Autor: 24 julio 2008

Martín López-Vega: Libre para partir
Ediciones Trabe, Oviedo, 2008

Hay libros que nos dejan un irresistible deseo de hacer las maletas. Casi todos los de Martín López-Vega son de esa clase, no solo las prosas viajeras. Sus poemas están llenos de palabras exóticas, de rincones extranjeros, de la felicidad melancólica del que siempre está fuera de casa, sobre todo cuando está en casa.

Libre para partir concluye, de momento, un itinerario iniciado hace diez años con Cartas portuguesas, la peculiar crónica de un curso como estudiante Erasmus en la Universidad de Braga. En ellas hay amor y humor y peregrina erudición. Nadie como López-Vega es capaz de rastrear al poeta verdadero que ha dicho con palabras exactas lo que nosotros no acertamos a decir, escriba en árabe o en persa, en polaco o en yidish, y dar con él en una gran librería de la neoyorquina Union Square o en un zaquizamí de Tristán Narvaja, allá en Montevideo. Muchos nombres de poetas hoy familiares para el lector español, como Yehudah Ammijai, fueron escritos por primera vez por Martín López-Vega, y ahí está su Equipaje de mano —fascinante centón de poemas de las más variadas épocas y lenguas— para demostrarlo.

Libre para partir se inicia, como no podía ser de otra manera, con «Andanzas y visiones portuguesas» (el título homenajea a Unamuno) y sigue con unas «Estancias italianas» que nos llevan a Venecia y a Nápoles, pasando por Trieste y otros lugares. Falta Roma. Los buenos lectores del autor —que saben de la importancia que para López-Vega, como para tantos otros escritores, de Juan Bonilla a Xuan Bello, tuvieron los meses pasados en la Academia de España, allá en el Gianicolo, sobre el Trastevere— no lamentarán demasiado esa ausencia, promesa de un libro monográfico en prosa que complete sus Elegías romanas, magníficamente editadas por La Veleta.

«Por los cafés de Europa» se titula la sección central del volumen. Un Erasmus durante el curso y un billete de interraíl para el verano constituyen la democrática versión actual del aristocrático Grand Tour que en el siglo xviii completaba la formación de los jóvenes privilegiados llevándolos de las brumas del norte a la soleada Italia. Martín López-Vega pateó el centro del mundo —la vieja Europa— y volvió lleno de versos, ebrio de paisaje y paisanaje, más sabio y más rico (pero solo de experiencia).

Hay también unas «Cartas americanas». Lo más emocionante de ellas es, quizá, su encuentro con Mécia de Sena, viuda de un poeta polimorfo, Jorge de Sena, leído y releído siempre con provecho.

De sus variadas singladuras, Martín López-Vega recaló un tiempo cerca del Rastro madrileño, donde la marea del vivir deja cada mañana de domingo los más descabalados y preciosos pecios. Allí se despide: «Uno siempre está lejos, y si le preguntan: ¿Lejos de dónde?, no sabe muy bien qué responder; tal vez lejos de uno mismo, de todas las cosas que fue y de las que ya nunca será». Así termina el libro, así queda el autor, una vez más, libre para partir. Y nos deja a los lectores con ganas de volver a acompañarle.

Sara Solís


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