Autor: admin 13 septiembre 2007

Antón Arrufat

Antes de estar sentado aquí, delante de ustedes, dispuesto a improvisar unas palabras acerca de La Rampa, caminé un rato por ella, por la que encontramos hoy y, tal vez mágicamente, por la que yo veía cuando esta parte de La Habana había comenzado a levantarse, hace más de treinta años. Dos ciudades, una tangible que puedo recorrer y otra que ya no existe y se halla en mis recuerdos, espacio mental más que urbano, parecían superponerse. Tales superposiciones espaciales y temporales inesperadas, resultan sin embargo habituales al habitante ciudadano. De las diversas creaciones humanas, la ciudad se encuentra entre las más vivientes y extravagantes. Viviente porque se transforma casi a diario, para seguir siendo en gran medida idéntica, y extravagante, principalmente La Habana, porque conjuga, poniéndolos con displicencia al lado, diversos estilos arquitectónicos. A menudo no tan solo al lado, también en una misma construcción, entre inusuales armonías o feas rupturas.

Autor: admin 1 noviembre 2006

Antón Arrufat

Teníamos un día y una hora previamente acordados: martes alas cinco de la tarde. Después volvíamos a conversar los jueves, y de este día hablaré luego, por sus curiosos rasgos distintivos. Lezama me recibía sentado en su sillón, más bien una poltrona, que podía acoger su enorme cuerpo. Por esa época había engordado, caminaba con dificultad y apenas se levantaba de su poltrona, parecida a un sillón de Campeche, con grandes orejeras a ambos lados y amplios brazos. Llegar al Paseo del Prado, a dos cuadras de su casa, le costaba esfuerzo y le anunciaba una disnea. “Yo soy el peregrino inmóvil”, humorizaba.

Autor: admin 7 enero 2006

Antón Arrufat

Donde el autor se cuenta

Estimados espectadores, quien se encuentra ante ustedes y tratará de corporizarse en lo posible hasta convertirse en cuerpo verbal, nació hace setenta años en una distante ciudad provinciana, Santiago de Cuba, distante de La Habana naturalmente, y que todo santiaguero, en mi juventud al menos, pronunciaba con cierta prosopopeya, dosis de envidia molesta, y como si en su entonación se encontraran mayúsculas marcadas, letras resonantes para exclamar “¡La Capital!”. Según me contaron mis padres, quienes al nacer primero que yo tuvieron la posibilidad de traerme al mundo y verme nacer, el hecho ocurrió un día del año 1935, el 14 de agosto. Yo puedo jurar que de tal nacimiento nada supe hasta pasados varios años, cuando empecé a tener eso, tan misterioso, que llamamos “conciencia”. Para aquellos aficionados al horóscopo occidental, nací bajo el signo incandescente de Leo, segundo decanato, gente que se caracteriza por su gran obstinación prepotente y voluntariosa, dada a las pasiones eróticas y políticas, y sin embargo propensa al suicidio cuando comprende que ha fracasado en sus proyectos o inclinaciones. Como resulta claro hasta este minuto, soy la negación viviente de tal afirmación zodiacal.