Autor: admin 21 septiembre 2007

Antonio Rivero Taravillo: Viaje sentimental por Inglaterra
Almuzara, Córdoba, 2007

«Si mi carne igualara al pensamiento / jamás me detendría la distancia.» En estos versos de Shakespeare se concentra la llaga del viajero que no alcanzará su horizonte. El viajero es simple carne mortal; pero el sendero es siempre inmortal, el camino hacia la infinitud de una puesta de sol en el tiempo del olvido. Viajeros y lectores comparten la misma enfermedad de la vastedad. Acabado un viaje, el viajero ansía doblar la esquina de un próximo viaje, que quizá sea el periplo de un no retorno. Acabado un libro, el lector desea devorar otro libro más, porque siempre le atormentará la bulímica sensación de que aún queda mucho por leer. La patología irrefrenable del viaje y la literatura se da en Antonio Rivero Taravillo, poeta, traductor, ensayista y cronista de paisajes líricos como el que ofrece en este Viaje sentimental por Inglaterra.

En realidad el libro de Rivero Taravillo es un homenaje cubierto de hojas cobrizas y dedicado al autor del Tristan Shandy, Laurence Sterne. Sterne, escritor, sermoneador de conciencias y bisnieto del arzobispo de York, escribió en sus días su libro Viaje sentimental por Francia e Italia. En sus páginas daba cuenta de la tipología varia de los peatones que atraviesan la vida a sotavento de la más inquieta curiosidad, lo propio en quienes son culillos de mal asiento. Distinguía así entre viajeros ociosos, viajeros inquisitivos, viajeros mentirosos, viajeros vanidosos y viajeros melancólicos. Todos ellos acaban en una sola categoría, el viajero sentimental, adscripción que se otorga el propio Rivero Taravillo. De ahí el homenaje a Sterne. De ahí, en definitiva, este libro que es en cierto modo apéndice y coda del viaje sentimental que empezó por Francia e Italia y acaba, al menos de momento, en Inglaterra.

Autor: admin 23 enero 2006

W. N. P. Barbellion: El diario de un hombre decepcionado
Alba Editorial, Barcelona, 2006

Sin duda que, con ocasión de la atrocidad inédita que supuso la I Guerra Mundial, aparecerían en su momento en Inglaterra, como en los demás países en conflicto, testimonios autobiográficos en que los protagonistas contaban su experiencia increíble, en el frente o en la retaguardia.

Este del que quiero ocuparme aquí es, sin embargo, diferente a todos los demás. De entrada su protagonista, por razones de salud, no tuvo que ir al frente; y, aunque padeció —como casi todos— las privaciones que afectaron a la población civil, y su consiguiente angustia por él mismo y por sus seres cercanos, nada de todo eso ocupa en el texto un lugar particularmente relevante. Se alude a ello, desde luego, porque forma parte inevitable del paisaje vital al que en algún momento tuvo que enfrentarse el autor; pero ni es lo más decisivo en su relato, ni en ningún sentido lo caracteriza. Sentimos claramente, al leerlo, que lo que de veras es importante aquí podría haber ocurrido en cualquier otro tiempo, en cualquier otro sitio. Los accidentes externos, aunque sean del tamaño de lo que entonces (no para mucho tiempo, por desgracia) se llamó la Gran Guerra, pueden alguna vez ser su marco; nunca su sustancia.