Autor: admin 3 noviembre 2008

Vicente Duque

¡Y cómo soportaría yo ser hombre si el hombre no fuese también poeta y adivinador de enigmas y el redentor del azar!

(Así habló Zaratustra, «De la Redención»)

… apariencia y fuego fatuo y danza de fantasmas

(La gaya ciencia, aforismo 54)

Maestro de la sospecha

«Maestro de la sospecha» llamó Michel Foucault a Nietzsche. El epíteto hace referencia a esa dimensión del pensamiento nietzscheano que durante mucho tiempo ha permanecido eclipsada por las grandes cuestiones del superhombre o el eterno retorno, cuestiones impregnadas por toda una literatura crítica posterior —sobre todo cuanto atañe al ideal del superhombre— de ciertos atavismos románticos, deudores de una concepción todavía metafísica de una historia poco o nada coherente con la concepción que se hacía el propio Nietzsche de esa misma historia, y de la cultura de la selección que la construye, como valor. El filósofo sería el creador de valores, y entre ellos se incluye a la misma construcción conceptual llamada «razón», en realidad un largo proceso degenerativo en el que se han ido afirmando los ideales nihilistas, los que niegan todo cuanto es fiel al «espíritu de la tierra». El consenso de los sabios, de todos aquellos que desde Sócrates se empeñaron en implantar de manera permanente «contra los apetitos oscuros» una luz diurna —se afirma en Crepúsculo de los ídolos— es una expresión de decadencia. El impulso ascendente de la razón no es sino la fórmula invertida de una enfermedad, un método de sanación que agrava lo que pretende corregir. De la sospecha, que aquí es sospecha de las construcciones de la razón, se deriva, casi instintivamente, el gesto del hermeneuta, del «perforador», del «horadador», del «socavador» de los bajos fondos que hurga «hacia abajo, hacia el fondo, hacia adentro, / hacia cada vez más profundas profundidades».