Autor: 21 marzo 2009

Luis Alberto de Cuenca
Hola mi amor, 
yo soy el lobo…
Antología y prólogo de Jesús Egido y Miguel Ángel Martín
Rey Lear, Madrid, 2008

La condición de letrista musical es una de las facetas menos conocidas del poeta Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950). Sin embargo, uno de sus poemas, escrito a finales de los setenta, alcanzó gran popularidad al convertirse en la canción «Caperucita feroz» de La Orquesta Mondragón. El grupo, liderado por Javier Gurruchaga, se caracterizó por divertidas puestas en escena que fusionaban música y teatro y convertían cada interpretación en un conjunto de secuencias humorísticas. El primer verso de aquel tema de la movida madrileña sirve de título para una antología poética, preparada y prologada por José Egido, e ilustrada por el dibujante leonés Miguel Ángel Martín, pionero del cómic underground y afamado dibujante de portadas discográficas.

Tanto la cubierta como las ilustraciones interiores siguen trazos de línea clara. La narrativa en imágenes ha dado pie a frecuentes aproximaciones críticas de Luis Alberto de Cuenca, quien considera al cómic una lograda expresión plástica de la modernidad; arte secuenciado con esquemas narrativos propios, que constituye un género cultural singularizado.

El breve prólogo, escrito conjuntamente por el editor y el ilustrador, resalta los caracteres peculiares que comparten los poemas seleccionados: una mirada actual y urbana que mezcla en sus percepciones humor amargo e ironía, el regusto pop alejado de la erudición enciclopédica, pero pertrechado de una tradición plural y el clasicismo formal de una expresión comunicativa. Todos estos caracteres se aglutinan bajo el epígrafe «Romanticismo feroz», que cumple la función de línea organizadora.

El venecianismo define el tramo de amanecida de la poesía de Luis Alberto de Cuenca, con entregas como Los retratos, libro de 1970, y Elsinore, segundo poemario, al que pertenecen el poema de arranque «la chica de las mil caras» y tres composiciones más. Eran libros que convertían al poeta en un representante más de la hornada novísima. Un artículo del autor, publicado en la revista Poesía, enmarcaba su estética en la sensibilidad del lenguaje como creación autónoma, escasamente influido por los referentes externos. Pero ese perfil va sometiéndose a una mutación continua; la expresión se depura y el poema se hace más sombrío y luminoso.

En el itinerario no hay rupturas sino momentos de una misma realidad poética; así lo resaltan en sus aproximaciones críticas Luis Muñoz, Juan José Lanz o Javier Letrán, quienes asimismo coinciden en considerar La caja de plata como título central y definitorio. Editada por primera vez en 1985, por Renacimiento, La caja de plata obtuvo el Premio de la Crítica. Sus poemas sirven de registro para una subjetividad en crisis, aunque también tiene el ritmo narrativo de un libro de aventuras. El poemario cohesiona referentes culturales históricos y mitológicos, a los que suma situaciones del cine negro y escenas cotidianas con apariencia de autobiografía. De este modo cristaliza un yo ficcional que tendrá amplia repercusión en voces emergentes de las décadas siguientes. Pareja voluntad expositiva hallamos en la entrega El otro sueño, que aporta siete composiciones. En el tramo final están representados los últimos poemarios del autor, El hacha y la rosa, Por fuertes y fronteras y La vida en llamas, en los que el devenir existencial se asimila a un estado del despertar que aporta escepticismo y melancolía. Junto a ellos están los poemas convertidos en canciones, escritos a principios de los años ochenta.

Hola mi amor, yo soy el lobo… aglutina una particular iconografía del sentimiento amoroso en el complejo entorno de la ciudad contemporánea. Lírica irónica, desenfadada y postmoderna que preserva rasgos del epigrama grecolatino en su agudeza para captar situaciones livianas o anecdóticas con brevedad, ingenio y emoción. Poesía que permite adentrase en el bosque de los sentimientos.

José Luis Morante


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