Autor: 16 enero 2007

Eloy Sánchez Rosillo: Confidencias
Sevilla, Renacimiento, 2006
Selección y prólogo de A. Trapiello
Andrés Trapiello: El volador de cometas
Sevilla, Renacimiento, 2006
Selección y prólogo de E. Sánchez Rosillo
Andrés Trapiello: Oficio parvo (antología poética)
Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2006
Prólogo y selección de José Muñoz Millanes

El verdadero género de la poesía no es la oda, ni el himno, ni la epístola, ni menos aún la égloga o el epicedio, claro está, sino la antología. Aparte los acérrimos letraheridos, los fidelísimos devotos, el público conoce a los poetas, en la escasa medida en que los conoce, a través de las antologías. En otros tiempos circulaban cancioneros, flores y florestas, florilegios… que casi nunca eran antologías de un solo poeta, sino de varios. Hoy, si bien no falta, es más, abunda, este tipo de obras de criterio epocal, estilístico o temático, se le suele conceder más atención a la selección de autor, es decir, a las flores de un solo jardín. No hay autor consagrado que no cuente con un volumen de poemas escogidos, con una antología. O varias.

Esto, como todo, tiene sus ventajas y tiene sus inconvenientes. La gran ventaja es la de la difusión entre el gran público, que, en el caso de la poesía, habría que denominar mejor pequeño gran público, si son ciertas las estadísticas, que parece que lo son. Una ventaja, o una oportunidad, nada desdeñable. Pero aún se me ocurre otra, que no le va a la zaga. Y es el desbroce que la antología efectúa en el bosque poético del autor. La poesía necesita de la colaboración del tiempo, y de la vista de muchos ojeadores, para distinguir los fuegos fatuos de la luz verdadera, el grano de la paja, lo principal de lo secundario. En este sentido, cada antología es una lectura, o relectura, de la obra del autor antologado. La antología es crítica, quizás la mejor forma de crítica literaria, porque no solo predica, sino que da trigo, o al menos lo intenta dar. Cada antología es una depuración de materiales, una destilación en la alquitara del tiempo, que tantas cosas envejece, pero que no logra envejecerlas todas. De los más grandes poetas, un Jorge Manrique, un San Juan de la Cruz, la posteridad, que es cosa viva, la posteridad, no los eruditos, que están reñidos con lo vivo, se ha quedado con lo que se tenía que quedar. Y les ha hecho su antología.

Viene todo esto a cuento de dos poetas y tres antologías. Los dos poetas son Eloy Sánchez Rosillo y Andrés Trapiello, que se antologan a la recíproca en un original ejercicio. El segundo, además, ve publicada otra antología, Oficio parvo, de la que es autor el profesor José Muñoz Millanes.

Es curioso que tanto Oficio parvo como El volador de cometas comiencen con el mismo poema, “Al final de la tarde”, pero ahí se acaban las semejanzas, porque los criterios de los antólogos, Muñoz Millanes y Sánchez Rosillo respectivamente, difieren en propósitos y criterios. Para Muñoz Millanes, que considera el propósito de su antología no el de “ofrecer una imagen fiel del poeta, total o parcial, sino modificar su imagen establecida”, o, dicho de otro modo, “descubrir rasgos hasta entonces poco apreciados o pocos resaltados de su obra”, hay un Trapiello desconocido, un Trapiello, quién lo hubiera dicho, vanguardista. Un libro como Las tradiciones (1982), y a pesar de su título, y de los unánimes juicios de la crítica, no tendría nada de simbolista o modernista, sino que revelaría un hasta ahora nunca detectado “formato vanguardista”. Sobre qué sea la vanguardia, o el vanguardismo, preferimos no entrar aquí, pero es cierto que, en distintas antologías, los mismos poetas no parecen los mismos poetas. Otra cosa es que el retrato sea más o menos fiel, o que el retratado salga más o menos favorecido.

No es de la misma opinión Eloy Sánchez Rosillo, para quien el verdadero Trapiello comienza con El mismo libro (1989), porque es ahí donde, por misterio inexplicable, “un poeta joven, incluso todo lo prometedor que se quiera, puede de golpe convertirse en eso tan raro que es un poeta auténtico”. La verdad es que en muy pocas páginas, escritas con amenidad, Sánchez Rosillo revela las claves esenciales de la poesía de Trapiello, y es que nadie “lee” mejor a un poeta auténtico que otro que no lo es menos. El volador de cometas se enriquece con la inclusión de cuatro inéditos que hacen presagiar que el próximo libro de poemas de Andrés Trapiello no defraudará a la afición.

Y, como en un juego de espejos, es el propio Trapiello el encargado de antologar, en la misma colección, la poesía de Eloy Sánchez Rosillo. El título, Confidencias, es ya el primer acierto, porque eso, una confidencia dicha en voz queda, es lo más sobresaliente de la poesía de Sánchez Rosillo. Una poesía que es más variada de registros y temas de lo que a veces se supone, pero la opción de Trapiello no ha sido mostrar esa variedad, sino, como atinadamente ha puesto de relieve Gabriel Insausti, “poner el acento en el carácter unitario de la poesía rosilliana, dejar la imagen más acendrada de su morosa tarea”. Y sí, quizás aquí está lo más esencial, lo más propio y personal del camino poético de Sánchez Rosillo.

Las antologías resumen pero no sustituyen a las poesías completas, pero las poesías completas tampoco eliminan la utilidad de las antologías. Los que hayan ido siguiendo los sucesivos libros de estos dos poetas, los que tengan siempre a mano sus poesías completas, encontrarán en estas antologías nuevas maneras de leer a sus poetas de cabecera. O, mejor dicho, una nueva ocasión de felicidad. Y quienes no les conozcan, o les conozcan mal, sentirán, seguro, que se les abre una puerta.

Enrique Baltanás


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