Autor: admin 1 marzo 2007

Andrés Trapiello

Hay muchas clases de diarios y, claro, tantas formas de escribirlos y de leerlos como personas, y son tan diferentes entre sí, que a menudo creeríamos que se trata de individuos de una especie distinta.

Si alguna vez ha dicho uno que el diario viene a ser como la huella digital del sentir y pensar de quien lo escribe, es porque hay en el hecho de escribirlo como una fatalidad, algo en lo que no nos es en absoluto posible decidir, como ninguno de nosotros podemos elegir la huella que llevamos en los dedos. También llevamos nuestro diario, como una huella, inseparable de nosotros, con esas misteriosas y caprichosas anfractuosidades que nos identifican. Y de ese manera cuando hablamos de “llevar” un diario, más que de escribirlo, estamos apuntando a la inevitabilidad de vivirlo, como llevamos la vida hacia adelante, al tiempo que es la propia vida quien nos arrastra sin que podamos oponerle demasiada resistencia (y al peligro que en ello veía Unamuno, a propósito de los diarios de Amiel, que parecía vivir únicamente para llevar su diario, para poder contarlo en un diario, o sea, para dejarse llevar por su diario, a ese peligro deberíamos referirnos como un tragicómico acontecer, una especie de patología como el alcoholismo, solo que en este caso hablamos de un alcoholismo de sí mismo, el que padece ebriedad de su vida, como aquel solipsista González Ruano que se hizo estampar en su papel de cartas la divisa “de mi deseo gozo”).

Autor: admin 3 noviembre 2006

Israel Centeno

A sus pies

Para mí la felicidad era tenerla a ella y vivir en Hampstead. Esto lo pude haber puesto en la novela que me va tomando casi un año escribir. Volver sobre la escritura es enamorarse de nuevo.

Seis meses ansiosos, arduos, contradictorios; con las ilusiones al hilo y la desesperanza tocando a la puerta.

Estoy de vacaciones y quiero ser feliz. Para mí la felicidad se reducía a tener buenas lecturas y aislarme en Araya. Ahora no lo sé. Mi mediocridad individualista y burguesa, esto de no aspirar a liberar naciones ni salvar a raza alguna, se ha movido un tanto. Estoy por tomar en serio, como lo hizo Leon Trotsky, la novela escrita por los franceses en el siglo xix. Me ha dado por pensar que todavía en aquellos libros de grandes lomos hay códigos que nosotros, los hombres inteligentes de la posmodernidad, no hemos desentrañado; y, por eso, como en aquel relato de Julio Cortázar, caemos y r(d)ecaemos.

Autor: admin 6 julio 2006

Vicente Duque

Ahora vemos por medio de un espejo, en enigma; pero después veremos cara a cara.

(San Pablo)

Alguna vez nos asombrará el que los vivos no nos vean, igual que hoy nos extraña el que no llegue a nosotros ningún destello del mundo de los espíritus. Quizá esas dos realidades se hallan muy próximas la una de la otra, pero tienen una óptica diferente, como la cara opaca y la cara brillante del azogue en un espejo…

(Ernst Jünger)

Una especie particular de la muerte

“Alcanzada la edad bíblica”, los setenta años que el Salmo 90 atribuye al hombre, Ernst Jünger comienza la última parte de sus diarios1, escritos bajo el opuesto signo de la presencia y la ausencia —la vida y la muerte— unidas como el lado cristalino del espejo a su lado azogado.

Quien vivió en el vértigo del siglo y en su juventud jamás abrigó esperanzas de llegar a los treinta años, el mismo que partió voluntario a los campos de batalla de Europa para ser herido en catorce ocasiones, el titular de la Cruz de hierro de Primera Clase, caballero de la Orden de los Hohenzollern y poseedor de la distinción suprema, la Orden “Pour le Mérite”, el pensador a quien Walter Benjamín reprochó en su día haberse convertido en el adalid de un pernicioso misticismo de la guerra, vive, ya anciano, en el viejo tiempo de las parábolas, siguiendo el curso de los ciclos naturales, de las sucesivas floraciones y letargos de la vida vegetal. La siembra de nuevas simientes, la poda de los árboles frutales y la maduración de las plantas de su jardín ocupan un lugar muy importante entre las preocupaciones de un hombre que pasa morosamente el dedo sobre su vida “como sobre el filo de una espada” y cuenta las mellas que han quedado, pero que a la vez sabe permanecer a la escucha de las manifestaciones del Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo.