Autor: admin 8 mayo 2009

Antonio Rivero Taravillo

También ellas, como Amsterdam, cautivan con sus canales al viajero. Llegué a la primera, en tren, desde la capital de Holanda, y en ningún momento dejé de leer carteles en áspero neerlandés, y de escuchar la lengua, ya dulcificada, en boca de madres jóvenes y de rubicundos niños (no sé por qué el vagón transportaba un nutrido grupo, quizá camino de alguna celebración escolar).

La estación de ferrocarril de Brujas queda a un buen trecho del casco histórico, pero una vez que empieza este lo hace sin interrupción, sin intromisiones perceptibles de arquitectura contemporánea, de modo que uno se siente recompensado por el trayecto. Brujas es particularmente hermosa, especialmente en día laborable (es decir, cuando solo funciona a medio gas la industria del turismo), y a ser posible fuera de temporada alta que, por utilizar un símil veneciano (Brujas se mira en el espejo de la Serenissima), de primavera a otoño inunda con su acqua alta calles y plazas. En ellas, por todas partes, casas con sus tejados de dos aguas, la mayoría con frontones escalonados.

Autor: admin 6 enero 2009

Antonio Rivero Taravillo

Poco es lo que sabemos, aún hoy, de Serafín Fernández Ferro, el joven gallego que robó el corazón a Luis Cernuda y le inspiró uno de los mejores poemarios de su primera época, Donde habite el olvido. Y, sin embargo, ya hay un buen número de datos, dispersos aquí y allá, que juntos permiten alcanzar una imagen más o menos fiel de aquel muchacho que también llegó él mismo a componer poesía y que tras alternar con varios miembros de la Generación del 27 y luchar en la guerra civil, y ser actor en Sierra de Teruel, la película de André Malraux en la que colaboró Max Aub, se trasladó a México a llevar una vida oscura y relativamente pronto truncada. Las siguientes páginas son el ordenado acopio de todas esas informaciones fragmentarias, en parte recopiladas en 1999 por Miguel Longo Fermoso, más la incorporación de investigaciones recientes entre las que se incluyen las realizadas por el periodista mexicano Antonio Bertrán, que ya ocupó hace pocos años la atención de los estudios cernudianos al localizar en la Guadalajara de Jalisco al amor crepuscular de Cernuda, el culturista Salvador, protagonista mudo de «Poemas para un cuerpo». Son, en definitiva, los capítulos, aún en el aire, de lo que podría dar para una sugerente novela.

Autor: admin 21 septiembre 2007

Antonio Rivero Taravillo: Viaje sentimental por Inglaterra
Almuzara, Córdoba, 2007

«Si mi carne igualara al pensamiento / jamás me detendría la distancia.» En estos versos de Shakespeare se concentra la llaga del viajero que no alcanzará su horizonte. El viajero es simple carne mortal; pero el sendero es siempre inmortal, el camino hacia la infinitud de una puesta de sol en el tiempo del olvido. Viajeros y lectores comparten la misma enfermedad de la vastedad. Acabado un viaje, el viajero ansía doblar la esquina de un próximo viaje, que quizá sea el periplo de un no retorno. Acabado un libro, el lector desea devorar otro libro más, porque siempre le atormentará la bulímica sensación de que aún queda mucho por leer. La patología irrefrenable del viaje y la literatura se da en Antonio Rivero Taravillo, poeta, traductor, ensayista y cronista de paisajes líricos como el que ofrece en este Viaje sentimental por Inglaterra.

En realidad el libro de Rivero Taravillo es un homenaje cubierto de hojas cobrizas y dedicado al autor del Tristan Shandy, Laurence Sterne. Sterne, escritor, sermoneador de conciencias y bisnieto del arzobispo de York, escribió en sus días su libro Viaje sentimental por Francia e Italia. En sus páginas daba cuenta de la tipología varia de los peatones que atraviesan la vida a sotavento de la más inquieta curiosidad, lo propio en quienes son culillos de mal asiento. Distinguía así entre viajeros ociosos, viajeros inquisitivos, viajeros mentirosos, viajeros vanidosos y viajeros melancólicos. Todos ellos acaban en una sola categoría, el viajero sentimental, adscripción que se otorga el propio Rivero Taravillo. De ahí el homenaje a Sterne. De ahí, en definitiva, este libro que es en cierto modo apéndice y coda del viaje sentimental que empezó por Francia e Italia y acaba, al menos de momento, en Inglaterra.

Autor: admin 5 enero 2007

Antonio Rivero Taravillo

Entre los celtas, la muerte siempre ha sido una realidad rayana con la vida, y ello no solo en ese brevísimo instante de intersección, el de la agonía, sino larga, interminablemente, mediante un doble envolvimiento de vida y muerte, arropándose ambas: esta en aquella, aquella en esta. La literatura irlandesa, la más rica de estos pueblos, es pródiga en dar muestras de ese maridaje desde época medieval, y solo limitándonos al siglo xx recordemos que lo hizo en Cré na Cille (Tierra del camposanto), libro inédito entre nosotros de Máirtín Ó Cadhain; en El tercer policía, de Flann O’Brien; o en el relato “Los muertos”, perteneciente al Dublineses de James Joyce.