Autor: admin 14 enero 2009

Toni Montesinos

A Rita Varela

Cual aéreo travelling cinematográfico, la parte sur y el perfil derecho de Manhattan se convierten en una de las panorámicas más absorbentes, más mentirosas y perfectas, que se pueden contemplar desde el cielo. Por la ventanilla de un pequeñísimo avión que ha salido de Filadelfia rumbo al aeropuerto de La Guardia y que a esas alturas de travesía ya vuela muy bajo, se divisa la ciudad de una forma inolvidable, excepcionalmente limpia y serena. Son toneladas de cemento y vigas organizadas en edificios, tras una estatua isleña con el brazo levantado y el rectángulo verde del parque, que se clava en la memoria para siempre de ese modo irreal que el recuerdo intensifica, con las ganas de volver donde se estuvo no en una futura y nueva oportunidad, sino en aquella misma que se vivió, como si uno pudiese, a lo antiheráclito, embriagarse en el mismo río dos veces.

Autor: admin 7 abril 2008

Toni Montesinos

A Germán Gullón

En pleno noviembre, de visita en Amsterdam, el frío no resulta demasiado penetrante pese a que la temperatura es bastante baja; el viento parece un aliado del paseo, la constatación del otoño marronverdoso, y es la llovizna la protagonista absoluta de un cielo, gran nube gris, que duerme sin estallar, lagrimeando muy digna y persistentemente. Esa llovizna, los edificios de pocos pisos, los puentes sobre los canales, la grisura: Amsterdam, hermana gemela de Dublín, comparte todo con esta en la distancia, y si uno por fin reuniera cobardía para tirarse al agua y desaparecer en el fondo, acabaría resucitando en el río Liffey, y allí en Irlanda volvería a encontrarse con esta misma lluvia, con el aire gris, con la monotonía de vivir en un pueblo cosmopolita.

Autor: admin 8 noviembre 2007

Toni Montesinos

A Raquel Anido

Me digo, sentado en el avión que vuela hacia Nueva York, que el trabajo es amar la ciudad, y lo que salga al paso. En 1948, E. B. White apuntó que nadie va allí si no espera ser afortunado, así que el viajero, el diarista, el amante, el solitario, el que huye para encontrar un orden nuevo, todos en uno —el que ha dejado por escrito su sudoroso esprín por el aeropuerto Charles de Gaulle para hacer la escala a tiempo—, sienten de forma inconsciente ese deseo íntimo y previsible. Uno es tan parecido a los demás que hasta el alma se sonroja y la mirada rebosa de timidez; uno es, en definitiva, el mismo visitante que, diez años atrás, manipulaba su presente sin futuro y para quien la Gran Manzana representó un paréntesis de euforia y dicha.