguido salió a pie, como decimos, y por la calle de las Huertas, plaza del Ángel y calle de Espoz y Mina entró en la Puerta del Sol, tomando la acera de la izquierda.

El presidente, al llegar al escaparate de la librería de San Martín, se detuvo para ver los libros, y a alguna distancia y escalonados, como van siempre, se situaron los agentes que forman la ronda secreta, cuyo primer puesto estaba confiado a don Leonardo Borrego Robledo.

Tres tiros al presidente. Hallábase, como decimos, el presidente del Consejo examinando los libros cuando se acercó un individuo de regular estatura y bien vestido, y sacando rápidamente una pistola Browning disparó por detrás tres tiros sobre don José Canalejas.

En aquel momento terrible y preciso pasaba junto al grupo que formaban agredido y agresor, un criado del conde de Villagonzalo, el cual pudo contener en sus brazos al señor Canalejas antes que cayera pesadamente al suelo. El policía que antes mencionamos oyó los disparos, y precipitadamente descargó su bastón contra el agresor, torciéndosele el palo; pero antes que tuviera tiempo de sacar un arma el asesino le disparó un tiro, sin hacer blanco por un rápido movimiento del policía.

También trató de interponerse y sujetar al asesino un individuo llamado Víctor Galán Freig, a quien también disparó un tiro el agresor, causándole una herida en un brazo.

Toda la escena fue rapidísima, y más se tarda en reseñarla que lo que tardó en desarrollarse.

Como final del sangriento y bárbaro suceso, el agresor se refugió detrás de un coche de punto y se disparó un tiro en la cabeza.

En la librería. El horrible atentado produjo un gran revuelo entre los numerosos transeúntes que circulaban por la Puerta del Sol, los cuales se agolparon ante el escaparate de la librería.

Entre estos había varios diputados, que mientras conducían el cuerpo del presidente a Gobernación trataron de enterarse de los detalles del suceso.

La situación producida por la tremenda escena en el interior de la librería era de completa desesperación al tener noticia de la calidad ilustre de la víctima.

El dependiente principal, entre el estupor que la escena le había producido, enseñaba a todos la luna del escaparate, que presentaba dos orificios producidos por otros tantos balazos.

Nada más podían decir en la librearía, porque apenas dio tiempo para más la terrible escena que ha cortado la vida al presidente del Consejo.

El traslado del presidente. En el sitio de la sangrienta escena se reunieron, como ya decimos, multitud de personas, y tomando muchas de ellas el cuerpo de don José los trasladaron inmediatamente al Ministerio de la Gobernación dejándolo sobre el suelo del zaguán de la izquierda, por si aún podía prestársele algún auxilio.

El médico don Daniel Sánchez de Ribera, que desde la librería acompañó al señor Canalejas a Gobernación, procedió a reconocerle.

Según el citado doctor, el presidente del Consejo solo presentaba una herida de arma de fuego, con orificio de entrada por la apófisis mastoidea izquierda y de salida por el lado derecho, mortal de necesidad.

La muerte del presidente. Hay motivos para sospechar que aún respiraba el presidente del Consejo cuando se depositó su cuerpo sobre las losas del zaguán de Gobernación.

El citado doctor y varios de los que le acompañaban tiraron violentamente de las prendas que vestía el señor Canalejas, dejando su pecho al descubierto.

Desgraciadamente, cuando se hizo esta operación no podían servir de nada los auxilios de la ciencia, porque don José Canalejas era ya cadáver.

Traslado del cadáver. Confirmada, por desgracia, la muerte del presidente, se pensó en trasladar su cadáver a las habitaciones superiores, pensando en colocarlo en el ascensor para llevarlo mejor.

Así se hizo; pero ya al pie del ascensor hubo que renunciar a semejante medio, porque el ascensor es muy pequeño y decidieron subirlo por la escalera principal.

En el salón de porteros. Sobre una mesa grande que en el salón central del ministerio existe, donde los periodistas apuntan sus notas muchas veces y donde se halla el portero mayor, fue depositado el cadáver del presidente.

Escenas desgarradoras. La noticia del horrible asesinato había circulado tan rápidamente como se inflama un reguero de pólvora, y las telefonistas tuvieron también su momento de verdadera locura para atender a las comunicaciones que de todas partes solicitaban.

Así se explica que fueran llegando en pocos momentos cuantos personajes figuran en la política.

Uno de los primeros en llegar fue el señor García Prieto, que al cruzarse con don Miguel Moya, y hondamente emocionado, dijo:

—¿Pero es cierto? ¿Está herido el presidente?

—¡Muerto! —dijo una voz, y ante la terrible noticia el señor García Prieto sufrió un desvanecimiento, teniendo que apoyarse en sus amigos para no caer al suelo.

Contraste horrible. Depositado el cuerpo del señor Canalejas, y entre los sollozos de la mayor parte de los que contemplaban el cadáver, alguien abrió la puerta del despacho central del ministro.

El contraste no pudo ser más tremendo.

Ante los ojos llorosos de los asistentes apareció puesta la mesa preparada para la comida que habían de hacer los ministros después del Consejo que debía presidir el señor Canalejas.

Esa mesa simbolizaba la alegría y satisfacción del deber cumplido, deber al que el señor Canalejas dedicó todas sus energías para hacer más llevadera la vida de los pobres con sus leyes y reformas, y ante ella aparecía sin vida el demócrata por excelencia, tan demócrata que esa condición le ha llevado a perecer ante el arma de un miserable asesino.

La señora de Canalejas.­ –Por teléfono. En aquel momento sonó nuevamente el timbre del teléfono.

Era la ilustre dama que compartió con el muerto alegrías y tristezas, que llena de zozobra, preguntaba si había sucedido algo a Pepe.

El señor García Prieto, ya repuesto de su desvanecimiento, se puso al aparato.

—¿Qué le pasa a Pepe? —preguntó doña María.

—Sufre un accidente —contestó el señor García Prieto.

—Pero ¿qué es? Dígamelo, porque quiero ir corriendo a Gobernación.

—No venga usted, señora, porque al momento iremos a su casa para decirle lo que ocurre.

—¿Pero qué pasa, qué pasa?

La noble señora tenía sin duda la intuición de algo muy grave, porque su voz era rápida y entrecortada, reflejando sobre todo la más tremenda ansiedad.

Por fin pudieron convencerla para que esperase en casa.

El rey ante el cadáver. Sucedíanse en el Ministerio de la Gobernación las escenas de dolor sin interrupción, y pronto llegó al salón el clamoreo de la muchedumbre que vitoreaba al Rey en la calle.

Su Majestad, acompañado del marqués de la Torrecilla, subió en el ascensor y entró en la sala, pálido el semblante y llevando en sus ojos reflejada la horrible impresión que le había producido la noticia.

Don Alfonso XIII contempló el cadáver de su primer ministro con ese dolor mudo que es la expresión más terrible de todos los dolores, y pasados breves instantes ordenó que los ministros de Marina y Guerra se encargaran de dar la noticia a la familia.

Seguidamente S. M. el Rey llamó a los ministros restantes, que ya habían acudido al lado de su ilustre jefe, y se encerró con ellos, así como con los señores Maura y Dato.

—¡Señores, a reunirnos! —exclamó el Rey.

Más escenas dolorosas. Entre tanto repetíanse en el salón las dolorosas escenas.

Don Práxedes Zancada sufrió un síncope al contemplar el cadáver.

Otro tanto ocurrió con los señores Maura y Luque.

El agresor. La gente se aglomeraba también a la puerta de la Casa de Socorro del Centro, contenida por fuerzas de caballería.

Allí había sido conducido el agresor que cuando penetramos en la Casa de Socorro se hallaba agonizando y asistido por los médicos señores Casuso y Dupuy.

Presentaba el agresor y suicida una herida de arma de fuego con orificio de entrada en la región temporal derecha, con salida por la interparietal izquierda.

Su filiación, según la partida de bautismo que llevaba en el bolsillo, es la siguiente:

Llámase Manuel Pardinas Serrato Martín, nació el 1.º de enero de 1880 y tenía, por lo tanto, treinta y dos años.

Era natural de El Grado (Huesca), e hijo de Pedro y Vicenta.

El teniente fiscal señor Mena, con el juez de guardia, recogió la partida de bautismo, una cartera y un reloj.

Anarquista fichado. –Detalles del crimen. –Suicidio del autor. El asesino, Manuel Pardinas Serrato Martín, es un anarquista conocido, cuya ficha antropométrica figura en los Registros de la Policía.

Según versiones de algunos testigos presenciales del atentado, Manuel Pardinas estuvo esperando el paso del señor Canalejas en un bar próximo al lugar del suceso.

Consumado el crimen, Manuel Pardinas huyó rápidamente.

Pero no tanto que un transeúnte, llamado Víctor Galán, se percatase de lo ocurrido y tratara de detener al autor del atentado, arrojándose sobre él.

Entonces el asesino hizo un disparo sobre Víctor Galán, hiriéndole en el antebrazo.

Manuel Pardinas, libre ya de la persecución de Víctor Galán, pero temeroso de que otros transeúntes y guardias que pronto acudieron al ruido del disparo le detuviesen, se refugió detrás de un coche, a la entrada de la calle de Carretas.

En los pocos, contados minutos de que dispuso Manuel Pardinas detrás del carruaje donde logró de momento ocultarse se disparó un tiro, desplomándose gravísimamente herido al suelo.

El cadáver de Canalejas. Imposible describir minuciosamente la emocionante escena.

Casi simultáneamente, mientras algunos transeúntes y 
autoridades acudían a recoger el cadáver del señor Canale­-
jas, otro nutrido grupo de personas se arremolinó en torno del agresor, que yacía en la calle de Carretas, agonizante.

El cadáver de Canalejas fue envuelto en una manta y conducido al Ministerio de la Gobernación, en cuyo salón central del piso principal fue depositado.

Separa este salón los despachos oficiales del ministro y del subsecretario y ordinariamente se destina a las visitas que esperan ser recibidas por aquellos altos funcionarios.

Las primeras noticias a la viuda. El subsecretario de la Presidencia, don Práxedes Zancada, apenas repuesto del síncope sufrido al recibir la noticia del atentado a Canalejas, fue comisionado para disponer el ánimo de la familia del finado para conocer la triste nueva.

Desde el Ministerio de la Gobernación Zancada se dirigió inmediatamente al domicilio particular de Canalejas, solicitando ser recibido con urgencia por la viuda.

Nuestros afanes informativos se detenían, respetuosos, ante el dolor de la ilustre dama, renunciando a inquirir los detalles de tan trágica escena.

Al llegar Zancada a casa de Canalejas, la viuda conocía ya la noticia, aun cuando no toda la gravedad que ella encerraba.

El señor Zancada cumplió su penoso deber en los términos de la más absoluta sobriedad, sin que el propio pesar le permitiese mitigar la impresión que habría de experimentar la viuda.

Dictamen de los médicos. El dictamen de los médicos que han reconocido el cadáver de Canalejas manifiesta tener este una herida, mortal de necesidad, en la cabeza, con orificio de entrada en la región mastoidea izquierda y orificio de salida, más reducido que aquél, en la misma región del lado derecho.

Últimos detalles del asesino. –No es obrero. –Es maestro de escuela. Según los informes últimamente comprobados por la Policía, el autor del asesinato no es obrero, ni metalúrgico, sino maestro de escuela y en la actualidad sin ocupación.

Al registrarle los bolsillos de la americana se le ha encontrado una partida de bautismo, cuyos detalles aún no se han hecho públicos.

Es natural de la provincia de Huesca, pero no de Grado, sino de un pueblo inmediato a este.

Tampoco era maestro. –Era vaciador. El asesino de Canalejas no era tampoco, según las últimas noticias oficiales, maestro de escuela, sino escultor vaciador y, a lo que parece, desconocido por completo en los Centros societarios de Madrid.

Muerte del asesino. Manuel Pardinas, el asesino de Canalejas, ha fallecido a consecuencia del disparo que se hizo en la calle de Carretas detrás del coche donde se refugió perseguido por el transeúnte Víctor Galán.

Manuel Pardinas ha muerto a la una y media de la tarde.

¿Hay un cómplice? Juan González, que vive en Tetuán, se ha acercado a nuestra Redacción para decirnos:

—Bajaba yo por la calle de Carretas, y al desembocar en la Puerta del Sol vi a Canalejas, que estaba inclinado mirando el escaparate de la librería; estaba rozando con el sombrero el cristal, y me fijé en que llevaba el bigote retorcido y estaba recién afeitado. Y yo pensé: «Buena ocasión para pedirle un destino». Pero ante el temor de algún agente no me dejara acercarme a él, creyendo que yo pudiera ser alguno como ese que le ha matado, previamente me contuve. Entonces vi que un hombre de barba más bien rubia se acercaba a Canalejas y le miraba la cara muy cerca, y en aquel momento pasaba junto a mí una muchacha, y la miré, y en ese instante oí tres tiros; levanté la cabeza, creyendo que era un cable o algo así, y en esto veo caer a Canalejas, rígido, y a un hombre con una capa dando traspiés, que fue a caer detrás de los coches…

—¿El de la capa no era el de la barba?

—No, señor.

—¿El de la barba no era un hombre alto, fuerte, fornido?

—No, señor; era más bajo que Canalejas.

—Es que el agente que dio un palo al asesino tiene barba; pero es alto y fuerte.

—No, señor; el hombre de la barba que yo vi acercarse a Canalejas, como para reconocerle, momentos antes de los disparos, es más bajo que Canalejas.

—Y la barba, ¿es negra?

—No, señor; algo rubia.

En la Casa de Socorro. Frente a la Casa de Socorro un grupo numerosísimo permaneció en actitud expectante, conteniendo los guardias, a duras penas, a la muchedumbre.

El asesino, echado en la cama de operaciones en posición supina, luchando con la muerte con gritos apagados, demostraba que su agonía lenta era horrible.

Los médicos le daban por muerto y un soplo de vida le sostenía.

El aspecto de la Puerta del Sol. La Puerta del Sol presentaba un aspecto único. No volverá repetirse el cuadro. Hasta el momento en que escribimos menudean los grupos de todas las clases de la sociedad comentando el suceso.

Los primeros momentos fueron de locura. La gente corría de un lado a otro sin dirección. La Policía, desorientada, quería pegar a la multitud para detenerla; la Guardia Civil luchaba a brazo partido con diputados y senadores que querían entrar en Gobernación para ver el cadáver.

Los empleados de todas las oficinas, abandonando instintivamente sus puestos, salían, frenéticos, a la calle en busca de noticias; por todas partes había una oleada de sentimiento general; en todos los labios surgía un a frase de piedad para Canalejas y una recriminación para el asesino.

La puerta del Sol hervía de movimiento; los tranvías no podían avanzar y tocaban sus campanas; los coches detenidos eran casi arrastrados por la oleada humana, congestionándose; los automóviles sonaban sus bocinas inútilmente; el público agitándose, revolviéndose, quería saber, comentaba el hecho, condenaba el crimen, absorbía los detalles de la catástrofe.

Los altos empleados, los hombres públicos, todas las personas de valía que hay en Madrid han acudido al Ministerio de la Gobernación para descubrirse respetuosos ante el cadáver.

La muerte de Canalejas ha producido un estado general de hiperestesia; el público se ha sentido abrumado, abatido; ha sido una noticia inesperada, que nadie podía prever y que en el cálculo de probabilidades estaba desechada.

La Puerta del Sol hoy ha sido la exteriorización de un estado nacional, reconcentrado allí.

Parecía que la Puerta del Sol era el núcleo de un trastorno nervioso que se irradiará hoy por toda España y tendrá ramificaciones en todo el mundo.

Procedencia del asesino. Según manifestaciones hechas por una conocidísima persona, que ocupa un alto cargo en la Administración pública, el asesino de Canalejas llegó hace tres días de Barcelona.

Sin duda, Manuel Pardinas era individuo sospechoso, porque de su venida a Madrid se tuvo conocimiento en la Jefatura de Policía.

El arma homicida. Reconocida el arma con que ha sido asesinado Canalejas, resulta ser una pistola Browning, de reglamento, al parecer nueva.

Más heridas de Canalejas. Además del balazo en la cabeza, que le produjo la muerte instantánea, Canalejas recibió otros dos balazos: uno encima del corazón, también de suma gravedad, y otro, sin importancia, en el brazo izquierdo.

Palabras del Rey. Emocionadísimo, como antes decimos (sic), el Rey al encontrarse frente al cadáver de Canalejas, apenas cometido el atentado, solo pudo pronunciar las siguientes palabras:

—¡Qué horrible es esto!

Navarro Reverter, enfermo. De los ministros, el primero que llegó al Ministerio de la Gobernación fue el señor Navarro Reverter.

Apenas el ministro de Hacienda hubo llegado al piso principal, al enterarse de toda la inmensa gravedad del suceso, experimentó un fuerte síncope, que durante algunos segundos le tuvo privado.

Repuesto el señor Navarro Reverter de la terrible impresión primera, penetró en el salón donde yacía el cadáver de Canalejas.

A su vista, el ministro de Hacienda sufrió otro síncope de mayor duración que el primero.

Tan fuerte fue esta segunda emoción, que el señor Navarro Reverter tuvo que ser sacado del salón en brazos de varios amigos y conducido rápidamente al coche que en el patio de Gobernación le esperaba para llevarle a su domicilio.

El ministro de Hacienda, apenas llegó a su casa, se vio obligado a guardar cama, enfermo a consecuencia de tan hondas y recias impresiones.

Las Cámaras. A las tres en punto se abrirá la sesión en ambas Cámaras.

Tan pronto como sea aprobada el acta, el Gobierno dará cuenta del terrible suceso acaecido esta mañana y se levantará la sesión inmediatamente.

La primera autoridad. El primero que en el Ministerio de la Gobernación dio las oportunas órdenes fue el teniente coronel de la Guardia Civil don Joaquín Manchón y Valor.

Un rumor. Con gran insistencia y, hasta si se quiere, con visos de verosimilitud ha circulado el rumor de que en el ministerio de la Gobernación se había recibido hace cuatro días noticias de París anunciando la salida de un anarquista que venía a Madrid con objeto de cometer un atentado.

Este rumor no ha podido ser comprobado.

La noticia en Fomento. A las once y minutos comenzó circular por el ministerio de Fomento la noticia de que el señor Canalejas había sido víctima de una agresión.

Efectivamente, el secretario del señor Villanueva comunicó que hasta él habían llegado los rumores; pero oficialmente no sabía nada.

Muchos funcionarios, creyendo se trataba de una broma de mal gusto no hicieron caso; pero como la noticia seguía circulando con caracteres alarmantes, todos abandonaron sus puestos precipitándose al despacho del ministro.

Momentos después abandonaron precipitadamente el ministerio los directores generales, jefes de negociado y demás funcionarios de categoría.

La primera noticia. La tuvo el director de Comercio, señor Groizard por sus hermanas, que fueron testigos presenciales de la agresión al señor Canalejas, en la Puerta del Sol, y llamaron por teléfono, poniéndole en antecedentes del suceso.

Al abandonar el señor Groizard su despacho comunicó la noticia a sus empleados y estos la hicieron circular rápida­mente.

El señor Villanueva salió del Ministerio a las once y diez minutos con dirección al Ministerio de la Gobernación, donde se celebraba Consejo.

La noticia, según versiones, la recibió en la calle, siendo tan fuerte la impresión que le produjo que sufrió un fuerte síncope.

Varias versiones. En la secretaría del Ministerio de Fomento y en los pasillos se hacían varias versiones.

En uno de los grupos decían que el presidente del Consejo de Ministros salió esta mañana a pie de su casa y se dirigió al ministerio de la gobernación para celebrar Consejo y al llegar a la esquina de la calle de Carretas, un individuo joven y algo mal vestido le había disparado tres tiros con una pistola de gran calibre y que emprendió precipitada fuga.

El señor Canalejas vaciló; pero rehaciéndose y llevándose las manos al pecho, continuó su camino hasta la puerta del ministerio, donde se abrazó a un portero diciendo:

—No es nada; herido, herido —y perdió el conocimiento.

Otros decían que fue conducido a Gobernación entre seis guardias de Orden público, y que el agresor se había disparado un tiro en la cabeza, quedando muerto en el acto.

Otros decían que el señor Canalejas no tenía más que leves heridas, y otros que había muerto instantáneamente.

También decían que dos agentes de la Policía secreta al ver que un individuo disparaba un revólver contra el presidente del Consejo, dispararon varios tiros, matándole.

La noticia oficial. A las doce y media el taquígrafo señor Pantoja comunicó al secretario del señor Villanueva que el señor Canalejas había fallecido a consecuencia de las heridas recibidas.

Interrogado el secretario, negaba que esta noticia fuera oficial, pues él no sabía más que las noticias que circulaban por el ministerio.

¿Quién es el asesino? En los corrillos formados en los pasillos se decía que el asesino era un anarquista llegado a Madrid para asesinar al señor Canalejas; que era un estudiante, que era ingeniero industrial; también decían que era un conservador amargado por los triunfos del señor Canalejas; que era un escultor; y, por último, que era un policía de la secreta que tenía resentimientos por haber sufrido un castigo.

A Gobernación. Al ratificarse la noticia de la muerte del señor Canalejas, todos los empleados que quedaban en el ministerio se dirigieron al de la Gobernación con objeto de ver el cadáver y hacer constar su profundo sentimiento por la muerte del gran político demócrata.

Muchos empleados y ordenanzas, comentando el suceso, derramaban lágrimas.

Comentarios políticos. En los despachos de los altos funcionarios se comentaba con calor la situación actual del Gobierno.

Unos pronosticaban que el Rey encargará de formar Gabinete al señor Montero Ríos, otros rebatían esta hipótesis y decían que el encargado sería el conde de Romanones.

Los demás decían que será el general Weyler o el señor Maura; otros dos abogaban por el señor Moret, y ninguno lograba ponerse de acuerdo.

Los candidatos que tenían más partidarios eran los señores Maura y Weyler, en particular aquel, pues según los más suspicaces, el Rey encargaría después del Consejo de formar Gobierno al señor Maura, pues había estado conferenciando en Gobernación con él.

—¿Pero está el Rey en Gobernación? —preguntó uno.

—Naturalmente —le respondieron—; en cuanto tuvo conocimiento de la triste noticia, se personó en el ministerio.

—Y al pasar por la Puerta del Sol —añadió otro— fue vitoreado y ovacionado entusiásticamente.

Salvo estos aficionados políticos, no quedó nadie en el ministerio. Todos corrieron al de la Gobernación para convencerse de la inesperada muerte del señor Canalejas, que tan profunda impresión ha causado en todos los ánimos.

Consejos en Gobernación. Los ministros estuvieron reunidos algunos minutos, presididos por el Rey, cambiando impresiones acerca del inesperado y trágico suceso, acordándose que interinamente se encargase de la presidencia del Consejo el señor García Prieto.

Esta noche comenzarán las consultas para resolver la situación política. Serán llamados a Palacio todos los personajes políticos, según se acostumbra en las crisis más graves.

Después de retirarse el Rey del ministerio de la Gobernación se reunieron nuevamente los ministros en consejo.

Esta tarde se dará cuenta a las Cámaras de lo ocurrido, y tanto el Congreso como el Senado suspenderán sus sesiones en señal de duelo.

El Gobierno delibera. A la una se reunieron de nuevo los ministros en el despacho del señor Barroso, y presididos por el señor García Prieto, para adoptar algunas disposiciones necesarias.

En primer término acordaron presentarse a la hora ordinaria a las Cámaras. Haciéndolo primero al Congreso y después al Senado.

De acuerdo con ambos presidentes, y una vez dada cuenta del vil asesinato presidente del Consejo, proponer levantar la sesión en demostración del sentimiento nacional producido por el insólito hecho.

Se acordó asimismo que el entierro del cadáver del señor Canalejas se verifique mañana, a las tres de la tarde, tributándosele los honores que por el alto cargo que ejercía le correspondía.

Conocido por los ministros el parecer de la viuda, se acordó que el cadáver sea trasladado esta tarde al Congreso para depositarlo en el pórtico de entrada, convertido en capilla ardiente, con objeto de que esta noche, en las primeras horas, y las de mañana hasta medio día pueda ser visitado por el público.

Los ministros de la Guerra y de Gracia y Justicia fueron comisionados por los demás compañeros para trasladarse al domicilio del señor Canalejas e informar a la viuda de la infausta desgracia y saber por ella si su ilustre esposo tenía o no otorgado testamento, por si en él se contuviese alguna disposición relacionada con su entierro.

Después de la salida de ambos ministros siguieron reunidos los demás un buen rato, y cerca de las dos y media abandonaron el departamento de Gobernación para dirigirse a sus casas y desde éstas a las Cámaras.

El Rey y García Prieto. A las dos y cuarto de la tarde llegó a Palacio el señor García Prieto, presidente interino del Consejo de Ministros.

El marqués de Alhucemas permaneció conferenciando con el Rey cerca de media hora, dando cuenta a S. M. de los acuerdos adoptados en Consejo.

El señor García Prieto sometió a la firma del Monarca el decreto disponiendo que se tributen al cadáver del Sr. Canalejas los más altos honores, los de capitán general con mando en plaza.

Manifestó el presidente interino a los periodistas que le interrogamos los acuerdos relativos a la exposición del cadáver y al entierro, de los cuales en otro lugar damos cuenta.

—Esta tarde —añadió— comenzarán las consultas para la resolución del problema político planteado. Darán principio a las cinco. No sé quienes sean los llamados por Su Majestad, ni si serán todos ellos los pertenecientes al partido liberal o al conservador también. Acaso vuelva yo a última hora a dar cuenta al Rey de cuanto ocurra.

El señor García Prieto hizo a los periodistas estas breves manifestaciones emocionado en términos realmente extraordinarios.

Amortajando el cadáver. A la una y media procedieron varios amigos íntimos, dirigidos por el señor Armiñán, a desem­peñar el triste cometido de amortajar el cadáver del señor Canalejas, conforme se hallaba colocado sobre la mesa grande del salón central de Gobernación.

Antes de dejó entrar a verle a cuantas personas se encontraban en Gobernación, pasando de algunos miles las que desde las doce hasta la hora indicada han desfilado ante el cadáver del señor Canalejas.

El subsecretario de Gobernación, señor Navarro Reverter, el director de Administración local, señor Belaunde, y los jefes de sección señores Lon y Alvareda y Moreno, multiplicaron hoy sus energías disponiendo y ejecutando por sí mismos cuantas resoluciones fueron precisas, al paso que atender a las altas y numerosas personas que acudieron a Gobernación desde los primeros momentos de conocer lo sucedido.

La indignación del público. No ha podido evitarse que el público se entere de que desde el mes de agosto la ficha del anarquista Manuel Pardinas la tenía la Policía española.

Manuel Pardinas tenía intención de matar al Rey y a Canalejas; la ronda del Rey tiene la ficha del anarquista, y, en efecto, afortunadamente, no ha podido cometer el infame atentado que pensaba en la persona de Su Majestad.

El anarquista se ha paseado tranquilamente por Burdeos, y ¡lo inaudito!, ha podido acercarse a Canalejas para dispararle a quemarropa.

Cuando el público lo ha sabido, la indignación ha comenzado a recorrer todo Madrid. Por todas partes se oyen frases de indignación contra la Policía, contra esa Policía que permite que un anarquista fichado pueda cometer un crimen en la forma cínica que lo ha hecho.

El movimiento de sentimiento que produjo la noticia de la muerte de Canalejas, se ha convertido en indignación contra la Policía. El público pide la destitución inmediata del señor Fernández Llanos, quien se supone que habrá dimitido enseguida con todo ese personal a sus órdenes inepto, que no ha sabido evitar el crimen anarquista.

Tratárase de un caso aislado, y la opinión hubiese comprendido que la Policía no lo había podido evitar; pero la consecuencia de un plan anarquista, ejecutado por un individuo de antecedentes perfectamente conocidos, es una responsabilidad inaudita, reprobable, insólita.

—¿Para qué sirve la Policía? —se pregunta el público—. Esto es intolerable.

En la Puerta del Sol se han escuchado varias versiones de un movimiento iniciado por la opinión indignada, para dirigirse a la Jefatura de Policía en actitud hostil.

Sabemos positivamente que el señor Fernández Llanos ha dictado órdenes previsoras para evitar cualquier asalto del público a la Jefatura de Policía.

Por todo Madrid se oyen toda clase de censuras al jefe de Policía y sus empleados, a quienes el público acusa de inútiles.

La indignación del público hace también responsables de la muerte de Canalejas al jefe de policía, señor Fernández Llanos, y a toda la Policía a sus órdenes.

En la calle de las Huertas. Jamás, en ningún momento, ofreció Madrid espectáculo tan imponente como el de hoy.

Aparte del gentío inmenso congregado en la Puerta del Sol, ante el Ministerio de la Gobernación y el quiosco del heraldo, y en las calles de Alcalá y Sevilla, leyendo las noticias que los transparentes periodísticos iban haciendo públicas, era de ver la muchedumbre que, silenciosa, triste, llorando algunos, se dirigía por la calle del Príncipe, por la plaza del Ángel y por la calle de Atocha hacia la de las Huertas, donde tenía su domicilio el insigne patricio que hoy llora España entera.

Los guardias de Seguridad, los porteros de la casa, los amigos que allí había, eran impotentes para contener el gentío.

A la derecha del amplio zaguán había colocados pliegos y todos se disputaban estampar su firma en ellos.

No era el desfile cortés, la manifestación de amistad, la expresión de una gratitud; era el impulso avasallador, la protesta unánime, la explosión grandiosa del sentimiento de todo un pueblo, de este pueblo de Madrid, que siempre se deshizo en respetos, en cariños, en admiración hacia el hombre popular que hoy ha sido vilmente asesinado.

Y buena prueba de ello la han ofrecido aquellos pliegos llenos de rasgos temblorosos, más empapados por las lágrimas que por la tinta.

En la Universidad. La noticia produjo en la Universidad una sensación verdaderamente horrorosa. Los estudiantes se hallaban entregados al barullo, sin entrar en clase, y gritando, en un grupo de unos cuatrocientos: ¡viva la huelga! Allí se hallaba el comisario general, señor Galván, y el comisario del distrito, Sr. Escudero, con el rector.

A este señor se acercó un individuo comunicándole en voz baja que el presidente del Consejo de Ministros acababa de expirar víctima de cuatro tiros que le había disparado un sujeto en la Puerta del Sol. Rápidamente circuló la noticia, y los estudiantes, cambiando en el acto de actitud, demostraron su profundo sentimiento, y encamináronse silenciosamente a la Puerta del Sol.

En los barrios extremos. A las doce menos cuarto había llegado ya confusa y caótica la terrible noticia, formándose grupos acá y allá, dudando todos, pensando que era imposible lo que oían.

Mas tales datos, noticias y señas se daban de lo ocurrido que las gentes se rendían a la evidencia y muchos corrían a la Puerta del Sol para comprobar la exactitud de lo oído y anhelando vivamente que no se confirmara lo que se decía.

Así las grandes avenidas de los barrios altos y de los barrios bajos bien pronto se vieron llenas de una multitud apresurada que se encaminaba a la Puerta del Sol y también a los transparentes de los diarios.

Esta agitación, lejos de decrecer, ha ido en aumento, tanto que a la hora de escribir estas líneas, la triste, la tremenda noticia, no es ignorada de nadie, ni siquiera en lo más remoto del extrarradio, y no hay que decir que el dolor y la indignación son generales y se expresan en vivos comentarios de enérgica condenación. ■ ■


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