Autor: 24 septiembre 2009

Chris Ware
Catálogo de Novedades Acme
Mondadori, Barcelona, 2009

Si Jimmy Corrigan es la obra mayor de Ware, uno de los puntales del nuevo cómic americano, junto con Daniel Clowes y el canadiense Seth, el Catálogo de Novedades Acme supone su incursión en la cara más iconoclasta del arte secuencial. Desde los trabajos de Eisner sobre lo que teóricamente era una novela gráfica hasta la actual proliferación de tal formato ha llovido mucho, y no siempre convenientemente. Ware ha puesto de manifiesto en su trabajo más extenso, Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo, que tiene cosas que decir, y que no le importa sacrificar su maestría o arriesgar la presunta facilidad del medio para avanzar hacia nuevas formas de contar. Si el concepto de encapsulación explicaba la necesidad de resumir en una imagen suficientemente significativa toda una secuencia, Ware demostraba que a veces es bueno deleitarse viñetas y viñetas en presuntos tiempos muertos, o aplicar las perspectivas axonométricas, menos verosímiles pero más eficaces.

Su estilo, deliberadamente sobrio, era una manifestación más de ese falso despojamiento, pues el uso del color y sobre todo el abigarramiento de los paisajes o la multiplicación al infinito de las viñetas daban sobradas muestras de su auténtica labor de orfebrería.

En el Catálogo… da un paso más, aunque se trate en realidad de una recuperación, pues se redactó y publicó con anterioridad a su obra mayor, y de hecho de sus páginas surgiría su Jimmy Corrigan. Lo que se nos ofrece ahora es una antología de una publicación periódica elaborada exclusivamente por el propio Ware sin ningún parámetro no sólo en tamaños, sino también en contenidos. Se trata de un cajón de sastre en apariencia inconexo, donde se nos ofrecen, combinadas, series clásicas de cómic, como Big Tex, el análisis mordaz de la América profunda más cruel y descarnada, o Rusty Brown, despiadada parodia de los fanáticos del coleccionismo como manifestación del complejo de Peter Pan, o el retrofuturismo desolador de los Cuentos del mañana. Y alternando con páginas más aparente clásicas, aunque fascinantes en el uso del color, de la división en viñetas o la propia paginación, verdaderos alardes de preciosismo gratuito: un planetario fosforescente con sus personajes como constelaciones, multitud de modelos para armar de sus propias historias en miniatura, aprovechando su fascinación por las perspectivas axonométricas, propias de los manuales de instrucciones, y texto, mucho texto, verdaderos microgramas que en apariencia sirven apenas de recursos visual (el propio Ware había afirmado: «quiero tratar de traer el componente visual de los cómics a un nivel de comprensión donde las palabras operen como conceptos visuales, donde uno pueda leer las imágenes en vez de simplemente mirarlas como si fueran ilustraciones») pero cuyo contenido, la mayor parte de las veces, supone una ácida visión al american way of live de los catálogos por correspondencia: kits de drogas personalizados, globos con formas fetales, decorados de familia feliz, grandes espacios abiertos vacíos… multitud de fruslerías ofertadas con el tan conocido lenguaje teletienda. A través de tan desoladores parodias la pesimista visión de Ware pasa revista a la mayor parte de los tópicos de la América bien pensante, sin olvidarse de su propia profesión, a la que dedica duras críticas en muchas series, desde Nuestra historia del arte, pasando por los anuncios por palabras dedicados al arte, hasta protagonizar él mismo la cara interna de la fajilla del libro, después de autorretratarse como una bombilla. Esa es otra de las características de este baúl de los asombros de nunca acabar: la sorpresa te asalta en el mínimo detalle, y a la manera de los iluministas medievales y su horror vacui Ware, disciplinado y habilidoso diseñador responsable también de la recuperación del Krazy Kat de Herriman (editado por Planeta de Agostini en España), ilustra hasta los cantos del libro con la tira más pequeña de la historia. Hay que agradecer a la editorial que haya sabido mantener la fidelidad al original hasta en el más pequeño detalle, y en este caso no es sólo una expresión.

Pero tal aparente caos se rige por una coherencia basada en el abandono y la desolación: autobiográfico como muchos de sus colegas (David B, Marjani Satrapi…) todos sus personajes reflejan su propia personalidad: ausencia de seguridad y amor propio, apatía y pesimismo. El más perfilado de sus personajes, y cuya presencia en Jimmy Corrigan adquiere ahora un significado que se nos escapaba, es ese superhéroe fondón que representa al Padre ausente.

En cuanto al nombre del libro hay toda una alocada teoría, ilustrada con fotografías más o menos amañadas, sobre el surgimiento del primer artista ACME, el primer diseñador que extendería el uso de dicho vocablo por todos los Estados Unidos entre los años 30 y 50, historia que se vuelve rocambolesca al confundirse, y fundirse, el nombre y la Empresa con los experimentales años de juventud del propio Ware.

Esa misma América al estilo Hopper y John Cheever es la que aparece en la obra de Katchor. El hilo conductor de estas tiras no es tanto su protagonista, Julius Knipl, y su extravagante profesión, fotógrafo inmobiliario, como esa extraña ciudad que es y no es Nueva York. Por sus tiras, que recuerdan poderosísimamente al Kiosko de la Utopía del portugués José Carlos Fernándes, aunque le anteceden, cruzan rocambolescas profesiones (ladrones de antenas, vendedores de caramelos al por mayor, diseñadores de vestíbulos, reparadores de almohadas eléctricas, probadores de pomos…), escenarios oníricos (una penitenciaría para pigmeos que se transforma en un parque de atracciones, salones para comerse las uñas, centros de exposiciones, el hotel de los palillos, una visita guiada en autobús que es en realidad una representación teatral…), y una perturbada visión de la existencia y sus menudencias (un coleccionista de colillas, las marcas de las lavanderías en la ropa de sus clientes, vestimentas diseñadas para criminales, un conferenciante improvisador o un maestro en los sonidos de los radiadores, degustaciones de comida enlatada y amantes de los tomates adobados). Cierra el conjunto la única serie larga, dedicada a El Combinador Vespertino, periódico de la ciudad que informa no sobre lo que ocurre en ella sino en los sueños de sus moradores, investigando en los restos que de ellos quedan en los colchones.

Ángel Alonso


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