Autor: admin 19 septiembre 2009

Bruno Mesa
Argumentos en busca de autor
La Caja Literaria, Tenerife, 2009

Con este título de raíz pirandeliana nos ofrece Bruno Mesa (Santa Cruz de Tenerife, 1975) un cuadro de sus pasiones literarias. En este libro para pervertidos amantes de la literatura el autor manifiesta su particular visión del mundo de las letras. O mejor dicho: el autor se retrata a sí mismo a través de la frecuentación de los libros. En el prólogo, al que se llama «Envoltorio», nos ofrece Bruno Mesa su peculiar concepción del acto de lectura: «El lector es el verdadero autor del libro, porque lo modifica con su lectura. Pero no lo modifica de una forma superficial sino desde la raíz». De pocos libros puede decirse que transmitan un amor tan profundo a las letras; un amor, es cierto, que parece intransigente, exclusivo, absorbente. En el «Envoltorio» se nos presenta una filosofía de la lectura concentrada en cuatro páginas: «Para uno, que es lector caprichoso, los libros son como regalos, y a mí de los regalos lo que menos me interesa es el envoltorio, ese que rompo en cuanto me dejan, luego meto las manos con avidez y miro a ver si aquello me interesa o es puro cuento».

Autor: admin 3 marzo 2009

Bruno Mesa

No existe lo imposible: el poema lo niega

Luis Feria

Saber que solo lo efímero nos muestra el sentido preciso de las cosas; que la felicidad es el agua que a nadie sacia; que para estar entero sobre el mundo hay que estar con el hombre, pero también con la tierra, con el pájaro, con el álamo y hasta con la silla y la almohada y la cebolla; que la alegría basta, que no podemos pedir más de lo que ella nos da; que el cuerpo amado es un buen cautiverio; que hay algo hermoso y paradójico en ser cada uno diferente y otro, y a la vez ser, tarde o temprano, lo mismo todos; que la vida es una demencia, y que solo podemos pedir una cosa: que esa demencia nos ofrezca su mano y nos lleve con ella.

De eso y de mucho más nos habla la irreverente y afortunada obra de Luis Feria, y yo no sé si es mucho o poco. Sé que a mí me basta su prodigio.

¿Puedes hacerle un poema al charco, al libro, a la uva negra o al poema mismo, y que ese poema venga como recién nacido, vestidito de fiesta para que tú lo leas, como si nadie hubiera escrito antes cosa alguna sobre el charco, el libro, la uva negra o el poema? Será ese el milagro de Feria.

Autor: admin 7 septiembre 2007

Bruno Mesa

Si no te conociera diría que eres una buena persona.

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Si tú, lector, te consideras un intelectual, un persona muy seria, un hombre de orden, un representante de la masa encefálica de tu comunidad, por favor, perdóname por todos lo elogios que nunca podré dedicarte.

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A nadie le gusta reírse de los poetas. Yo, en consideración a su esfuerzo, me limito a reírme de su obra.

Autor: admin 13 marzo 2007

Bruno Mesa

Las letras son como las maletas de doble fondo, todos conocen su apariencia, algunos su apetecible contenido, pero solo los curiosos, los imprudentes o la policía saben encontrar el bolsillo secreto que lleva hasta los diamantes de contrabando, esos que ocultaron unos espías al cruzar la frontera prohibida que hervía en alambradas. En las letras, en el doble fondo de su maleta, envuelto en un rectángulo de terciopelo negro hay escondido un surtidor de magia que pasa inadvertido por nuestros oídos, indiferentes a ese milagro. La costumbre hace que decline su misterio como el tenue velo de los años hace que se pierda aquel rostro que iluminó una tarde azarosa, esa tarde que falsamente imaginamos inolvidable.

Las letras de cualquier idioma revelan un sonido o un sabor, anuncian un paisaje o prometen una alegría, según quién las acompañe en cada palabra. Fácil será entrever que son enemigas encaradas cuando pronunciamos heterótrofo, pero si las dejamos sosegarse en compañía, y alguien que nos estima pronuncia melancolía, entonces la batahola y el violento descampado se transforman en un claustro, en un sosiego, y el callejón de los ­tahúres se vuelve noche apaciguada frente a un café y un amigo.

Autor: admin 16 noviembre 2006

Bruno Mesa

La raíz de estas páginas nace con una saludable y herética censura, la que realiza Wittgenstein a Shakespeare. Al fondo de esa elevada censura se esconde una pregunta a la vez ingenua y agónica para el juicio de una obra literaria: ¿es suficiente el lenguaje para justificar una obra? ¿Un hermoso juego de palabras, una sentencia brillante, un uso espléndido del idioma bastan para salvar una página?

Wittgenstein, como antes hiciera Tolstoi con mayor violencia, no encuentra en Shakespeare ninguna personalidad ética, ningún atisbo de aquello que llamamos “vida real”. George Steiner analizó esa crítica y decretó, aunque nunca fue propenso a las condenas, que Wittgenstein se equivocaba. No comparto el pesimismo de Steiner. Creo que el lenguaje no es suficiente, que es necesario algo más, y que ese algo más nos lo han entregado otros autores, como Sófocles, Dante, John Donne, Cervantes o Pessoa. Ese algo más puede definirse como una actitud ética. Es lo que exigía Eliot, encontrar en todo autor algo en lo que creer o algo que discutir. Eliot nunca encontró eso en Shakespeare, porque lo admirable del autor de Macbeth es su lenguaje, la extraordinaria musculatura de su léxico, la espectacularidad de sus paradojas, el genio al servicio del juego de palabras.