Autor: 20 enero 2008

Raúl Carlos Maícas: La marea del tiempo

Candaya, 2007

Hace nueve años, el escritor Raúl Carlos Maícas publicó Días sin huella, un interesante volumen de prosas misceláneas que merecieron el elogio de la crítica más solvente. Los lectores de la revista aragonesa Turia pudieron disponer así de las notas que el periodista turolense había dado a conocer regularmente en las páginas de dicha revista, entre 1993 y 1997. Nueve años después, la recién estrenada editorial Candaya acaba de editar La marea del tiempo, un segundo volumen de prosas solitarias que reclaman nuevamente la atención del lector. En este caso, el volumen recoge las notas que el codirector de Turia fue publicado con anterioridad en las páginas de tan meritoria revista, entre 1998 y 2001. El hecho de que estos prosas críticas y volanderas hayan aparecido antes en una publicación periódica, lejos de ser insignificante, nos aclara algo respecto al género específico al que ambos libros pretenden acogerse, es decir, el género testimonial, y en concreto, el diario público o literario.

La marea del tiempo, cuya portada se debe al excelente diseñador gráfico Isidro Ferrer, el mismo que ilustró con anterioridad la sección homónima de Turia, constituye pues la segunda entrega de una obra en marcha, que empieza a tener ya una entidad propia dentro del género diarístico. No se trata de un diario íntimo, del que Amiel nos dejó un modelo insuperable, ni de un diario creador, a la manera de los Carnest de Joubert, los Diarios de Kafka o los Apuntes de Canetti. Consiste en un diario público, cuyo modelo habría que buscarlo en los Diarios de Jünger, o más cerca, en las agudas y ácidas prosas del navarro Miguel Sánchez-Ostiz. El título procede de unas palabras del poeta catalán Marià Manet, que el escritor turolense ha elegido como lema para su libro, y en las que ve cifrados sus propósitos como diarista: «Estas notas dispersas me parecen, al menos en lo que a mi uso personal respecta, pequeñas zonas salvadas de la marea del tiempo y de la inexorable erosión de la memoria».

Desde su apartado observatorio provinciano, del que reniega aprovechando cualquier pretexto, Raúl Carlos Maícas aborda numerosos temas de reflexión y relata diferentes historias pintorescas. Entre los primeros destacan la nostalgia de la infancia y la resistencia frente a la vida cotidiana, la invitación a la aventura y el alma secreta de las ciudades, el desencanto de la política entendida como cucaña para trepadores y los mercadillos actuales de la cultura de masas, donde la rentabilidad es el criterio de valoración más frecuente. Entre las segundas sobresalen algunas escenas truculentas como, por ejemplo, la aparición de un Rambo de pacotilla en los jardines de la Glorieta, el paso zigzagueante del viejo bailón por la Plaza de San Juan o la enigmática aparición de mujeres rotas y mujeres fatales. Y todo ello presentado mediante una escritura ácida, locuaz y convincente, que utiliza la ironía y el desprecio con especial economía, como aconsejaba Chateaubriand, debido al gran número de necesitados.

El libro semeja, a veces, un «inventario de lecturas». Resultan particularmente interesantes, al respecto, los comentarios acerca de Memorias de ultratumba, del conde de Chateaubriand, Tan lejos, tan cerca, del dramaturgo Adolfo Marsillach, y Los dioses tienen sed, del olvidado Anatole France. Otras veces se transforma en un «memorial de ausencias». Resultan especialmente sugerentes, al respecto, las necrológicas dedicadas al poeta José Agustín Goytisolo, al cómico Gila y al pintor Antonio Saura. Abundan asimismo las alusiones a la música y, sobre todo, a las artes plásticas. Además de la nota dedicada a Antonio Saura, destacan los comentarios referentes a Víctor Mira y a Remedios Varo. En todo momento, el escritor turolense parece dispuesto a hacer suyas las palabras del citado conde de Chateaubriand: «Hice la historia y he podido escribir acerca de ella. Y mi vida solitaria, soñadora, poética, ha transcurrido en este mundo de realidades, de catástrofes, de tumulto con los hijos de mis sueños».

A diferencia de lo que sucede con los poemas líricos, los relatos novelescos o las piezas de teatro, detrás de los cuales desaparece inevitablemente el propio autor, las autobiografías, las memorias y los diarios personales remiten al sujeto que los firma, cuyo ideario personal resulta el único legitimador posible de los mismos. Las obras que se acogen al género testimonial ponen al descubierto, sin pretextos ni excusas fingidas, la grandeza y las miserias de quienes se complacen en cultivarlo. Y así, tras los numerosos diarios que hoy se publican en nuestro país, una vez normalizada la práctica del género, no resulta difícil descubrir personajes anodinos y espíritus atrabiliarios. Esto no siempre es así, ni tiene por qué serlo. Las prosas variopintas que Raúl Carlos Maícas agrupa en Días sin huella y La marea del tiempo consiguen persuadirnos de que pensar por cuenta propia todavía es posible, y nos convencen de que el diario personal puede ser un medio adecuado para comunicar un pensamiento vivo.

Manuel Neila


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