Autor: 25 noviembre 2006

Ignacio del Valle: El tiempo de los emperadores extraños
Alfaguara, Madrid, 2006

Tras El arte de matar dragones, el joven escritor asturiano Ignacio del Valle nos presenta una nueva peripecia investigadora del militar Arturo Andrade, ahora, tras pasar una temporadita en prisión y ser degradado de teniente a soldado raso, nos lo encontramos en Rusia purgando penas con la División Azul. Allí tendrá la oportunidad de recuperar momentáneamente su rango gracias a unos poderes especiales que se le proporcionan para que se encargue de investigar el caso de un divisionista que aparece degollado y congelado en mitad de un lago en pleno frente de Leningrado. Rodeado de caballos —también congelados— el cadáver es descubierto por los operarios de carnización, entre los que está Arturo. Y es Arturo, acostumbrada su vista al detalle detectivesco, el único en darse cuenta de que el soldado muerto tiene grabada en el cuello, justo debajo del tajo que le ha producido la muerte, una extraña frase: “Mira que te mira Dios”. A partir de este momento se sucederán un par de asesinatos más envueltos en rituales masónicos, y tanto Arturo como su ayudante —el sargento Espinosa— tendrán que emplearse a fondo para tratar de descubrir al asesino en serie, que va anotando frase a frase en el cuello de sus víctimas la siguiente retahíla: “Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo”.

El tiempo de los emperadores extraños, más allá de la trama novelesca tiene la virtud de humanizar una situación y unos personajes que no sería difícil tratar de manera maniquea. Ignacio del Valle mantiene el pulso firme ante lo que se propone contar y aunque en cierto modo esta es una novela histórica, la Historia es aquí únicamente un marco, un frío marco en el que situar unos personajes que viven situaciones límite, que conviven con la muerte y la injusticia de manera cotidiana y que de alguna manera hacen honor a la frase atribuida a Jack el Destripador que abre la novela: “Algún día los hombres mirarán atrás y dirán que conmigo nació el siglo xx”.

Ignacio del Valle sitúa su novela en plena operación Barbarroja, a comienzos del invierno (enero-febrero) de 1943. Es el momento en el que la todopoderosa maquinaria de guerra nazi se ve atrapada por un enemigo al que, igual que Napoleón un siglo antes, no había tenido demasiado en cuenta: el crudo invierno ruso. La División Azul fue la manera que Franco tuvo de decirle a Hitler que estaba de su parte sin enfrentarse abiertamente a las potencias aliadas, pero para el invierno de 1943, el Caudillo ha aprendido que si quiere gobernar con mano de hierro España por largos años, tendrá que mantener un equilibrio entre las familias del régimen (militares, falangistas, monárquicos…), y en esos momentos es necesario aplacar, neutralizar, a los fanlangistas, duramente enfrentados con los militares. Serrano Suñer, alma máter de la División, ya ha caído en desgracia, Muñoz Grandes ha sido sustituido por Esteban Infantes como mando supremo de los voluntarios españoles en Rusia… En el invierno de 1943 las cosas ya no están tan claras y es necesario abrigarse para el futuro. La división entre militares y falangistas está muy presente en la obra y es uno de los ejes —junto a la masonería— que le imprimen la suficiente fuerza dramática para interesarnos hasta la última página.

El tiempo de los emperadores extraños es una novela bastante convencional en su intriga, pero muy eficaz. Está hecha con la sabiduría de quien conoce al dedillo su oficio y cree en el esfuerzo por encima de la creatividad. Es una novela trabajada y que se lee con gusto, además de tener la originalidad de ocuparse no de los que padecen los castigos, sino de quienes los inflingen —que claro, también padecen.

“Los emperadores extraños habían comenzado su oscuro reinado, centrífugos, desintegradores (…) Recordad que mientras llevéis un niño, podréis eludir el mal refugiándoos bajo el manto de la inocencia. Los únicos que se atrevían a señalar la desnudez del emperador”.

Manuel Cienfuegos


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