Autor: admin 8 enero 2008

Aloma Rodríguez: París tres

Xordica Editorial, Zaragoza, 2007

No hace falta haber leído mucho para haber leído muchos libros que transcurren en París. La mitología sobre esa ciudad lleva siglos funcionando, y la han convertido en el epicentro de muchas cosas, y, particularmente, en un escenario predilecto para pintores, escritores o cineastas. Después el arte, haciendo el camino de vuelta, ha condicionado la vida de los que crecieron viendo esos cuadros, leyendo esas páginas, admirando esas películas. De uno de los personajes de la última novela del extraordinario escritor suizo Urs Widmer, se dice que «A París fue porque todo el mundo tenía que vivir una temporada en París» (El libro de mi padre, Barcelona, Salamandra, 2oo6, p. 46), y en esa exageración hubo y hay una verdad. París ha sido el destino anhelado por generaciones enteras de poetas, fotógrafos o músicos, en varios momentos de los doscientos últimos años, y eso hace que, al menos en cierto sentido, lo siga siendo de vez en cuando, sin necesidad de ser demasiado mitómano, esnob o infantil.

Autor: admin 7 enero 2008

Juan Carlos Palma

Mi mujer conoce de sobra mi natural indisposición ante la cartografía. Solo tienen que mostrarme un mapa para que gracias a mis escasas dotes para su escrutinio el itinerario más corto se convierta en el más largo, la plaza que está a la vuelta de la esquina parezca estar en otra dimensión y la calle con nombre fácil de recordar sea cambiada por otra de nomenclatura solo similar para el que escribe estas líneas.

No es de extrañar, por tanto, que cuando, alojados ya en un modesto hotelito del barrio Montparnasse, en cuyo cementerio luego pudimos ver las tumbas de Cortázar, Duras, Vallejo o Baudelaire, le manifesté mi interés por trazar el mismo recorrido que hicieron Ethan Hawke y Julie Delpy en Antes del atardecer, su entusiasmo —la película le había maravillado y era ya un clásico en nuestra videoteca— quedó algo solapado por una sombra furtiva en su mirada y el gesto abortado de llevarse las manos a la cabeza. Probablemente pensó, sin atreverse a decírmelo, que nunca lo conseguiríamos o que tan magna empresa nos llevaría varias jornadas.

Autor: admin 15 marzo 2007

Martín López-Vega

En Notre-Dame han instalado, sustituyendo a los tradicionales confesionarios, un moderno “Centro de confesiones” que se parece más al despacho de un médico o de un abogado que a un tal confesionario. Hasta tiene un rótulo que anuncia (antes se hubiera podido decir reza, pero ahora ya no): “Dialogues. Confessions”, que parece el título de un moralista de esos que tanto abundan por estos pagos. Como uno no pertenece a la secta se queda con la curiosidad: ¿en lugar de indicar la penitencia, extenderán una receta?

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He pasado de nuevo por Gibert Jeune, que es, a mi modo de ver, el modelo de lo que deberían ser las librerías del mundo: libros nuevos y viejos apretados en amistosa compañía. Si acaso, añadiría tan solo una planta más con un café como los de las librerías Barnes & Noble de Nueva York, aunque aquí pondría una sucursal del café Le Luxembourg y el café sería otro, no mejor, no entremos ahora en discusiones sobre el café, pero sí más parisino.

He comprado algunos libros, entre ellos algunos de Claude Roy, un poeta y diarista que pensaba uno que cualquiera haría un favor descubriéndoselo a los españoles y que, a este paso, va a haber que descubrírselo también a los franceses. “La vida nunca termina sus frases”, dice. Habla también del viaje, y dice una cosa muy cuerda: “Lo que diferencia al viajero del turista es que el turista siempre anda echando pestes del turista”.