Autor: Rafael Suárez Plácido 20 julio 2011

Un invierno propio

Un invierno propio
Luis García Montero
Visor. Poesía
ISBN: 978-84-9895-065-6
176 págs.
Madrid, 2011

Tendría que decir que hace unos años que ya no me llegaban sus poemas. He seguido leyéndolos porque detrás de todos ellos estaban los que se adscribían a la manera de decir y de contar de Ángel González y, muy especialmente, de Gil de Biedma, aunque nunca puso tanto de sí mismo como ellos. Me refiero muy especialmente a Diario cómplice, Las flores del frío y Habitaciones separadas. Para mí Diario cómplice es uno de los mejores poemarios del último cuarto del siglo XX español. Ese puesto de honor tan peligroso y tan difícil de administrar, le dio poder para decidir quién merece y quién no merece, y el ejercicio de ese poder le ha supuesto a Luis García Montero todo tipo de ataques y de ofensas. Sus nociones sobre poesía normativa le han costado el rencor más agrio de todos los que se han quedado fuera, porque hubo un tiempo en que eso equivalía a sentirse alejado de muchas cosas. En general fue coherente, aunque yo, por ejemplo, nunca entenderé el apoyo al libro de sonetos de Sabina, y cuando me he esforzado por hacerlo, el resultado no me ha gustado nada.

Estos últimos años, si hay un poeta en España cuya opinión es valorada en los medios, ese es García Montero. Su militancia en la izquierda más moderada le ha llevado a ser presencia indispensable en actos o manifiestos afines. Quizás eso haya contribuido a que sus libros anteriores, en los que trataba de alejarse de esas verdades en las que creía y hacían de su poesía una verdad a medias. En Un invierno propio (Visor, 2011), encontramos el retorno a su lado más humano. El punto de partida es la serie de aforismos con los que titula sus poemas. Los títulos de estos treinta y ocho poemas son cada uno de ellos un poema en sí, a veces incluso más interesantes que la glosa que les sigue.

La verdad no es un punto de partida. Así titula uno de sus mejores poemas el epígono de la poesía de la experiencia. El punto de partida es el lenguaje que persigue una realidad interna. “Por eso escribo, para que me lean, / y cuido las palabras, y persigo / la realidad en sus significados, / y procuro en el orden de mis ojos, / en la prosa del mundo, / que el realismo del sur / nos cite en una plaza con palmeras…” El lenguaje, el idioma, trata de responder a las preguntas que se hace el poeta: “Pero me acabo siempre confundiendo.” Y el poeta reconoce que: “No me resulta fácil, pero a veces entiendo / la nostalgia de orden que tienen mis poemas.” En su enorme éxito literario hay algo de fracaso personal. El autor nos descubre sus dudas, las preguntas que quedan sin respuesta, para que lo leamos, para tratar de ayudarnos con las nuestras. Quizá por eso la verdad no es el punto de partida. Cita en uno de sus poemas los versos de Piedad Bonnet: “No hay mujer más sola, / más tristemente sola, / que la que quiere amar a un hombre triste.” (El peligro de las citas, ya lo sabemos, es que a veces su luz resplandece por encima de nuestros versos). El hombre es triste porque duda y nunca va a renunciar a esa verdad inalcanzable que le ayudaría a comprender el mundo.

A veces una piel es la única razón del optimismo. El amor siempre aparece en su poesía. Su búsqueda o los amores fugaces en los primeros libros, o el gran amor en los siguientes. No sólo el amor a la amada, también el que muestra a sus amigos: “Me han visto igual que siempre, / han opinado con razones mías / más veloces que yo. Sólo recuerdan / lo mejor que hay en mí.” No sé si hay que felicitarse por tener esos amigos. Yo prefiero, desde luego, a los que me cuestionan. No hay que olvidar que Antes de embarcarse en una ilusión compartida hay que aprender a quedarse solo. Y no hay que olvidar tampoco que es a veces el azar el que nos salva: “Nada de lo que ocurre ha estado nunca escrito. / Ni siquiera tú y yo.” Y ese mismo amor nos lleva a pensar que Las revoluciones son un asunto propio, porque “El mundo es triste y duele / y no existe un dolor / que no merezca ser compadecido.”

Planteamiento, desnudo y desenlace. Sus poemas siempre son historias, a veces pequeñas y a veces mayores. Mi poema favorito de Un invierno propio es este en el que cuenta la vida de alguien que bien pudo ser él o deseó ser él. “La juventud se llena con botellas vacías. / Hace falta valor y hacen falta botellas / para escribir mensajes / que dan sentido al mar.” Quizá todo el libro sea una excusa para introducir este poema autobiográfico, donde da cuenta de los años más duros: “soporté enemistades, ojos turbios / parecidos al óxido. / Me consoló el desnudo de tu cuerpo.” Al final siempre está el amor que da sentido a la vida. Al final, las mismas preguntas sin respuesta con las que comenzó el libro, las mismas dudas: “Todo es raro y difícil / como sentirse Luis, como vivir en el segundo / izquierda de la noche, / ser español o estar enamorado.” Y aquí sí que acierta, porque se trata de las mismas dudas que tenemos nosotros: sus lectores, sus contemporáneos.


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