Autor: 10 enero 2006

Julio José Ordovás

1.

Noches en las que todos los semáforos están en blanco.

2.

En un callejón sin nombre de una ciudad inventada. Un hombre mata a otro hombre, a puñaladas. Desde detrás de un cubo de basura, contempla un gato la escena. Yo soy el gato. Yo soy el único testigo del crimen. Un gato afantasmado. Y cobarde.

3.

Ululan las lechuzas, ladran los perros (atados con cadenas) en la noche oscura de mi infancia.

4.

Noches en las que los sueños, los malos sueños, me devoran —buitres voraces— las entrañas.

5.

Oigo desde la cama el trajín de la camilla de una ambulancia. Deben de estar socorriendo a algún vecino de la casa de al lado. Son las tres y media de una asfixiante madrugada de verano. Doy vueltas y más vueltas en la cama, sin poder dormir.

6.

¿Por qué de noche estoy siempre más despierto, y más acompañado, estando dormido y solo?

7.

Aquellas noches de verano que dejaron cenizas en mis labios adolescentes y de las que ya no quedan ni las cenizas del recuerdo.

8.

Me quedo dormido leyendo en el sillón, y pasadas las tres de la madrugada me despierto siendo otro, el personaje que siempre he querido ser o el personaje que siempre he temido ser. Necesito dormirme de nuevo para que al despertar pueda volver a ser de nuevo yo, solo yo, mi sombra solo.

9.

Colecciono mierdas de perro en las suelas de los zapatos. Y postales de lugares en los que nunca estaré. Y palabras, palabras gastadas que cuento y recuento cada noche, como el usurero cuenta y recuenta sus monedas.

10.

De entre los contenedores de basura, los gatos salen a mi encuentro cada noche. No temen al fantasma, acaso porque también ellos son fantasmas.

11.

Sueño que soy un antiguo monje japonés y que es medianoche y es otoño y dulcemente llueve y sobre el tejado de madera de mi casa pasan los gansos graznando.

12.

¿Dónde está la llave de niebla de mis sueños? ¿La habré perdido? ¿Me la habrán robado? ¿Pero para qué iban a robármela? ¿Para soñar mis sueños? Qué estupidez.

13.

La niebla ha tomado la ciudad, de noche y por sorpresa, como cada invierno. Poco a poco, noche a noche, se meterá en mi cuarto y en el cuaderno en el que escribo y se meterá también en mis sueños, nublándolos aún más. Luego no habrá forma de sacar la niebla de mi cabeza, y caminaré a tientas, golpeándome contra todas las esquinas.

14.

Yo soy el guardés de un jardín de niebla, y soy su vagabundo y su fantasma y su serpiente. Soy el que habla con los árboles, el que da de comer a las ardillas, el que limpia de hojas secas el estanque. Llevo un sombrero de ala de cuervo y un abrigo raído y una bufanda que las arañas tejieron para mí y que me llega casi hasta los pies. No preguntéis mi nombre. No queráis verme.

15.

Cuando las llamaradas del viento se apagan, salgo a la noche blanca de mis sueños, donde todo es verdad y todo es mentira, y donde también yo soy verdad y soy mentira. Sí, yo soy, miradme, el que apedrea la luna falsa del río y el que galopa, desnudo, a lomos de un caballo de humo azul. Yo soy aquel al que encontrasteis muerto hace mil años, el que escapó de vuestras batallas grotescas y caminó y caminó hasta caer desfallecido sobre el barro. No me tengáis lástima porque tampoco yo os tengo lástima a vosotros, estúpidos mortales.

16.

Algunas noches, en sueños, oigo campanadas. Son las campanadas de la iglesia de mi pueblo sumergido, que tocan a muerto.

17.

Hace ciento cincuenta y dos años, una noche de enero como esta, una noche negra y blanca, Gérard de Nerval deambulaba como un perro sin dueño, perdido y enfermo, por las calles heladas de París. El veneno de la locura había vuelto a surtir efecto. Y él sabía que así iba a ser, por eso se despidió de su tía con una nota. Luego perdió la cabeza y caminó y caminó por los barrios más malolientes, por los tugurios peores. Se dice que trató, en vano, de conseguir dinero. Se dice que cenó en el mercado. Después se pierde su rastro, hasta que amanece colgado de un farol en un callejón lóbrego como boca de lobo, igual que un espantajo, con el sombrero puesto (patético detalle). Ah, el Tenebroso, el Viudo, el Sin Consuelo. Pobre Pelele.

18.

Yo también hago colección de noches. Y las tengo también todas repetidas.

19.

Todas las noches son la misma noche, esta noche inmensa en la que la luna parece la vela, hecha jirones, de un barco fantasma y las puertas son falsas, son falsas las puertas y falsas las ventanas, bocas vacías, gritos helados, y yo soy una sombra temblorosa y sin nombre, un muerto que escribe.

20.

Iré a donde nace la luna, a la tapia enjalbegada del cementerio, al pozo de los deseos, al río Aguasvivas, al árbol de las lechuzas, a la montaña del poeta, mi pequeña y calva montaña, mi planeta azul. Regresaré, sí, al escenario de mi infancia, que es y no es el escenario de mis sueños. Y volveré con la luna debajo del brazo, con mi viejo tesoro por fin recobrado.

21.

Hace tiempo quise escribir la historia de un hombre que recorría noche tras noche la ciudad, contando las farolas. Era un hombre sin sombra, o más bien una sombra sin hombre. Al amanecer, en cuanto se apagaban las farolas, perdía siempre la cuenta, y noche tras noche tenía que empezar a contar de cero. Se trataba, en efecto, de una maldición sisífica. Como la maldición de emborronar cada noche este cuaderno fantasma, para empezar de nuevo a la noche siguiente, porque con la luz del día todo lo escrito se apaga y desaparece.

22.

Cuando pasan los años

y las horas pasan,

le es necesario al hombre encontrar algo

donde su noche cante o se ilumine.

(Juan Eduardo Cirlot)

23.

Estoy esperando un autobús de niebla en el apeadero de un pueblo cuyo nombre se ha borrado de mi memoria. Es medianoche y no se ven luces por ninguna parte, ni en el cielo ni en las montañas ni en la carretera. Encendería un cigarrillo si tuviera tabaco. Mierda. Siento como si en el corazón, o en su lugar, tuviera un nido de ratones muertos de frío y de hambre. No sé de dónde me llega una música tristísima. Lloraría si recordara cómo.

24.

No creo en Dios, en ningún dios.

No creo en el Hombre, en ningún hombre.

Creo, con fiebre y con ardor,

en nada.

25.

He abierto de par en par la ventana de mi cuarto para que los cuervos de la noche entren en mi casa y se lleven todos mis libros al infierno.

26.

Únicamente cuando es muy de noche y estoy solo y a oscuras, encerrado en mí mismo, donde nadie, nadie puede verme ni oírme, reúno el valor suficiente para registrarme los bolsillos y contar mis monedas de sombra.

27.

La noche no está al otro lado de la ventana.

La noche está dentro de mí.

Como una baba viscosa, como un gusano enorme.

28.

Al volver a casa, de madrugada, me he cruzado con Mario Santiago y con Arturo Belano. Llovía a cántaros y ellos caminaban sin prisa y se reían. Caminaban por la acera infinita de una calle infinita, en una noche infinita. Hablaban una lengua indescifrable, la lengua tal vez de los muertos, una lengua de otro planeta. Les he dicho algo, pero no puedo recordar lo que les he dicho. Ellos han seguido caminando como a cámara lenta y riéndose. No han oído las palabras del fantasma, no me han visto.

29.

Tal vez el grillo sabe

que hay una historia última

que hay un silencio último

más allá del silencio de la noche.

(César Simón)

30.

Sueño que estoy vivo y que salgo al balcón y que enfrente de mi casa crece un árbol de cristal —es de cristal el tronco y son de cristal las ramas y las hojas—. Crece y crece el árbol y yo lo miro crecer. Y soplo con todas mis fuerzas y el árbol se deshace en miles de esquirlas temblorosas, y desaparece.

31.

Noches en las que un mar tenebroso llama a mi ventana, invitándome a naufragar.

32.

Yo soy como la jaula de Kafka, que cada noche sale volando en busca de un ave.

33.

Quién fuera un personaje de Philip K. Dick, para desplegar lentamente las alas, agitarlas varias veces y elevarse con majestuosidad desde el tejado hacia las tinieblas.

34.

Noches de cristal y noches vidriosas. Noches en las que uno, de proponérselo, puede oír todos los ruidos de la ciudad, y escuchar todos sus silencios.

35.

Algunas noches —noches que duran días— siento que llevo un nido de ratas en la cabeza. Puedo oírlas, o mejor dicho, no puedo dejar de oírlas. Y si cierro los ojos también las veo: son ratas pequeñas y sin pelo, asquerosas.

36.

Las luces hoscas, blancas, reanudan la noche.

He salido al balcón, a recibir en la piel la caricia, arañadora, del agrio viento oscuro.

Tampoco esta noche tengo sueño. Maúllo, y nada,

nadie responde.

37.

Son las cuatro de la madrugada. Suena el teléfono. Dejo que suene una, dos, tres, cuatro, cinco veces, hasta que salta el contestador. Y una voz que no reconozco, tiembla: ¿estás ahí? Di, ¿estás ahí? Por favor, responde, necesito saber que estás vivo.

Luego, nada. Cierro el cuaderno. Enciendo un último cigarrillo. Me lavo los dientes. Apago la luz. Me meto en la cama. Y trato, inútil y desesperadamente, de dormir.

38.

Qualselvol nit por sortir el sol, cantaba el cantautor galáctico. ¡Y una mierda! El sol no sale nunca en estas noches cerradas.


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