Autor: 30 noviembre 2006

Cecil Chesterton: Los Chestertons
Renacimiento, Sevilla, 2006

¿Qué es una biografía? Un intento de explicar un misterio. Intento casi siempre vano porque, por muy objetiva y rigurosa que se pretenda, es muy difícil, por no decir imposible, dar con todas las claves y resortes de una vida humana, que resulta siempre, al fin y a la postre, impenetrable y oscura. Siempre sabemos que hay, al fondo, o en el fondo, algo que no conseguimos atrapar. Cualquier vida es un denso misterio. También, por descontado, la de Gilbert Keith Chesterton. Que ni siquiera él mismo, o él menos que nadie, consiguió explicar del todo en su Autobiografía (que apareció en 1936, el año de su muerte).

El libro de la señora de Chesterton (de Cecil, el hermano menor de Gilbert), Ada Jones de soltera, no es estrictamente una biografía, sino un libro de memorias, algo aún más subjetivo.

Vuelve Chesterton, y vuelve acompañado. Vuelve a las librerías españolas, digo, de donde ha estado ausente, salvo contados títulos, durante demasiado tiempo. Este regreso se explica, creo, por el reciente decaimiento en sus derechos de autor y consiguiente entrada en el dominio público de sus obras, pero claro está que nadie se interesaría por reeditar a Chesterton si no pensara que puede interesar al público. Y lo cierto es que interesa más que nunca: como poeta, como narrador, como ensayista. Como nadador contra corriente en un mundo que parece de sentido único.

Ada Jones, periodista y activista, viajera incansable, mujer activa en un mundo que empezaba a ser trepidante, acaso se sintió más Chesterton que los propios Chesterton. Lo que aquí traza es un retrato de familia, desde los padres, Edward y Marie Louise, hasta la presencia silenciosa y censurada de la hermana prematuramente muerta. Admirable retrato, sobre todo el de la madre, cuyos últimos días relata con serena tristeza, transida de amor filial.

Es también este libro un retrato de época, una pintura de ambiente, sobre todo del libre y bohemio de Fleet Street, la calle de las redacciones periodísticas en que Cecil y Gilbert, y la propia Ada, se movían como peces en el agua. Hasta que Gilbert contrajo matrimonio con Frances Blogg y abandonó Fleet Street para vivir, alejado y aislado, en el sitio donde deseaba su esposa, en Beaconsfield, un lugar respetable y acomodado, pero lo más alejado posible de poder ser definido como un “centro de actividad mental o de ideas creadoras”, según la memorialista.

Acusa a Frances de haber hecho profundamente infeliz a G. K., de haberlo alejado del mundo y de la realidad, de haberlo infantilizado, de haberle privado de vida sexual (no llegaría a consumar jamás el matrimonio, según su cuñada), de haber contribuido a su enfermedad y de luego no saber cuidarlo… Bueno, prácticamente la acusa de todo. A veces, hasta la hipérbole o la injusticia: el vino que le sentaba bien a Gilbert en sus tiempos de soltería, de casado, por lo visto, le sentaba fatal. Ada Jones llega a deslizar que Chesterton debió haberse separado o divorciado de ella, y solo se explica que no lo hiciera por el atávico sentido de la fidelidad de los Chesterton. Pero quien lea La superstición del divorcio, también recientemente traducido, se dará cuenta de que esta opción no era ni siquiera imaginable para Gilbert. Si Frances Blogg fue la verdadera cruz de Chesterton, como sugiere Ada Jones por activa y por pasiva, no cabe duda de que la abrazó con amor y por amor, con fe ciclópea, quizás con no menor dosis de resignación. Cristiana, por supuesto.

Tampoco el propio G. K. sale demasiado bien parado en su retrato, aunque no se le escatimen elogios y reconocimientos, desde una sincera admiración no exenta de reparos y reservas. Sus ideas sobre la mujer y el matrimonio le parecen a Ada demasiado anticuadas, incluso más anticuadas que las del propio padre de Gilbert. Del hijo nos transmite una imagen pueril y genialoide, incapaz para las cosas prácticas de la vida, irresoluto y amendrentado. “Gilbert —según Ada— no solía afrontar las decisiones directas, y era aún más raro que adoptase una solución inmediata”.

Extraña Ada Jones, que incurre hasta la caricatura en el viejo tópico de la rivalidad entre cuñadas, que a veces da la impresión al lector de haber querido ser la esposa y a la vez la hermana de los dos Chesterton, Gilbert y Cecil, el vértice de un trío en el que no cupiese un cuarto elemento.

Quien sale naturalmente mejor favorecido en el retrato de su esposa es Cecil Chesterton, del que Ada no deja de sugerir constantemente que era más valiente, más avanzado en todo que su hermano, y del que sería una especie de Juan el Bautista.

Pero el libro se detiene en muchos otros personajes, famosos unos, desconocidos otros, en el mundillo literario y periodístico de Fleet Street. La propia Ada Jones es un personaje de película, y no poco de su propia vida queda recogido en el libro de sus memorias. Unas memorias, tópico es decirlo pero forzoso, que se leen como una novela. Una buena novela. De misterio. Un misterio, como todos los que merecen este nombre, sin resolver. Que tal vez no vaya a resolverse nunca.

Un “Chesterton en zapatillas” —y la autora lo dibuja con mano maestra y con informaciones de primera mano— quizás contenga mucho de verdad. Quizás no sea toda la verdad.

Enrique Baltanás


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