Autor: admin 21 noviembre 2008

Iñaki Uriarte

Estuvimos en Benidorm el fin de semana de Todos los Santos y nos hemos traído un gato recogido en la puerta del Parador de Teruel. Suponemos que alguien lo abandonó allí. Le hemos puesto de nombre Borges, pero le llamamos Borgito. Mari, la interina, que no sabe quién es Borges, le llama Jorgito. A Borges también le llamaban en casa Georgie.

Al gato le hemos puesto la cama en el cuarto de atrás, donde tengo los libros de poesía. Releo los poemas de Baudelaire y Borges sobre gatos. No sé si este va a saber comportarse a tanta altura. Ni nosotros. No sé si él va a aprender a ser «más remoto que el Ganges y el poniente», como escribe Borges, ni nosotros somos esos de quienes dice Baudelaire: «Les amoureux fervents et les savant austéres aiment, dans leurs mûres saisons, les chats…»

Autor: admin 5 noviembre 2008

Isaías Lerner

Después de la revolución militar que sacó del poder al presidente Perón en 1955, las universidades argentinas, y en particular la de Buenos Aires, comenzaron un periodo de recuperación y renovación que, por lo menos en la de Buenos Aires, supuso la reincorporación de muchos docentes que el régimen peronista había excluido ya sea por razones políticas o por mero favoritismo; la confirmación de otros, y el nombramiento de nuevos catedráticos que, por complejos motivos, habían permanecido hasta entonces al margen de la docencia universitaria.

Autor: admin 7 mayo 2007

Ariel Bernstein

Un discurso en Alcalá

Abril de 1980. Jorge Luis Borges camina por la antigua Universidad de Alcalá de Henares. El rey Juan Carlos de España le entregará el premio Cervantes, distinción que es considerada como el Nobel de las letras hispánicas. Borges, que pronto cumplirá 81 años, sube al escenario para dar su discurso. Sabe que entre quienes lo observan algunos son viejos conocidos. Quizás recuerda también a quienes no están. El rostro de un lejano y joven amigo de Mallorca, Jacobo Sureda, el rostro del maestro Cansinos-Assens. Su cuerpo se mueve con lentitud; ya no tiene aquella adolescente y delgada figura que nadara hábilmente en el Mediterráneo, ni el que caminara inagotable por las calles recién amanecidas de Madrid. Su ceguera no le permitirá observar las viejas columnas ni apreciar, una vez más, Córdoba y Sevilla. Borges pronuncia su discurso y todos callan. Allí recordará a otro gran amigo español que lo acompañó toda la vida: “Yo ahora me siento más que justificado, me llega este premio, que lleva el nombre, el máximo nombre de Miguel de Cervantes, y recuerdo la primera vez que leí el Quijote, allá por los años 1908 o 1907”. También dirá: “Me conmueve mucho el hecho de recibir este honor en manos de un rey, ya que un rey, como un poeta, recibe un destino, acepta un destino y cumple un destino y no lo busca, es decir, se trata de algo fatal, hermosamente fatal…” El destino era el que había querido unir, ya desde la sangre, a Borges con España.