Autor: admin 14 enero 2009

Gianni Stuparich
La isla
Minúscula, Barcelona, 2008

El tema de la enfermedad recorre todas las edades de la literatura universal. Tanto así que la ósmosis ha dado lugar a una ubérrima exégesis en consonancia. Unas veces, los personajes enfermos fueron instrumentos narrativos para individualizar y recortar el mundo. Otras, por lo que la escritura tiene de catarsis, el trasfondo de la enfermedad sirvió de desaguadero de padecimientos personales: la epilepsia de Dostoievsky recayó más de una vez sobre sus personajes, el tormento que le infligía su tuberculosis llevó a Kafka hasta Gregorio Samsa y su fábula de alienación. En cualquier caso, el censo es largo y divergente e integraría a autores como Thomas Mann, Moliére, Tolstoi, Byron, Nietzsche, Allende, Cela, Baroja, Màrai, Pasternak, Onetti, Saramago o Philip Roth. España, siempre hiperbólica, aportó hace cuatro siglos a Alonso Quijano, el enfermo mental por excelencia de la ficción universal. De la cosecha nacional más reciente persisten en la memoria el desgarrador y sublime Mortal y rosa de Francisco Umbral; Con mi madre, de Soledad Puértolas, y La piedra en el corazón, de Luis Mateo Díez.