Autor: admin 6 noviembre 2007

Inmaculada de la Fuente

Las últimas publicaciones en torno a Zenobia Camprubí nos revelan nuevos ángulos de una figura que se resiste a ser un mero espejo de Juan Ramón. Son pequeños resplandores en una personalidad poliédrica a la que algunos han considerado sombra del poeta, a pesar de que su temperamento la alejaba de cualquier vocación de opacidad. Estos nuevos destellos ofrecen un espejo más nítido y menos gastado de la esposa de Juan Ramón Jiménez, al tiempo que la dotan de cierto aire enigmático. A la no muy lejana publicación del tercer tomo de sus diarios, editados por Graciela Palau de Nemes y publicados en Alianza Editorial, se ha sumado la primera parte de su correspondencia, recogida por la profesora Emilia Cortés dentro de las publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Un extenso volumen, este último, que reproduce sus cartas a Juan Guerrero Ruiz y su esposa Ginesa, una relación de confianza convertida en dependencia al marchar los Jiménez al exilio y encargar al matrimonio la gestión de sus asuntos literarios y económicos en España durante su ausencia. A través de este primer epistolario (que abarca desde 1917 a su muerte, en 1956) y de las punzantes, intensas y francas anotaciones de sus diarios, Zenobia Camprubí relata su vida con Juan Ramón y deja entrever su yo, el de una mujer independiente, práctica y activa. En ningún caso sumisa. Diarios y cartas constituyen una narración autobiográfica de su intimidad y de la relación de entrega, en ocasiones hasta el agotamiento, que mantuvo con el poeta, por lo que no cabe especular sobre su subordinación frente al egoísmo de Juan Ramón, dispuesto a no quedarse solo a toda costa, incluso en el caso límite de tener ella que ausentarse para que le trataran el cáncer que acabaría con su vida.

Autor: admin 19 marzo 2007

Juan Ramón Jiménez: Música de otros
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2006

Tengo para mí que la medida verdadera de un escritor la obtenemos, además de por el contenido intrínseco de su obra, por la preocupación, más o menos explícita, de su conocimiento en favor de la obra de los otros. Lo que equivale a decir: a través del conocimiento de sus «afinidades extranjeras»; a través de ellas, creo, podremos alcanzar a conocer el otro lado del espejo de cualquier autor. Más, si acaso, cuando su tarea literaria sea la poesía. (Para el caso español, considero que ha habido un caso paradigmático: la obra traducida de José Ángel Valente como ejemplo de otredad asumida.)

De ahí que interese ahora este libro de Juan Ramón Jiménez —tan evocadoramente ilustrado por los dibujos de Arroyo— en una doble dimensión: por la figura del poeta en sí y por sus afinidades (estéticas) electivas de otros autores, sobre todo en distinta lengua. Cuando leemos (p.119) el poema “Melancolía” (“Su corazón es de otro / Y estoy pensando en el sauce / de mi jardín, que las ramas / echa en el otro jardín”) es inevitable aceptar la sugerencia de una similar ensoñación, de un vínculo estético entre nuestro poeta y Te-ran-ye. Pero es que acaso no podría ser de otro modo: en el Otro se busca el complemento del sí propio y, a la vez, su continuidad. Hay, o existe, una especie de transustanciación inexcusable en la poesía; en la obra universal del poeta. ¿No ha escrito alguien que el poeta, cada poeta, no hace sino escribir una parte de ese gran poema universal siempre inacabado?