Archivo de junio, 2008

Historia de una familia

sábado, junio 21st, 2008

Alice Munro: La vista desde Castle Rock

RBA, Barcelona, 2008

Están ahí, en un barco, camino del Nuevo Mundo desde su Escocia natal, en busca de una oportunidad, de su oportunidad. A veces ríen, a veces lloran, a veces se pelean, y otras veces bailan en la cubierta del barco, a las siete de la mañana, al ritmo de la música de un violín que alguien ha subido a bordo. Una poderosa imagen, sin duda, la del baile a las siete de la mañana. Como también esa otra en la que, también en cubierta, contemplan cómo se van alejando de su tierra natal, dejando atrás la belleza de esos parajes, y emprenden, temerosos y esperanzados, el rumbo hacia lo desconocido. Son solo dos ejemplos significativos de imágenes poderosas protagonizadas por algunos de los personajes de la primera parte de este libro de relatos (la segunda se centra en sus familiares más cercanos y en ella misma, desde sus años de juventud, con las primeras amistades y los primeros amores, hasta los últimos tiempos, cuando decide indagar en el pasado de esos familiares, rastrear en datos, paisajes y recuerdos, o le es diagnosticada una enfermedad seria, que, de momento, se mantiene adormecida), antepasados de su autora, Alice Munro, la voz más destacada —junto a las voces de Margaret Atwood y Margaret Laurence— de las letras canadienses, eterna candidata al Nobel, escritora de primer orden que indaga como pocos en el comportamiento humano, en su modo de sentir y reaccionar, y que nunca defrauda. Una escritora, a la manera de Chéjov, que narra, con estilo transparente y sencillo, los conflictos internos del ser humano que se esconden tras la cotidianidad, tras la rutina, tras el paso monótono de los días. Historias de hombres y mujeres (¡cuántas mujeres y qué diferentes entre sí pueblan las páginas de este libro!), con sus grandezas y sus miserias, con sus esperanzas y sus derrotas, con sus ilusiones y sus deseos insatisfechos, supervivientes que encaran —como pueden, como saben, como les dejan— el sentido y el sinsentido de la vida, el tiempo que les ha tocado vivir, las embestidas del destino, el agridulce sabor de los años que pasan, de las huellas que dejan esos años en el rostro, en las entrañas. Todo ese proceso. El proceso de vivir, de aprender, de envejecer. Y los destellos de luz y de oscuridad que lo habitan.

Alice Munro, autora habitual de relatos cortos (sólo escribió una novela, al principio de su carrera literaria, no traducida al castellano, ¿no sería ahora un buen momento de recuperarla, junto a esos otros volúmenes de relatos que aún siguen descatalogados?), de historias entrelazadas, compone aquí un mosaico único, unitario y muy compacto, recreando la historia de una familia, la suya, novelando los hechos desconocidos, o también los conocidos, si pensamos, como Gabriel García Márquez, que «la vida no es lo que se ha vivido, sino de lo que uno se acuerda y cómo se acuerda».

Ovidio Parades

Exorcismo

sábado, junio 21st, 2008

Félix Romeo: Amarillo

Plot Ediciones, Madrid, 2008

«Nunca he pensado en tirarme por un balcón» declara el narrador de la primera novela de Félix Romeo, después de que lo hiciera su hámster (p. 26 —¿o ha sido defenestrado por él mismo, según confiesa después, en p. 94?—), pero enseguida comprobamos que sus tendencias suicidas son tan grandes como el complejo de Peter Pan que está en el origen del relato, y que en buena parte lo explica: «Me miraba en el espejo y me apuntaba. La pistola pesaba más que nada que yo hubiera cogido nunca» (p. 42).

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Miguel Martínez Lage: uno más del club

lunes, junio 16th, 2008

Javier Fresán

Si la patria de un traductor son los libros que ha dado a un nuevo idioma, la de Miguel Martínez-Lage (Pamplona, 1961) linda al norte con su adorado Beckett, que le permitió acuñar el término despalabro; al sur, con poetas como Auden o Pound, que también escriben prosas excelentes; y tiene frontera al este con Stevenson, Conrad, Kipling, Orwell, y al oeste, con autores contemporáneos de la talla de Coetzee —suya es la versión española de Desgracia—, Don DeLillo o George Steiner. Pero poco a poco una ínsula extraña, ajena a los rigores de la geografía, se expande con fuerza en medio de este territorio perfectamente cartografiado. Desde hace casi un lustro, un extranjero se sienta cada tarde entre Samuel Johnson y James Boswell en el Club Literario que fundaran en el Londres de la segunda mitad del xviii Edmund Burke y sir Joshua Reynolds para disfrutar de la conversación del doctor. Solo lo acompañan una pluma azul y una pila de cuadernos en los que anota cuidadosamente las palabras que enviará a otro siglo y a otra lengua, más de doscientos años después. Me los enseña en su estudio, mientras disfruto de su conversación apasionada sobre los pormenores de la traducción de la Vida de Samuel Johnson (Barcelona: Acantilado, 2007).

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Liebre por gato

viernes, junio 13th, 2008

Rosalba Campra

Rosalba Campra nació en Córdoba, Argentina. Siguió estudios universitarios en Córdoba, Nancy, París y Roma. Es catedrática de Literatura Hispanoamericana en la Universidad La Sapienza de Roma, ciudad donde reside actualmente. Ha publicado en revistas especializadas numerosos estudios dedicados a problemas de teoría literaria, con especial referencia a la literatura hispanoamericana de los siglos XIX y XX.

En el campo de la ficción ha publicado la novela Los años del arcángel (1998), los libros de relatos Formas de la memoria (1989), Herencias (2002) y Ciudades para errantes (relatos y poemas, 2007). Exposiciones de sus libros-objeto y otros trabajos en los que se superponen la escritura ficcional y la imagen se han realizado en Europa y América Latina. Los relatos que publicamos forman parte del libro inédito Ella contaba cuentos chinos.

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Tía Ágata

martes, junio 10th, 2008

José Manuel Benítez Ariza

Cuando me preguntan si vivo con una mujer, no sé qué decir. Ahora vivo con dos. También dudé cuando Luisa, la más joven de ellas, me hizo esa misma pregunta, al comienzo de nuestra relación. «¿Vives con alguien?». Callé, y eso la azoró un poco. «Lo siento», dijo, «no soy quién para hacerte preguntas». Hay que decir que estábamos en aquella pensión, desnudos los dos, metidos en aquella cama de sábanas tan tiesas. Hacía un par de meses que tonteábamos, y aquella tarde nos decidimos a hacer lo que hasta entonces habíamos aplazado sin demasiada ansiedad, tal vez porque lo dábamos por seguro, después de habernos contado mutuamente nuestras vidas a lo largo de diez o doce cafés, un par de almuerzos, otras tantas cenas y un número indefinido de paseos por las dos manzanas que albergan nuestros respectivos pisos y el bloque de oficinas donde trabajamos los dos, ella en el tercer piso, en una compañía de seguros, y yo en una asesoría jurídica, en el entresuelo. En todos esos encuentros había un momento en el que yo miraba el reloj, transparentaba un gesto de ansiedad y alegaba que tenía que irme. Luisa se limitaba a sonreír, comprensiva. A saber qué imaginaba. Pero lo importante no era lo que pudiera imaginar, sino que, fuese lo que fuese, no lo consideró un obstáculo al evidente progreso de nuestras relaciones. Tal vez pensó que yo era un hombre casado (nunca me lo preguntó, en aquella fase previa) y que mi matrimonio se iba a pique. Otra hubiese amagado una exhibición de remordimientos, o pedido explicaciones. Ella no. Y yo, desde mi posición parcial de beneficiario directo de esa benevolencia, la daba por bienvenida, no solo porque me eximía de dar explicaciones incómodas (sobre todo, porque no había nada que explicar), sino también porque, aun cuando hubiese habido algo incómodo que confesar, parecía claro que nada hubiera podido contrarrestar aquella suave deriva de los acontecimientos, que empezó cuando, después de un breve intercambio de impresiones en el ascensor, algo me impulsó a invitarla a un café en el bar de la esquina.

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Un país llamado tradición

lunes, junio 9th, 2008

Bruno Mesa

Arriesgar una tradición es como proponer una fantasía teratológica o un bestiario, porque lo que uno intuye memorable puede ser para el lector una deformidad, lo que uno atisba revelador otros lo diseccionan con espanto y desprecio, y aquel autor que uno sospecha gigante es para algunos un pigmeo. Una tradición es muchas cosas, entre ellas una comodidad de la crítica, un espejismo geográfico o un prejuicio idiomático, según el apuntador y la obra; para quien firma es una lenta acumulación de placeres, de libros y de asombros; también de obsesiones, de inevitables renuncias, de libros que nunca acabaré, de la sabia ignorancia que propugnó Monterroso, de la usura del tiempo y del grato azar de las librerías. De esa singular tradición quisiera hablar aquí.

Mi tradición es un país caótico y libre, más anárquico que ordenado, ni seco ni lluvioso, sino las dos cosas, según la comarca y el temperamento. Este es un país donde es posible ser feliz, pero donde la felicidad, la vida o el orden no son obligatorios. La mayoría de los habitantes de este país están muertos, pero sus fantasmas siguen aquí viviendo la otra vida, la que nace en las bibliotecas y se dilata en cada lector.

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La penúltima herencia de Borges y los otros aleph

domingo, junio 8th, 2008

Vicente Luis Mora

La llama extraña
y todo ardía en ella
(Juan Perro [S. Auserón], De un sueño malo)

Todo duerme en mí
Todo habita en cada uno de nosotros
Somos un aleph moribundo de ignorancia

(Julieta Valero, Altar de los días parados)

Augusto Monterroso, aficionado a Jorge Luis Borges y a la bibliofilia (lo que es tanto como decir doblemente adicto a los libros), dedicaba uno de los mejores capítulos de su colección de ensayos La vaca (Alfaguara, 1999) a una resonancia borgiana vista en La Araucana, de Alonso de Ercilla, donde el guatemalteco encuentra un aleph («yo creo que hay, o que debió haber, otro Aleph», decía el original borgiano); fue ahí donde nos dimos cuenta de una nueva senda bifurcada en el camino de la Literatura, que no tardó mucho en ensancharse: Jorge Edwards apuntó en su discurso al recoger el premio Cervantes que en el Quijote hay otro aleph, en la escena que transcurre en la Cueva de Montesinos, y es cierto que lo hay:

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15 Usher’s Island, Dublín. La casa de los muertos

sábado, junio 7th, 2008

Israel Paredes Badía

(Texto comenzado el 17 de marzo de 2008, día de San Patricio, patrón de Irlanda, patria, a su pesar, o por ello mismo, de James Joyce)

No sabía de su existencia. Quizá fue ese el motivo por el que mi mirada se posó rápidamente sobre aquel punto bien señalado pero alejado de los lugares céntricos a visitar en el mapa turístico de Dublín. Había muchos puntos con el nombre de James Joyce, pero aquel fue sin duda alguna el lugar que sabía que tenía que visitar, al que dirigirme. Me llamó la atención que estuviera en el mapa tan alejado del centro; algo así lo convertía en un lugar extraño, como si no perteneciera a la ciudad aun siendo parte esencial de ella. La distancia de aquel punto imponía un desplazamiento hacia el este de la ciudad y del río Liffey, esto es, hacia la parte más pobre de Dublín, algo que se hace patente al recorrer esas calles. Al caminar se va encontrando poca gente, constatando un descenso paulatino de presencia humana hasta que tan sólo se cruza con algún paseante de manera ocasional. El paisaje se vuelve más gris, el color del hormigón; todo parece construido con premura, casi sin interés, ni el del utilitarismo. Hay algo triste en esa zona, pero también hay un sentimiento de vida difícil de explicar pero sí de sentir. De alguna manera, es ahí donde uno siente de verdad que se encuentra en Dublín, que está en la ciudad. Y no porque en el resto no lo haga, sino porque en esa zona existe algo más profundo que aquello que reluce en las calles más céntricas y limpias, en sus edificios más populares.

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Casona y Alejandro

jueves, junio 5th, 2008

Alfonso López Alfonso

Yo sé que ver y oír a un triste enfada
cuando se viene y va de la alegría
como un mar meridiano a una bahía,
a una región esquiva y desolada.

(Miguel Hernández)

LA DISTANCIA ENTRE EL QUERER SER Y EL SER

Empecé pensándolo de una vez. Me vino a la cabeza de repente: «Quiero ser Casona». Fue a los doce o trece años, mientras veíamos una representación de La dama del alba. En el programa de la función había una foto del autor. Aquel hombre calvo tenía una pose de dignidad tan natural que me hizo querer imitarlo. Además la obra me pareció buena. Como a Vila-Matas me gusta mezclarme con lo que leo, con lo que escribo y con lo que veo. Tengo el íntimo afán de hacerme un poco literatura para ver si así me salvo algo del olvido que me espera. Como Casona quería ser, quise ser, quizá con las últimas ascuas de ilusión que me quedan, quiero ser todavía un poco. Contarlo a la manera de Vila-Matas me gustaría en este momento, pero me falta mundo y conocimiento, y además no van conmigo ese aristocratismo y ese desdén por lo patrio que hacen falta para ser quien él es; para ser Casona me falta… mundo también, cordura, equilibrio, talento y bastante pulso. Al final, como aquellos nobles de antaño, uno es quien es, pero de verdad. Y ser de verdad, a pecho descubierto, a pulmón abierto, duele bastante más que ser con la protección de la cáscara social. No hay manera de esconderse y muchos días uno no soporta mirarse de arriba abajo y verse tan pobre.

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José María Hinojosa y la calavera de Rimbaud

miércoles, junio 4th, 2008

Alfonso Sánchez Rodríguez

A comienzos de 2008 se ha podido ver en la Huerta de San Vicente —la casa familiar de los García-Lorca en la vega granadina— una exposición singular. Se trata de Vida y hechos de Arthur Rimbaud, organizada por la Fundación Federico García Lorca y por La Casa Encendida. Entre los manuscritos, retratos y libros allí expuestos, destacaba un telegrama estremecedor que Rimbaud envió a su madre y a su hermana el 22 de mayo de 1891, seis meses antes de que un cáncer óseo acabara de devorarlo: «Hoy, tú o Isabelle, venid a Marsella por tren expreso. Lunes mañana amputan mi pierna. Peligro muerte. Asuntos serios por zanjar».

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