Autor: admin 19 enero 2006

Miguel d’Ors

(Posdata prologal: en el aeropuerto de Madrid subo al avión que va a conducirme a Nápoles. Mi asiento es el 2C, pasillo. Cuando doy con él, compruebo que en el 2D, ventanilla, hay un inconfundible italiano —un hombre maduro con una de esas caras cuatrocentistas, como de condottiero, que tanto abundan en aquel país— y que el sitio que me corresponde lo ha ocupado con su equipaje de mano. Tímida y cortésmente le insinúo al hombre que aquella es mi plaza, y que el equipaje la azafata le exigirá que lo coloque dentro del compartimento destinado a tal efecto. El tipo pone una cara muy expresiva que quiere decir “Bah, qué más da”, se levanta con su bolsa y uno y otra pasan con gran dignidad a los asientos 3C y 3D, detrás de mí. Al cabo de un momento vuelve a levantarse y se instala con su bolsa en los 1A y 1B, en la primera fila. Qué individuo más especial, digo para mis adentros.