Autor: admin 6 septiembre 2007

Jorge Ángel Pérez

Lo que vio La Habana ese día, lo que en la plaza de Armas sucedió, no debe tenerse por notable. Que es muy común, dicen algunos, y también que así sucede a diario. Quizá tengan razón pero no vi yo antes tan señaladas figuras, tan raramente vestidos, tan liosos y exaltados.Y era tanta la persuasión con la que hablaba el uno como el otro, eran tan tremendos sus ímpetus, que nadie podría saber dónde se encontraba la razón y en qué lugar el delirio. Desmedidas eran también sus terquedades. Cada uno seguro de poseer la verdad mejor. El gordo, inequívoco, defendiendo la certeza de que lo que su amo veía furibundo en aquella plaza de La Habana, como gigantes, no eran más que hombres levantados sobre zancos.

Los destruiré a todos, desgraciados, malandrines, gritaba el flaco, para dirigirse luego al gordísimo que lo seguía: ¿acaso no entiendes? ¿Te quedaste ciego? ¿No ves en sus figuras a los hijos de Gaya con Urano? Y reía con estridencia el gordo, que muy diferente lo veía todo y no dejaba de carcajearse bullicioso. Y como no cesaba la bulliciosa risotada, optó el enorme flacundengo por convencerlo a gritos y persuadir también a todo el que se acercaba curioso en el estrépito. Entonces dijo el flaco, que teniendo esos enormes por madre a la tierra y de ella nacidos, querían ahora seguir al padre que los engendró, que para llegar a ese padre cielo, en su crecimiento, eran capaces de hacer cualquier cosa, incluso pérfidas, incluso diabólicas, que demonios eran. Eso aseguraba el larguirucho hablando, hablándoles al gordo, a los curiosos.

Autor: admin 3 mayo 2007

Jorge Ángel Pérez

¿Cómo se habían encontrado? ¿Por casualidad? ¿Es que acaso se llama casualidad a lo que ocurrió porque estaba escrito allá arriba? ¿Tenían nombres? Claro que tenían, y claro que os importan. Se llamaban Denis Diderot y Lauren Sterne. ¿De dónde venían? El irlandés de Inglaterra. El francés, nacido en Langres, estaba en París desde hacía mucho. ¿Adónde iban? A encontrarse. ¿Y dónde ocurrió tal encuentro? Es posible que en casa del duque de Orleans o en medio del círculo del barón de Holbach, quien había ofrecido a Sterne su hotel de la rue Royal: “Puede sentirlo como su propia casa”, le aseguró el barón. El caso es que se conocieron y trabaron amistad. Era 1763, cincuenta años después de sus nacimientos, había finalizado la guerra entre Francia e Inglaterra y esta última se puso de moda en París; Hume se leyó como nunca, Garrick fue reclamado y se le recibió con grandes honores. ¿Quién, y dónde, presentó a los escritores? Pudo ser el propio Hume, se comunicaba frecuentemente con Diderot.