Autor: 25 septiembre 2008

Renée Vivien: Poemas. Traducción de Aurora Luque

Igitur, Tarragona, 2007

El fin de siècle estuvo dominado, sobre todo en Francia, por un marcado malditismo que, en literatura, tuvo su efervescencia en obras de tono andrógino. Pensemos en Pierre Louÿs (autor de Afrodita y Les Chansons de Bilitis), cima de este malditismo finisecular francés. Admiradora de Louÿs fue Pauline Mary Tarn, una de las escritoras malditas par excellence de todos los tiempos. Nacida en Londres en 1877, se crió y educó en París, por lo que eligió el francés como lengua literaria. Su primera obra data de 1901: Études et Préludes. Desde esta obra, y la siguiente, Cendres et poussières (1902), Pauline fue René Vivien. Será a partir de Évocations (1904), plenamente parnasiano, cuando la poetisa sume una «e» a su seudónimo, resultando al fin Renée (renacida), mujer que desea y ama a otra mujer. Sus poemas amorosos pasaron a ser exponente del lesbianismo literario, y Pauline se convertía en «Safo 1990», inaugurando el territorio postrero de un legado sáfico. Tuvo tres amantes importantes: la americana Natalie Clifford Barney (tan presente en primeros libros, léase su poema «A la mujer amada»), la baronesa Helène Zuylen de Nyevelt y, desde 1906, una enigmática mujer llamada Kérimé, tras cuya relación su vida se vio envuelta en un clima de destrucción, abocándose entonces al suicidio, al alcohol, a la amnesia, a la disentería, a la anorexia. Una neumonía acabaría con su vida en 1909, cuando había cumplido 32 años.

No había sido reconocida en nuestra lengua (ni en la francesa siquiera) la obra andrógina y parnasiana de Vivien (también publicó dos novelas y varios libros de cuentos). Los tiempos parecen cambiar. Tras Cenizas y polvo (2006), en traducción de Joaquín Negrón, y una edición de Estudios y preludios (2006), preparada por Jiménez Burillo, aparece Poemas, una completísima antología de gran parte de sus trabajos poéticos, traducidos con encomiable adaptación rítmica por Aurora Luque, quien presenta unas versiones sin rima, pero con metro, en las que se mantiene la forma estrófica (sonetos y cuartetos con gran presencia de alejandrinos blancos). Evidentemente una rima consonante hubiera dejado textos menos actuales, aunque en algún poema —«En el puerto»— se haya construido con rima asonante. Un ejemplo de traducción libre la hallamos en un verso de «Desnudez»: «Puis, lys entre lys, m’apparut ton corps blanc, que Luque traduce «lirio entre lirios, blanco, se me mostró tu cuerpo». Asimismo, la traductora incluye al final del libro algunos fragmentos de la novela La pasión de Renée Vivien (1994), de Maria-Mercé Marçal, en la que reconstruye la vida de la escritora partiendo de cartas y testimonios de época.

Mujer, escritora y lesbiana. Tres identidades que, sumadas, han conformado una forma expresa de rechazo en el ámbito literario de todos los tiempos. Y dos temas en su poesía: el erotismo y la mujer como proyección vital, siempre bajo el eje de Eros y Tánatos (de cierto «fervor tanático» hablará Luque) y el spleen de Baudelaire («El laberinto»). Incidental me parece la presencia de lo «griego» en su poesía, aunque florezca de vez en vez el mito del andrógino platónico, afirmándose a su parte femenina. Da la impresión de que tiene más peso el aspecto decadente que el mitológico. Aún así es esencial en su poética un clima helénico y mitológico. En «Al desembarcar en Mitilene» se advierte el ferviente influjo de Safo, a quien Renée tradujo en aquella época, mientras en «Ven, Diosa de Chipre» se ofrece un cántico dionisiaco de veta sáfica: «la noche del festín es breve entre las noches». Luque se refiere a que «la pasión se contempla en Vivien como destino absoluto». Una pasión desterrada que se vive «con arte, con lentitud y ternura», y se muestra tendente al dolor, a la melancolía de lo sido: «solo busco y deseo, y, sobre todo, añoro». Y encontramos amor posesivo y entregado («La ofrenda»), sexual y carnal («El cohete» o «Canción») y amor contradictorio —exclusus amator— , como en un poema de estirpe catuliana, titulado «Grito»: «y te odio y te amo abominablemente». Incluso hallamos indicios de rito amatorio en el poema «Bacante triste», el cual narra una orgía en la que Pauline se vio envuelta por su amante, Natalie Clifford, ya que ésta quería introducirla en el amor sáfico, y para ello escenificó una orgía con presencia de amigas y profesionales.

De modo que perdura una lectura feísta, decadente y hasta vampiresca del parnasianismo finisecular, con grandes dosis de estética prerrafaelista, que, en casos, redunda en ejercicios parnasianos. Verlaine se halla muy presente (léase «Nocturno»: «amo la languidez…»), como así Rimbaud (en un poema muy «feísta», «El amor tuerto»). Llama la atención en Renée ese abrazamiento del dolor. Desde su poética expresada en «Vencida» hasta tantos versos que delatan un estado de ánimo precario, y hasta convulso: «mi triste ruina arrastro», «errante voy» o «mi destino padezco», impregnados del horaciano y trastocado carpe noctem («Nuestra es la noche»). Se formula pues una adoración de la noche, cuya simbología nos arrastraría a una concepción negada de la vida, triste y oscura, pero bella: «la noche es nuestra. El día, que sea de otros». Desengaño vivieniano, en definitiva, y una poesía tan femenina que leemos: «marchamos al azar de nuestros sueños», «marchamos lentamente, nuestra sombra nos sigue», por lo que no es raro que sus versos se hayan significado en consigna en tiempos modernos.

Nos llega una Renée Vivien femenina, renovada, actual. Una poeta con un talento mayúsculo, vitalista y luchadora, a ratos oscurecida por el dicterio de la escuela parnasiana. Ocasión para revisar mitos y empaparnos de una fiesta del deseo, donde «las tinieblas se vuelven de un violeta que es gris», y cuyo recuerdo «es hermoso como un palacio en ruinas». Que así sea.

Ricardo Virtanen


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