Autor: rafael 20 julio 2010

El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan
Patricio Pron
Editorial Mondadori
219 páginas
Barcelona, 2010

La primera noticia que tuve de Patricio Pron (Argentina, 1975) fue en el número 16, invierno de 2008, de la revista EÑE: “Mientras preparábamos este número, nos llegó la noticia de que Patricio Pron, un escritor argentino de 33 años aún inédito en España, había ganado el Premio Jaén de Novela 2008 con El comienzo de la primavera. (…) Daba la casualidad de que un cuento inédito suyo había sido seleccionado previamente para este número dedicado a los novísimos de América Latina.” El cuento se llamaba “La cosecha” y, junto al de Maximiliano Tomás, también primera referencia que tenía de él, fueron los que más me interesaron de la revista.

Autor: rafael 13 julio 2010

Mitologías de invierno.
El emperador de Occidente.
Pierre Michon.
Ediciones Alfabia.
166 páginas.
Barcelona, 2009.

Como ya hizo Anagrama en Cuerpos del rey, el último de los libros que ha publicado hasta el momento de Pierre Michon, la joven y pujante editorial Alfabia ha reunido dos títulos en un volumen del autor francés: Mitologías de invierno, que se publicó en Francia en 1997, y El emperador de Occidente, una nouvelle de 1989. El motivo, en ambos casos, no es otro que la brevedad de cada uno de los originales por separado. El resultado, también en ambos casos, los hace doblemente apetecible.

Autor: admin 11 mayo 2009

Fernando Sánchez Alonso

Dubego aprovechó que ella estaba concentrada en el examen de los horarios de autobuses para observarla a sus anchas y dibujarla a fuego en la memoria, porque de pronto lo sobrecogió una tristeza que se anticipaba a su origen, la tristeza que nacía de comprender que no volvería a verla después de aquella excursión. Así que allí mismo se impuso el deber de aprender a recitarse a Anna de memoria, y es lo que estuvo haciendo durante buena parte del viaje. Dubego tanteó, buscó, eliminó, seleccionó, borró y sustituyó adjetivos hasta que purificó el retrato de cualquier elemento accesorio y superfluo, y Anna, como en la tradición petrarquista, se quedó tan solo con los ojos grandes y oscuros, apenas corregido aquel negror de zíngara italiana por un leve matiz pardo que no solo le brillaba hermosamente en los días de sol, sino que, además, le suprimía ese extraño nerviosismo sin causa ni porqué que a veces le asomaba a la mirada. Anna, por lo demás, tenía unos ojos felinos y lectores por los que habían pasado toda la prosa de Cervantes y toda la leyenda negra de España, y eso se los había oscurecido todavía más.