Autor: 21 noviembre 2007

Luis Bagué Quílez: Un jardín olvidado

Hiperión, Madrid, 2007

Luis Bagué Quílez (Palafrugell, Gerona, 1978) se daba a conocer en 2002 con Telón de sombras, libro que obtuvo el prestigioso premio Ojo Crítico de Radio Nacional de España. Tras él, vendría El rencor de la luz (2006), y el volumen que ahora nos ocupa. También ha publicado los ensayos La poesía de Víctor Botas (2004) y Poesía en pie de paz. Modos del compromiso hacia el tercer milenio (2006). Asimismo, ha preparado ediciones de la obra de Ricardo Molinari, Julio Herrera y Reissing y Humberto Díaz-Casanueva. Codirige la revista Ex Libris y ha colaborado en el volumen Babilonia, Mon amour (2005), con Joaquín Juan Peñalva.

El título de este libro nos remite a los jardines que hallaremos en medio de sus páginas, como también han hecho, entre sus contemporáneos, Pelayo Fueyo o Javier Rodríguez Marcos. En otros casos, como en los poemas de amor, nos recuerda al Luis García Montero de Diario cómplice o Las flores del frío, como en el excelente «Murallas en la noche», que termina diciendo: «Ven a buscarme al filo de la noche. / Aunque ya nada pueda prometerte / sino el extraño don de una caricia». Aunque esta influencia—o confluencia— no siempre es positiva (en «Escala en Madrid» nos habla de «los viajeros más tristes de la tierra», lo que nos trae a la mente «las sábanas más tristes de la tierra» del poeta granadino). También encontramos cierta proximidad a Jaime Gil de Biedma («el ritmo sucesivo de las generaciones») o a Felipe Benítez Reyes («He pasado la noche con galaxias de mitos»).

No obstante, este último verso citado, pertenece a «Lección de Geografía» uno de los mejores del libro, así como algunos de los incluidos en la última sección del poemario. Algunas referencias culturalistas y de la música folk, como la de Bob Dylan, se encuentran bien situadas y consiguen mantener el interés del lector. Rompen un poco la monotonía, como sucede también en la poesía de Eloy Sánchez Rosillo, cuyos poemas sobre personajes históricos consiguen este efecto. Destaca también, entre estos poemas, el dedicado a Anabel Lee y El Cuervo, «Variación sobre un tema de Poe». Llama la atención el hecho de que, como cita, se haya elegido la versión de Radio Futura, frente a otras traducciones literarias. Estas referencias musicales nos recuerdan un poco a las de algunos poetas de los setenta, como los incluidos en la antología Joven poesía española, que citaban canciones de Pink Floyd, por ejemplo.

Vemos también alguna imagen tomada de las road movies, como «El sueño de California», que acaba diciendo: «cuando yo estoy tan lejos, en un limbo / de inciertas carreteras secundarias / y todas las canciones / me conducen a ti».

En conjunto, acaso no sea este un libro de gran envergadura. No obstante, hay un puñado de poemas que justifican su publicación y su lectura. También que se le tenga en cuenta entre los jóvenes poetas, aunque en algún caso alguien le pueda ver como un —más o menos genial— epígono de los poetas realistas o figurativos. Habrá que, como en el caso de todos los poetas que empiezan, esperar y ver. Pero algo nos dice que el futuro nos va a deparar libros como este. O mejores, incluso. También el hecho de tratarse de un investigador nos lleva a preguntarnos si dirigirá sus pasos por ese terreno o se decantará por la creación poética. O si compaginará ambas actividades. En algún caso, como el de Leopoldo Sánchez Torre, el crítico académico acaso haya acabado con el poeta que él llevaba dentro. Esperemos que no le suceda lo mismo a Bagué Quílez.

Vicente García


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