Autor: 10 enero 2008

Laura Pollastri. El límite de la palabra. Antología del microrrelato argentino contemporáneo

Menoscuarto, Palencia, 2007

Que el microrrelato goza de muy buena salud ya no es, por suerte, una novedad, y tan importante como las antologías y obras individuales, e incluso premios literarios, es la continuidad y coherencia de editoriales como Menoscuarto, que se dedican no solo a la difusión sino también al estudio del género, como ocurre con el reciente libro de David Lagmanovich El microrrelato. Teoría e historia, donde se entremezclan importantes recapitulaciones teóricas y sugerentes propuestas con múltiples y gozosos ejemplos.

Debido a su dificultad intrínseca, es ya costumbre acompañar las recopilaciones de estos textos de un prólogo donde se proporcionan algunos de los instrumentos con los que abordarlos. Porque no cabe la menor duda de que los microrrelatos no se agotan en sí mismos y exigen del lector bastante más que otros géneros. Para empezar, su lógica concisión obliga no solo a la economía de medios, evitando la retórica y cualquier alarde de preciosismo, sino que sirve de acicate para el empleo del material implícito, tal y como afirma Lagmanovich: «omisión de antecedentes […], la ausencia total de digresiones y la similar omisión de todo tipo de consecuencias, reflexiones a posteriori, y explícitas o encubiertas moralejas». Otro recurso de condensación consiste en apoyar el texto en algo que le es ajeno y que se presupone en la lectura: la intertextualidad. Múltiples relatos perspectivizan las andanzas del Quijote o sus acompañantes, como en La Nochebuena de Maritornes, Quijotescas V, Segundo Tomo o en Habla Aldonza. En ocasiones no es una obra en concreto lo que sirve de sugerencia y punto de partida, sino todo un género, como los experimentos y variaciones en torno a la fábula, la mitología (con cierta predilección por los centauros) o los bestiarios, como en Proyecto de trampa para rinoceronte n.º 1, o la irónica metaliteratura de Shua en El respeto de los géneros. Como recuerda Lagmanovich nos podemos encontrar, además de los citados, con los siguientes tipos de microrrelatos: reescritura y parodia, como en Surcando el aire o Los caminantes; el discurso sustituido (o de gramática paralela), como en La voz que hace que todas las cosas vuelvan a su lugar; la escritura emblemática (o de visión trascendente), como en Sueños apócrifos o en Arca, dos singulares y dispares reflexiones sobre el diluvio y Noé, o Personaje; y el discurso mimético.

Por su parte, Laura Pollastri añade algunas consideraciones más, no tanto sobre su clasificación como sobre sus recursos o efectos. Así, habla de la plurisemia, la intertextualidad tanto real como referida a un texto inexistente, la fuerza centrífuga, el empleo poético de la lengua, el humor…

Entrando ya en harina, y a pesar de su alcance contemporáneo, nos encontramos con relatos de consagrados ya fallecidos, como Anderson Imbert, y dos consagradas todavía en activo, Ana María Shua y Luisa Valenzuela.

Aunque en líneas generales la argentinidad no es ni por asomo un factor esencial, lo cierto es que en algunos casos no deja de tener su importancia, como las recreaciones del los cuentos de Cortázar Casa tomada en Casa prestada, La caricia más profunda en Primera cita, y el borgiano Los dos reyes y los dos laberintos en Decir no. O las referencias al bandoneón, la guitarra y el tango en Su guitarra, Lástima, bandoneón y en Breve historia del tango, relato este último que además se sirve del lunfardo como forma de caracterización. Incluso hay alguna alusión, aunque un tanto alegórica, al terror de la dictadura en Modelo, Botas y Que ciento volando.

Un hecho curioso es que, como ya se ha referido, los temas suelen repetirse, lo cual no implica monotonía sino habilidad en la recreación o en los cambios de perspectiva: cuento dos veces cuento, el twice-told tale que cita Lagmanovich, o la anotación al margen de la que se habla en el prólogo.

Como en cualquier antología, el gusto del lector privilegiará unos u otros. Personalmente, no le encuentro demasiada gracia a las divagaciones etéreas de los más incorpóreos o ripiamente líricos microrrelatos de S. Francisci, ni a las malas imitaciones del absurdo kafkiano de L. Foti, ni a las poco afortunadas japonerías de R. Modern, pero he de reconocer que, junto a los nombres ya justamente conocidos, me he topado con nuevos nombres que, espero, continúen tan provechosamente su labor, como Rosalba Campra, Mario Goloboff, María Cristina Ramos, Van Bredam, Patrica Valvelo, Diego Golombeck o Juan Romagnoli.

Ángel Alonso


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