Autor: 16 julio 2009

Inmaculada de la Fuente

La voz y la figura de Constancia de la Mora Maura han sido rescatadas del olvido en los últimos años, pero las sombras que planean aún sobre su trayectoria alimentan una visión enigmática y todavía tópica de la nieta comunista de Antonio Maura. No es fácil despojarla de la leyenda que la acompaña. Su apoyo sin fisuras a la II República, su labor de propaganda al frente de la oficina de Prensa Extranjera y su matrimonio con el jefe de la Fuerza aérea, Ignacio Hidalgo de Cisneros, dotan a su figura de un halo de ficción, como si faltaran aún cabos sueltos para entender de modo cabal su biografía. O como si una trayectoria tan singular y novelesca exigiera una constante revisión. En consecuencia, la nieta republicana de Maura sigue siendo una desconocida, no solo por su exilio en México, donde sus convicciones comunistas experimentaron una sutil transformación, sino por esa visión borrosa y fragmentada que nos ha legado ella misma. Un retrato en penumbra que convive con otros rasgos de su carácter más contrastados, los de una militante entusiasta e implacable.

Constancia de la Mora (1906-1950) no ofrece, por tanto, un único perfil, sino una imagen desdoblada, a menudo poliédrica. Su propia autobiografía, un icono de la literatura testimonial de la posguerra, no puede verse ya como un espejo acabado de lo que fue su vida. A pesar de que De la Mora debe su proyección internacional a esa autobiografía que narra la metamorfosis de una joven de la alta burguesía en una española de izquierdas, la obra no ha dejado de concitar controversias.

Lo llamativo es que In place of Splendor, publicado por primera vez en 1939 en Estados Unidos, no es exactamente el mismo libro que Doble esplendor, la primera edición en castellano publicada en México en 1944 (y en España en 1977). No solo porque se aprecian cambios de voz, sino porque al traducirla al español, De la Mora introdujo variaciones, aunque el contenido esencial permaneciera.

El proceso parece lógico. La tentación de reescribir la propia historia, insoslayable. Al igual que algunos reconocidos traductores sienten a veces la tentación de mejorar el estilo de lo que vierten a otro idioma, Constancia de la Mora tenía ante sí una oportunidad que no podía desaprovechar: se trataba de su libro, más aún, de su historia, y al traducirla, en parte la reescribió. Ni ella era la misma, cinco años después, ni los lectores a los que se dirigía tenían idéntico grado de conocimiento de la historia de España.

Ambos libros, además, fueron escritos en circunstancias muy distintas. Aunque narran la misma historia, hay diferencias en la redacción y en la información. No es sorprendente que Constancia o Connie (como la llamaban sus amigos tras vivir unos años en Reino Unido) se tomara la traducción al español como una labor personal quizás más íntima que la redacción inicial. En la edición inglesa, además, contó con ayuda externa, aunque en su momento se obviara o minimizara esa colaboración. Al traducirse al español (su idioma materno, justamente en el que por fuerza pensó su historia mientras trataba de escribirla en inglés) tenía la posibilidad de pulir el texto inicial, apresurado y en cierto modo colectivo, aunque se identificara con él en líneas sustanciales. La edición española es si cabe en este sentido más suya. Con la limitación de que la historia ya estaba escrita y no podía desdecirse de lo contado, aunque sí narrarlo de otro modo.

IN PLACE OF SPLENDOR Y DOBLE ESPLENDOR: DOS OBRAS PARALELAS

Algunos de los cambios introducidos en la versión española no son ajenos al modo en que se gestó In place of Splendor: the autobiography of a Spanish woman (Harcourt. Brace and Co, 1939). Sobre esta autobiografía circularon toda clase de especulaciones y leyendas. Cabe incluso preguntarse: ¿de dónde sacó el tiempo y la concentración suficientes Connie de la Mora para escribir en unos pocos meses estas memorias de su vida y de la España reciente? Sabemos que llegó a Nueva York a primeros de marzo de 1939 con el fin de pedir ayuda para la ya casi derrotada República. La neutralidad de las potencias occidentales (traicionada por Alemania e Italia) había posibilitado la victoria franquista, argumentaba. Constancia de la Mora pretendía conmover a la opinión nortea­mericana y forzarla a modificar su papel neutral en aras de la acción humanitaria. Mientras abordaba el libro, además, llegó la noticia inapelable: la capitulación del coronel Casado, con la entrada de Franco en Madrid. Desde ese momento, De la Mora se centró en denunciar el trato inhumano que infringía Francia a los refugiados y las represalias políticas que sufrían los vencidos que habían quedado en el interior.

Constancia dedicó parte de la primavera y el verano del 39 a escribir In Place of Splendor. Simultáneamente, si se exceptúa el estricto periodo vacacional, desplegó cierta actividad social y diplomática, desde visitas a la primera dama, Eleonore Roosevelt (en una ocasión acompañando a Juan Negrín), a encuentros con los corresponsales que habían cubierto la contienda española y con los antiguos brigadistas. Podría pensarse que De la Mora llevaba escritas algunas ideas para su autobiografía, pero es una hipótesis improbable, ya que la idea de escribir su vida nació en suelo estadounidense.

En Nueva York estuvo arropada por el periodista Jay Allen, uno de sus anfitriones, y el círculo de Ernest Hemingway y Martha Gellhorn. Teniendo en cuenta la capacidad de Constancia de la Mora para aunar voluntades en torno a sus ideales o intereses, no hay duda de que recabó su consejo respecto al borrador que escribía. Entre los exiliados circuló la idea de que sus amigos periodistas habían intervenido en la redacción del libro. Es esclarecedora en ese sentido una carta del poeta Pedro Salinas a Katherine Whitmore, el 10 de diciembre de 1939, en la que ironiza sobre la autoría de In place of Splendor: «¿Te gusta el libro de Coni de la Mora? Yo no lo he leído, pero lo he ojeado despacio. ¿Suyo? Se me figura que es un producto colectivo del grupo Jay Allen, gran amigo de ella y su marido, y de los escritores afines» (O. Completas, III, (Cátedra, Madrid, 2007, p. 800).

In place in Splendor alcanzaría en diciembre la segunda edición y un innegable éxito. Aunque no lograra su objetivo político, De la Mora empezó a ser considerada una figura mediática entre los progresistas norteamericanos. Su personaje, el de la ficción y su espejo real, atrajo la atención de las feministas. Un protagonismo que en parte le abrumaba, teniendo en cuenta que era más una mujer de acción que una intelectual.

Nadie escribió entonces, fuera de ciertos comentarios privados, que la autobiografía no fuera su vida o que alguien se la hubiera fabricado. Se sospechaba que no la había escrito sola, no ya por la dificultad que representaba para una española elaborar la primera versión en inglés, aunque hablara y tradujera con fluidez esta lengua, sino por el tono elegido para acercarse al público norteamericano, más propio de una cronista que de una cultivada mujer de la alta burguesía. Un tono, al mismo tiempo, no exento de encanto e ironía al abordar su infancia y su privilegiada vida familiar en la España de principios del siglo xx. Sin duda, su testimonio era lo bastante auténtico como para que nadie pudiera ponerlo en entredicho. Y después de todo, resultaba más bello alimentar la leyenda que desmontar el mito. Como consecuencia, In place of Splendor fue publicado también en Londres al año siguiente, y luego sucesivamente traducido al español, al francés, al italiano y al alemán…

En 1993, sin embargo, Margaret Hooks, biógrafa de Tina Modotti, reveló que la autora material del manuscrito de Constancia de la Mora fue Ruth McKenney (en Tina Modotti. Photographer and Revolutionary (Londres, Pandora / Harper Collins, 1993, p. 239). Hooks había pasado una temporada en México buscando testimonios para escribir la biografía de Modotti y aunque su interés se centraba en la fotógrafa, obtuvo abundante información sobre De la Mora. Supo así que en su autobiografía intervinieron varias manos. Una de ellas, la que probablemente unificó el texto, fue McKenney, una guionista de moda de ideas filocomunistas. Hooks alude así a esta colaboración: «Her life story and version of events in Spain, In Place of Spendor, apparently ghost-written by the popular american writer Ruth McKenney [sic], was destined to become a best-seller»

No se sabe si McKenney transformó el borrador inicial o si se limitó a resumir la historia y a mejorar sus sintaxis. Lo cierto es que Jay Allen no tuvo ese papel central que le atribuía Salinas. Aunque sí revisó todo lo concerniente a los corresponsales, la fauna periodística y literaria a la que pertenecía él mismo. De cualquier modo Constancia debía confiar mucho en Ruth McKenney para aceptar que interviniera en su historia. Aunque no solo recurrió a ella: hizo circular el manuscrito ente sus amigos, y algunos, como Tina Modotti y el cubano Manuel Fernández Colino, le ayudaron a traducir algunas expresiones y a corregir pruebas. En consecuencia, cuesta pensar que De la Mora, acostumbrada a repartir y encargar tareas que finalmente supervisaba, atribuyera a McKenney o al resto de sus colaboradores el éxito de su propia autobiografía, aunque valorase su ayuda.

LA VERSIÓN ESPAÑOLA, ¿AJUSTE DE CUENTAS?

Cuando abordó la versión en castellano, De la Mora, afincada en México, eliminó anécdotas y explicaciones y añadió alguna que otra idea que ayudaran a contextualizar lo narrado. Así sucede cuando relata el impacto que produjo su metamorfosis republicana entre sus amistades, y en concreto el desencuentro vivido con una amiga aristócrata a la que visitó en su domicilio.

«La marquesa debió de entretenerse en contar la escena que se había desarrollado en su casa, porque bien pronto corrió la voz por el Madrid que me conocía, de que yo «estaba hecha una terrible republicana». Claro que causó menos sorpresa de la que era de esperar, porque ¿no había trabajado en una tienda?, y ¿no me había separado de mi marido?, y ¿no decía que quería seguir trabajando para poder vivir independientemente con mi hija? Una cosa lleva a la otra y lo natural, al fin y al cabo, era que una mujer con «esas ideas» acabase por hacerse republicana y traidora al rey a quien su abuelo sirvió durante tantos años. A los quince días no me quedaba un solo amigo de mi infancia y juventud. Pero había adquirido un tesoro desconocido para mí hasta entonces: aprendí a pensar ¡y el que una mujer se permitiese el lujo de «tener ideas» y discurriese era precisamente lo que tanto preocupaba a aquellos entre quienes yo había vivido toda la vida! (Doble Esplendor, edición de 1977. Crítica. Barcelona. pág. 138).

En la versión inglesa, no aparecía la reflexión anterior señalada en negrita. El texto quedaba así:

The marchioness lost no time spreading the great scandal that Constancia de la Mora —Madame Bolin— was a Republican. All of aristocratic Madrid shuddered to hear the tale, although of course everyone could say. «I told you so». For had I not actually held a job in shop? Had I not left my husband? One thing leads to another. A woman who wants to be «independent» will sooner or later end up as that lowest of all things , a Republican, a traitor to the Monarchy. An in a fortnight I had lost all the friends I had known since my childhood. (In place of Splendor. Harcourt Press. NY. 1939, pag 134)

Unas páginas más delante, De la Mora elimina de la versión en español el modo en que conoció en Madrid a Jay Allen y el origen de su amistad: al trasladarse a Málaga con su primer marido, Manuel Bolín, su amiga Zenobia Camprubí alquiló su apartamento al corresponsal y a su familia. No obstante, al separarse y regresar a Madrid, ella misma necesitaba para sí el apartamento, por lo que tuvo que ir a solicitarlo a los Allen, según cuenta en In place of Splendor.

«While I was still in Malaga, I had rented the apartament through Zenobia to an American newspaperman, Jay Allen, and his wife and small son. Now when I returned to Madrid I found the paper hangers and painters busily making the apartment ready for the Americans. The Allens were impatiently waiting for the paint to dry while they stayed at a hotel. With my heart in my mouth I went to call on them to beg them to let me have the apartment back for myself.

Jay Allen was in bed when I arrived-sick, he explained cheerfully. (…) «I hope you will forgive me,» I stammered.

The Allens listened to my story and then all three, including the grave child, assured me that it was no trouble at all, of course I should have my own apartment, they would start immediately to look for another, I shoulden´t waste a moment of worry for disturbing their plans-it was nothing.

I backed out of the door with the Allens waving cheerfully (In place of Splendor (pág. 135-136)

En la versión inglesa relata con detenimiento cómo a pesar de haber aprendido inglés en Oxford, el acento americano de Allen y otros estadounidenses resultaba tan pegadizo que pocos días de después de visitar al periodista y sus familia alguien le hizo notar que hablaba como hubiera vivido en Kansas… Unas observaciones que la autora ahorra al lector español.

Las razones de borrar esta parte en la versión española parecen plausibles. Por un lado, no deja de ser una digresión narrar los pormenores de su amistad con Allen. Al igual que hacer hincapié en el fluido inglés de la autora y su versátil acento continental o estadounidense según las circunstancias. Si en la versión inicial tenía sentido aludir a su fluido inglés para congraciarse con el lector estadounidense, en la edición castellana esta cuestión resultaba irrelevante. No obstante, al borrar el origen de su amistad con Allen, el lector en español puede experimentar cierta perplejidad cuando se refiere al corresponsal americano como un viejo amigo, sin dar más detalles. Un desconcierto, por otra parte, menor.

La desaparición del primer encuentro con Allen le obliga, además, a hacer una traducción libre al español al narrar la vuelta al apartamento alquilado al corresponsal y que finalmente retomaron ella y su hija. «Luli y yo nos habíamos instalado apenas, en nuestro pisito de Madrid, cuando estalló una nueva crisis política. El general Berenguer…».El equivalente en inglés decía: «Luli and I had hardly settled down in our redecorated apartment when a new political crisis hit Madrid. General Berenguer…»

Había además un trasfondo de tipo personal al hacer desaparecer de Doble esplendor su inicial amistad con Jay Allen. Este corresponsal que había sintonizado bien con la España republicana, no compartía al cien por cien el punto de vista de su amiga española. A pesar de avalarla ante la opinión pública estadounidense, nunca compartió sus afinidades comunistas. Si en los primeros tiempos denunciaron y combatieron juntos los abusos del franquismo victorioso, poco a poco se abrió una brecha entre ellos. La marcha de De la Mora a México a finales de 1939, en pleno reconocimiento literario de su obra, y su posterior ruptura con los que habían sido sus principales colaboradores norteamericanos en la causa de los refugiados, acentuó este distanciamiento.

Uno de los misterios que envuelven el exilio de Constancia de la Mora y su a veces errática trayectoria gira en torno a esa decisión de afincarse en México justamente cuando la crítica norteamericana alababa su autobiografía. Quizás influyera el hecho de que su marido, Hidalgo de Cisneros, tuviera dificultades con el inglés o que la estrecha relación de éste con la Unión Soviética durante la Guerra Civil imposibilitara su estancia en Estados Unidos. Aunque ambos eran comunistas, en los primeros meses de la derrota se les identificaba fundamentalmente con el gobierno republicano, y Constancia, en un principio, eludió su militancia ante la prensa neoyorkina. Por poco tiempo. Ella misma pasó de heroína a villana, al serle denegado el visado para volver a Estados Unidos un año después: el fantasma de su militancia comunista y el escenario de caza de brujas que se dibujaba le cerraron las puertas del país que inicialmente se le había rendido.

Todas estas circunstancias hacen pensar que De la Mora aprovechó la versión española para ajustar cuentas con la versión inglesa: ¿su propia versión o la de otros? Al enfrentarse en solitario a la traducción al castellano debió conjurar el verano de 1939 y el fantasma de Ruth McKenney. Todo quedaba atrás.

Algunas de las modificaciones introducidas en la versión castellana parecen tener una función didáctica. En la página 278 de Doble esplendor, equivalente a la 254 de la edición neoyorquina, intercala un nuevo párrafo sobre Mussolini en el contexto de la intervención italiana y alemana en el conflicto español. En ambas versiones De la Mora relata las primeras semanas de la guerra civil y apunta que ya en los primeros días de agosto el gobierno republicano denunció la invasión de aviadores italianos. Tras señalar que las democracias occidentales hicieron oídos sordos («Democracies turned a deaf ear to our pleas while the fascist strangled democracy in Spain» en la versión original), inicia en la edición castellana un nuevo párrafo: «Mussolini, naturalmente, se apresuró a negar la veracidad de las palabras de sus aviadores lo mismo que Hitler negó desde el principio (…)».

Tras este párrafo inédito vuelve al texto inicial: «Cuando A. Malraux llegó a España… (When André Malraux arrived…). No hay duda de que cotejar ambos textos es un ejercicio instructivo. De la Mora reconoció que su borrador inicial (donado a una institución de amigos americanos) era más largo que el texto publicado. La edición española rescató quizás algunos de estos folios que habían quedado en el tintero. Lo que no podemos saber es qué nueva versión habría ofrecido Constancia de la Mora de haber reescrito estas memorias en 1950, poco antes de morir en un extraño accidente de tráfico, a los 44 años. Vivía entonces en el hastío de un exilio cuyo sentido se le escapaba y alejada ya del partido comunista español y del que había sido su marido, Ignacio Hidalgo de Cisneros. ■ ■


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