Autor: 16 noviembre 2008

Nuno Júdice
Tú, a quien llamo amor.
Hiperión, Madrid, 2008

Tú, a quien llamo amor es una antología de poesía amorosa de Nuno Júdice, traducida al castellano por el poeta Jesús Munárriz. Quizá lo que más llame la atención de este conjunto sea el doble juego «eros-lenguaje». Juego que desemboca en uno de los temas recurrentes de Nuno Júdice, la metapoética.

Y se llega a la constatación, tópica desde la mística, de la insuficiencia verbal para la expresión de algunas (casi todas las fundamentales) experiencias: «¿Pero qué queda / en las palabras / de aquello que se vivió? / Un polvo de sílabas, / el ritmo pobre de la / gramática, rimas sin nexo». Pero también existe, como contrapartida, la magia del lenguaje. Su capacidad, atemporal, para la creación de arquetipos que sirven como espejos en los que se refleja, con carácter universal, una experiencia individual y concreta. Leemos así en «Camoniana»: «¿Quién eres, / mujer real y soñada que habitas / todos los poemas que ese poema / ha inspirado?» Con todo, la realidad verdadera (no digo real para evitar la redundancia) es siempre algo intransferible; distinto, aunque más precario, a lo que el poema pueda inventar o rescatar: «Olvidando (…) las imágenes / en que, cada vez más, fuiste perdiendo / tu imagen, tuya y única».

«Semiología» abunda, una vez más, en el aludido juego de interferencias y funciona no tanto como envío personal cuanto como fenomenología del amor. Sentimiento que arrastra otros sentimientos, o se confunde con ellos: «Te amo. También podría decir: la soledad / con que te amo, o el miedo a amarte. A partir / de una palabra todo se puede hacer, en una página». Escritura y realidad coexisten de tal forma aquí que no se sabe, con frecuencia, en qué espacio se conforma la experiencia amorosa: «Podía soñar que vas a nacer de dentro de él (el poema), o que estás dentro de él / como la flor futura habita en el centro del invierno». Amor como ejercicio de retórica en el que una presencia (entre líneas, entre versos) dicta comparaciones, metáforas, ritmo; aguarda «en cada cesura», avanza hasta el final de la línea «donde te espero, / como si cada sueño no se deshiciese / con el aire».

La sospecha de dos experiencias esencialmente divergentes, o distintas, tampoco está ausente, como puede observarse. La poesía de Nuno Júdice no es ajena, en muchos casos, a una complejidad gratuita. Textos que previsiblemente debieran ser diáfanos (títulos como «Cotidiano» son ya un indicador) terminan convirtiéndose en algo alambicado, en una perífrasis innecesaria. A tales textos, como formulación crítica, se les podría aplicar unos versos de la citada composición: «Lo que es más sencillo (…) no se encuentra en el curso previsible de la vida». En el curso, queremos decir, de algunos poemas.

En toda relación, por perfecta que pueda parecer (desde dentro o desde fuera del poema) subyace un fondo de incomunicabilidad, lo que los existencialistas llamaron «otredad», algo inexpugnable, misterioso. De ello trata «Carta», uno de los poemas más bellos del libro, y que, curiosamente (me parece un texto acabado), se subtitula «esbozo». Pero esbozo podría también significar proyecto, intención. La intención de «decir» sin que las interferencias de la vida, sus banalidades, sus «ocurrencias», malogren lo esencial: «la comunicación más exacta de dos seres (…) como si un intercambio de almas fuese posible en este mundo». El texto, por otro lado, no solo prefigura una situación muy concreta (un rincón en un café, frente a un espejo), también un desenlace, un fracaso que es una vez más, aunque no solo eso, fracaso del lenguaje: «Y entonces las palabras caen en el vacío, como si nunca hubiesen sido pensadas».

En la antología se juega constantemente con abstracciones que se mezclan a lugares, objetos, retazos de paisaje. El paisaje, en sí, nunca es un primer plano sino un marco referencial, lo que aleja el conjunto de derivaciones románticas. Tampoco se evita, como punto de partida, el tópico. Así el poema «Variación sobre rosas» recuerda la poética sensacionista de Alberto Caeiro: «el mundo de las sensaciones, donde se entra sin llamar a la puerta, como si esta puerta estuviese siempre abierta». Tópico es asimismo el tema de la «Albada»; un tópico, claro está, reescrito de otra forma: «Ve hasta la ventana (…) y mira el cielo como si fuera un espejo», «pero no te demores. Un espejo / no se puede mirar mucho tiempo». La cultura, en efecto, sirve como soporte para encauzar una experiencia privada, para suscitar un pensamiento, para dar cuerpo a lo que de modo más o menos vago se intuye. No es extraño, desde este punto de vista, que en un mismo poema se den cita Quevedo, Petrarca, Garcilaso, es decir, casi toda una tradición sobre el amor en la cultura occidental: «Al tocar tu piel, oyendo correr las fuentes de la más antigua de las emociones, toco el propio instante del relámpago». Fusión, pues, de contrarios (agua y fuego) como en el célebre soneto de nuestro poeta barroco. Libro dedicado a una persona concreta (ese «Tú» al que se apela desde el título), pero también reflexión sobre el lenguaje, metapoética, inventario cultural que queda materializado, corporeizado, personalizado: «La literatura es esta memoria de aceitunas y naranjas en el verano de la infancia», «es tu cuerpo en mí, completando memorias y liberando imágenes». Imágenes que proceden de la tradición literaria y plástica tanto como de la experiencia personal. El deseo, sí, puede ser los viejos que espían a Susana en el baño detrás de unas cortinas o unos cañaverales; o alguien que saborea unos higos (D. H. Lawrence es el referente) a través de los cuales establece analogías eróticas. La destinataria de estos poemas de amor (una imagen, a fin de cuentas) se sustenta de los arquetipos de la literatura; y pasa ella misma, neoplatónicamente, a ser tradición (¿traición?), palabras, la sombra, hermosa tantas veces, de una realidad.

Eugenio García Fernández


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