Autor: 10 noviembre 2008

Danilo Kis
Circo familiar
Traducción de Nevenka Vasiljevic. Acantilado, Barcelona, 2007

Hace algún tiempo, a propósito de la publicación de Una tumba para Boris Davidovich, definimos a Danilo Kis como un «escritor total», ya que en sus libros se obraba una prodigiosa conjunción de talento narrativo, solidez arquitectónica y, sobre todo, una portentosa capacidad expresiva para alcanzar ciertas fibras que el lector suele tener medio ocultas, a la espera de que las active una prosa fría y nerviosa, inteligente y sensual, musculosa y reflexiva a un tiempo. En definitiva, una mezcla de artesano y genio, de orfebre y humanista, de técnico y esteta. Nada fácil de encontrar, por cierto.

Ahora, la aparición de Circo familiar corrobora y acrecienta, si es que es posible, aquella impresión: Danilo Kis es, sin ningún género de dudas, uno de los grandes autores del siglo pasado; uno de esos raros escritores cuyos libros, cuando caen en nuestras manos, nos inoculan de inmediato, con la energía de una descarga eléctrica y la ternura de un soplido dulce al oído, la inequívoca sensación de que estamos protagonizando un acontecimiento.

Mientras leíamos Circo familiar se nos ocurrió que se podría utilizar este libro, sobre todo la tercera y última de las novelas que lo conforman, para impartir un curso acerca de la variedad de procedimientos narrativos que tiene a su disposición un novelista, pues constituye un riquísimo repertorio de técnicas narrativas, con la particularidad de que están combinadas con una sabiduría y un dominio de la arquitectura novelística que ofrece un resultado único.

No en vano, Kis dejó dicho: «No hay nada que me dé más miedo que repetirme. No me gustan aquellos escritores que se repiten una y otra vez libro tras libro. Soy incapaz de hacer eso ya que, una vez domino una técnica, esta deja de interesarme. Cuando empiezo a pensar en un libro, lo que me emociona más es la técnica que voy a usar. Necesito cambiar de temas continuamente, y a la vez cambiar al máximo el estilo».

Pero vayamos poco a poco; empecemos por el principio.

Circo familiar es una trilogía formada por Penas precoces (1969), Jardín, ceniza (1965) y El reloj de arena (1972). El hilo conductor de los tres libros es Eduardo Sam, padre de Andreas Sam, narrador de los dos primeros. El padre de Kis murió en Auswichtz cuando este tenía ocho años, y la desmedida pérdida marcó la vida de nuestro autor. La omnipresencia del padre, ya desde su irreversible ausencia y la consiguiente propensión al mito, merodea obsesiva sobre Circo familiar. Los dos primeros libros, narrados en primera persona, recrean momentos de la infancia de Kis, y su lirismo —en ocasiones ingenuo, a veces amargo, siempre sobrecogedor— reconstruye los paisajes emocionales de su niñez y primera juventud con el padre bien presente en todo momento, a pesar de sus frecuentes desapariciones. En efecto, Eduardo Sam estaba chiflado —con certificado médico inclusive—, y el retrato que nos queda de él es el de un tipo que se larga en ocasiones del hogar, un pensador panteísta y borrachín, soñador y promiscuo, inventor de chifladuras y, sobre todo, escritor de su particular filosofía de la vida en el libro titulado La guía yugoslava, nacional e internacional, de autobuses, barcos, trenes y aviones, donde Sam expone —poco a poco y a lo largo de su vida— su delirante cosmovisión, que conjuga las tres religiones monoteístas en un batiburrillo filantrópico de ingentes e impublicables dimensiones. En Jardín, ceniza podemos leer: «Esta historia, este relato se convierte cada vez más en la historia de mi padre, la historia del genial Eduardo Sam. Su ausencia, su sonambulismo, su fervor misionario son nociones desprovistas de todo contexto terrestre y, si ustedes quieren, narrativo, que forman una sustancia frágil, como los sueños, caracterizada principalmente por sus propiedades negativas; todo esto se convierte en un material denso, cargado de una trascendencia totalmente desconocida».

En El reloj de arena la figura paterna adquiere las dimensiones justas de un ser de carne y hueso, más humano y próximo al lector, sin las mixtificaciones de un hijo que se debate entre la más ferviente admiración y el reproche más dolido. El último libro de Circo familiar abandona la primera persona y cede la palabra a una multiplicidad de puntos de vista que lo convierten en una obra de referencia.

Los últimos días de Eduardo Sam, con levísimas alusiones a la guerra y la feroz represión del fascismo húngaro en la Serbia ocupada, se reconstruyen mediante un calidoscopio de voces que van desde el narrador invisible de «Cuadros de viaje» (confesamos que jamás habíamos leído un texto donde el narrador se ausentara al pasar de página mientras, distraídos, encendíamos un cigarrillo), pasando por las Notas de un loco, unos textos de Sam —no sabemos si apócrifos o no, y no creemos que tenga la menor importancia saberlo con certeza— hasta los redondos diálogos de Instrucción y Audiencia del testigo, llamado El Epistológrafo por su interrogador: una despiadada subversión de cualquier texto teatral, sin la ayuda de acotaciones que nos ubiquen en el tiempo y en el espacio donde se desarrollan las conversaciones, los interrogatorios. Nunca se nos dice quién habla, a quién pertenecen las voces: secas, heladas, sin modulaciones ni altibajos; unos diálogos que, siendo crudelísimos, prescinden de la crueldad. La vuelta de tuerca roza la genialidad cuando uno de los dialogantes —una especie de computadora omnisciente y parlanchina, de rápida y exacta respuesta— afirma, como si nada, qué pensaba y qué no pensaba E. S., por qué hizo o dejó de hacer tal o cual cosa, incluso qué había en sus bolsillos o en su maltratada sesera; si sintió, observando a una viuda joven y dormida en el compartimiento de un tren, la electricidad de una incipiente erección o cuál fue su último sueño y cómo lo interpretó.

Esta formidable maquinaria produce un informe tan espectral como meticuloso acerca de las últimas semanas de la vida de Eduardo Sam. Unas semanas reconstruidas a partir de la última carta que escribió a su hermana el 5 de abril de 1942. Un documento real —la carta— que apuntala y cimienta la construcción de un libro riguroso, minucioso, perfecto.

Si a todo ello añadimos la cuidadísima y preciosa traducción de Nevenka Vasiljevic, el resultado es un libro de obligada lectura.

Pero cedamos a Danilo Kis las últimas palabras, bien clarificadoras, de este palique: «El arte es el terreno donde eres absolutamente libre y donde puedes explorar la belleza y todos los vicios de la vida sin ser castigado por ello. Viene a ser una sustitución de la vida real. El arte es lo contrario de la vida».

Andrés Pau


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